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Conozco muchas personas que en su corazón piensan hoy igual a como aparecen pensando los fariseos en los Evangelios. Viven con miedo permanente a violar algún mandamiento de Dios. Y cuando algo sale mal en sus vidas, ven allí el castigo de Dios. Tenemos muchos mandatos interiores enraizados en nuestro interior, y obramos según su dictamen. Recibimos esos mandatos en el transcurso de nuestra vida, a menudo con buenos propósitos (padres, maestros, autoridades), pero acaban convirtiéndose en normas absolutas que nos limitan y nos asustan, y además nos conducen a una seria falta de libertad interior. Jesús vino a predicar nuestra libertad del poder absoluto de las leyes. Todas las leyes están al servicio del hombre, y no al revés. Es importante por eso vivir según nuestro propio ser de hijos de Dios, llamados a la libertad. Así, buscando y viviendo lo esencial, podemos violar algún mandamiento, según aparece expresado en la famosa frase de Agustín: Ama y haz lo que quieras. El amor responde a nuestro ser y lo expresa plenamente. No necesitamos aferrarnos temerosamente a los mandamientos; necesitamos amar, como expresión de nuestra libertad interior Anselm Grün

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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