Apenas un par de semanas antes de reunirse con un grupo de cardenales para
anunciar su renuncia[1],
Papa Benedicto XVI hablaba en su catequesis de los miércoles sobre la figura de
Dios como Padre amoroso: «No es siempre fácil hablar hoy de paternidad. Sobre
todo en el mundo occidental, las familias disgregadas, los compromisos de
trabajo cada vez más absorbentes, las preocupaciones y a menudo el esfuerzo de
hacer cuadrar el balance familiar, la invasión disuasoria de los mass media en el interior de la vivencia
cotidiana: son algunos de los muchos factores que pueden impedir una serena y
constructiva relación entre padres e hijos. La comunicación es a veces difícil,
la confianza disminuye y la relación con la figura paterna puede volverse
problemática; y entonces también se hace problemático imaginar a Dios como un
padre, al no tener modelos adecuados de referencia. Para quien ha tenido la
experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y
poco afectuoso, o incluso ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios
como Padre y abandonarse a Él con confianza.
»Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas
dificultades hablándonos de un Dios que nos muestra qué significa
verdaderamente ser «padre» (…) Dios nos es Padre porque nos ha bendecido y
elegido antes de la creación del mundo[2],
nos ha hecho realmente sus hijos en Jesús[3].
Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra existencia, dándonos su Palabra,
su enseñanza, su gracia, su Espíritu. Él —como revela Jesús— es el Padre que
alimenta a los pájaros del cielo sin que estos tengan que sembrar y cosechar, y
cubre de colores maravillosos las flores del campo, con vestidos más bellos que
los del rey Salomón[4];
y nosotros —añade Jesús— valemos mucho más que las flores y los pájaros del
cielo. Y si Él es tan bueno que hace «salir su sol sobre malos y buenos, y
manda la lluvia a justos e injustos»[5],
podremos siempre, sin miedo y con total confianza, entregarnos a su perdón de
Padre cuando erramos el camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al
hijo perdido y arrepentido[6],
da gratuitamente a quienes piden[7] y
ofrece el pan del cielo y el agua viva que hace vivir eternamente[8].
»Dios es un Padre que no abandona jamás a sus hijos, un
Padre amoroso que sostiene, ayuda, acoge, perdona, salva, con una fidelidad que
sobrepasa inmensamente la de los hombres, para abrirse a dimensiones de eternidad.
(…) El amor de Dios Padre no desfallece nunca, no se cansa de nosotros; es amor
que da hasta el extremo, hasta el sacrificio del Hijo. La fe nos da esta
certeza, que se convierte en una roca segura en la construcción de nuestra
vida: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la
experiencia de la oscuridad de la crisis y del tiempo de dolor, sostenidos por
la confianza en que Dios no nos deja solos y está siempre cerca, para salvarnos
y llevarnos a la vida eterna. Entonces la paternidad de Dios es amor infinito,
ternura que se inclina hacia nosotros, hijos débiles, necesitados de todo (…)
Es precisamente nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra
fragilidad lo que se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para
que manifieste su grandeza y ternura de Padre ayudándonos, perdonándonos y
salvándonos.
»Y Dios responde a nuestro llamamiento enviando a su
Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad y obra lo
que el hombre, solo, jamás habría podido hacer: toma sobre Sí el pecado del
mundo, como cordero inocente, y vuelve a abrirnos el camino hacia la comunión
con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Es ahí, en el Misterio pascual,
donde se revela con toda su luminosidad el rostro definitivo del Padre. Y es
ahí, en la Cruz gloriosa, donde acontece la manifestación plena de la grandeza
de Dios como «Padre todopoderoso».
»cuando decimos «Creo en Dios Padre todopoderoso»,
expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios que en su Hijo muerto y
resucitado derrota el odio, el mal, el pecado y nos abre a la vida eterna, la
de los hijos que desean estar para siempre en la «Casa del Padre». Decir «Creo
en Dios Padre todopoderoso», en su poder, en su modo de ser Padre, es siempre
un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestro pensamiento, de todo
nuestro afecto, de todo nuestro modo de vivir»[9].
Toda la Liturgia de la Palabra de éste último domingo del
Tiempo Ordinario antes del comienzo del tiempo de Cuaresma es una cariñosa invitación
del Señor a detenernos y pensar. Creo en
un solo Dios Padre Todopoderoso… Pidamos hoy al Señor a quien vamos a
encontrar dentro de unos momentos de manera muy personal, a que nos ayude a
vivir poco a poco, día a día, momento a momento, en el abandono confiado al amor del Padre, a confiar en su misericordiosa
omnipotencia, el inicio y el fin de nuestra salvación y de nuestra felicidad ■
[1] La
renuncia del papa Benedicto XVI fue anunciada por él mismo el 11 de febrero de
2013,1 y fue efectiva el 28 de febrero, a las 20:00 horas de Roma. En ese
momento, la sede apostólica quedó vacante y dio comienzo un cónclave en el mes
de marzo para elegir al siguiente Sumo Pontífice de la Iglesia católica. Se
convirtió así en el primer papa en renunciar en 598 años, pues el último en
dimitir había sido Gregorio XII, en 1415.
[2] cf. Ef 1, 3-6
[3] cf. 1 Jn 3, 1
[4] cf. Mt 6, 26-32; Lc 12, 24-28
[5] Mt 5, 45
[6] cf. Lc 15, 11 ss
[7] cf. Mt 18, 19; Mc 11, 24; Jn 16,
23
[8] cf. Jn 6, 32.51.58.
[9] Benedicto XVI, Audiencia General, Sala Pablo VI,
miércoles 30 de enero de 2013. El texto
completo puede leerse aquí: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2013/documents/hf_ben-xvi_aud_20130130_sp.html