XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
El texto –que no sé hasta dónde es
apócrifo y hasta dónde auténtico- personalmente me ha dado mucho qué pensar a
las puertas de éste tiempo en el que Benedicto XVI nos dice a los católicos que
«no podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta[3]»[4],
sintiendo, como la samaritana, la necesidad de acercarse al pozo para escuchar
a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su
fuente[5].
Digo antes que no sé hasta dónde es
auténtico y hasta dónde apócrifo pero no le resto importancia y actualidad, al
final da igual si lo escrito dijo el Cardenal o se le ha ocurrido a alguien más
y lo ha firmado con el nombre del jesuita.
Si bien las preguntas que colorean la
entrevista son, digamos, incómodas
y hasta un tanto atrevidas, están impregnadas de ideas evangélicas.
Dejo, pues, el texto de la (última)
entrevista que el arzobispo emérito de Milán concedió a la prensa. Y que cada
quien saque sus conclusiones, sobre todo a partir de la última pregunta que
plantea a su interlocutor y en él a cada uno de los que formamos la Iglesia
católica.
…
La última entrevista del Cardenal
Carlo María Martini SJ[6]
¿Cómo ve Usted la situación de la Iglesia?
«En la Europa del bienestar y en
Norteamérica la Iglesia está cansada. Nuestra cultura ha envejecido, nuestras
iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías y el aparato
burocrático de la Iglesia aumenta, nuestros rituales y nuestros vestidos son
pomposos. ¿Reflejan estas cosas lo que somos actualmente? (…) El bienestar
pesa. Nos encontramos como el joven rico que se marchó triste cuando Jesús lo
llamó para hacerlo discípulo suyo. Sé que no podemos desprendernos de todo con
facilidad, pero al menos podríamos buscar hombres que sean libres y más
cercanos al prójimo. Como lo fueron el obispo Romero y los mártires jesuitas de
El Salvador. ¿Dónde están entre nosotros los héroes en los que inspirarnos? No
podemos por ninguna razón limitarlos con los vínculos de la institución».
¿Qué puede ayudar a la Iglesia hoy?
«Al Padre Karl Rahner le gustaba usar la imagen de la brasa que se esconde bajo la ceniza. Yo veo en la Iglesia de hoy tanta ceniza sobre la braza, que a veces me asalta una sensación de impotencia. ¿Qué hacer para librar la brasa de la ceniza, de modo que pueda revigorizar la llama del amor? Ante todo debemos buscar esa braza, preguntarnos: ¿Dónde están aquellas personas llenas de generosidad como el buen samaritano, o con fe como el centurión romano, o entusiastas como Juan Bautista, o que se atreven a lo nuevo como Pablo, o son fieles como María Magdalena? Yo les aconsejo al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirección. Hombres que se muestren cercanos a los más pobres, que se rodeen de gente joven y experimenten cosas nuevas. Tenemos necesidad de confrontarnos con personas que ardan para que el espíritu pueda difundirse por todas partes».
¿Qué instrumentos aconseja contra el cansancio de la Iglesia?
«Sugiero tres muy importantes. El primero es la conversión: la Iglesia debe reconocer sus propios errores y recorrer un camino de cambio radical, comenzando por el Papa y por los obispos. Los escándalos de la pedofilia nos empujan a emprender un camino de conversión. Las preguntas sobre la sexualidad y sobre todos los asuntos que competen al cuerpo son un ejemplo. Son cuestiones importantes para todos y a veces incluso demasiado importantes. Debemos preguntarnos si todavía la gente escucha los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿La Iglesia es todavía en este campo una autoridad de referencia o sólo una caricatura en los medios?
El segundo instrumento es la Palabra de Dios. El Concilio Vaticano II ha restituido la Biblia a los católicos. (…) Sólo quien percibe en su corazón esta Palabra puede formar parte de aquellos que ayudarán a la renovación de la Iglesia y sabrán responder a las preguntas de la gente con opciones justas. La Palabra de Dios es sencilla y busca la compañía de un corazón que escuche (…). Ni el clero ni el Derecho Canónico puede sustituir a la interioridad de la persona. Todas las reglas externas, las leyes, los dogmas nos son dadas para aclarar la voz interior y para el discernimiento.
¿Para quién son los sacramentos? Estos son el tercer instrumento de curación. Los sacramentos no son un instrumento para la disciplina, sino una ayuda para las personas en los distintos momentos del camino y en las debilidades de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a los hombres que necesitan una nueva fuerza? Pienso en todos los divorciados y en las parejas vueltas a casar, en las familias ampliadas. Todos ellos tienen necesidad de una protección especial. La Iglesia sostiene la indisolubilidad del matrimonio. Es una gracia cuando un matrimonio y una familia se logran (…). La actitud que tengamos con relación a las familias ampliadas determinará la cercanía a la Iglesia de las generaciones de hijos. Una mujer ha sido abandonada por el marido y encuentra un nuevo compañero que se ocupa de ella y de sus tres hijos. El segundo amor se logra. Si esta familia es discriminada, se está echando fuera no sólo a la madre sino también a sus hijos. Si los padres se sienten alejados de la Iglesia o no sienten su apoyo, la Iglesia perderá a la generación futura. Antes de la comunión rezamos: “Señor, yo no soy digno…”. Sabemos que no somos dignos (…). El amor es gracia. El amor es un don. La pregunta de si los divorciados pueden comulgar debería plantearse al revés. ¿Cómo puede la Iglesia salir con la fuerza de los sacramentos en ayuda de quien vive una situación familiar compleja?»
¿Qué hace Usted personalmente?
«La Iglesia se ha quedado retrasada 200 años. ¿Cómo no se sacude? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en vez de coraje? Pero sabemos que la fe es el fundamento de la Iglesia. La fe, es decir, la confianza, el coraje. Yo estoy viejo y enfermo, dependo de la ayuda de los demás. Las personas buenas en torno a mí me hacen sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de desconfianza que a veces percibo respecto a la Iglesia en Europa. Solo el amor vence al cansancio. Dios es Amor. Y ahora yo tengo una pregunta para ti: ¿Qué cosa puedes hacer tú por la Iglesia?» ■
[1]Esta expresión tiene su origen se sitúa en la Edad Media,
en la ceremonia de adopción de un niño, tomando los problemas que ésta conlleva
por decisión propia. El padre debía meter al niño por la manga de una camisa
grande hecha para la ocasión. Luego lo sacaba por la cabeza o el cuello de la
prenda y el padre le daba un fuerte beso en la frente como prueba de la
aceptación de la paternidad. En algunas regiones de Europa la ceremonia
continúa vigente pero con la madre, con objeto de simular el parto. El dicho
además refleja una exageración en las dimensiones de la camisa, la cual no
podía medir once (11) varas, ya que una (1) vara son treinta y tres (33)
pulgadas, lo que equivale a unos ochenta y cuatro (84) centímetros. Así, la
camisa mediría 363 pulgadas o bien 9.24 metros.
[2] Y si no es así, se puede leer, completo, aquí: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/motu_proprio/documents/hf_ben-xvi_motu-proprio_20111011_porta-fidei_sp.html
[3] cf. Mt 5, 13-16
[4] Porta Fidei n. 2
[5] cf. Jn 4, 14.
[6] El Padre Georg Sporschill, el jesuita que lo entrevistó
en Coloquios nocturnos en Jerusalén,
y la periodista Federica Radice tuvieron con él una conversación el pasado 8 de
agosto: «Una suerte de testamento espiritual. El Cardenal Martini leyó y aprobó
el texto». La traducción del original italiano al castellano es de P. Carlos
Cardó, SJ y se puede encontrar aquí: http://prensa.jesuitas.pe/2012/09/la-ultima-entrevista-del-cardenal-carlo-maria-martini-sj/
New-old-ideas
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os
tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
- Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga ■
Santa Teresa de Jesús
VISUAL THEOLOGY
Saint Peter's baldachin (Italian:
baldacchino) is a large Baroque sculpted bronze canopy, technically called a
ciborium or baldachin, over the high altar of Saint Peter's Basilica in Vatican
City, Rome, which is at the centre of the crossing and directly under the dome.
Designed by the Italian artist Gian Lorenzo Bernini, it was intended to mark,
in a monumental way, the place of Saint Peter's tomb underneath. Under its
canopy is the High Altar of the basilica. Commissioned by Pope Urban VIII, the
work began in 1623 and ended in 1634. The baldachin acts as a visual focus
within the basilica; it itself is a very large structure and forms a visual
mediation between the enormous scale of the building and the human scale of the
people officiating at the religious ceremonies at the papal altar beneath its canopy
■
Twenty-seventh Sunday in Ordinary Time (B)
My brothers and sisters, if you have been paying attention to
the previous Sunday, and if you've read the parish bulletin, you know that this
week we will begin the Year of Faith, a very important
event in the Universal Church, in our Archdiocese of San Antonio and our parish[1].
Why this year? Well, next Thursday October 11, the first day
of the Year of Faith, is the fiftieth
anniversary of the opening of the Second Vatican Council, and also the
twentieth anniversary of the Catechism of the Catholic Church. Directly by Pope
Benedict XVI Catholics around the world are asked to study and reflect on the documents of Vatican II and the Catechism
so that we may deepen our knowledge and understanding of our faith. As simple
as this.
The Pope is very clear why
he is inviting us to this Year of the Faith: «since the start
of my ministry as Successor of Peter, I have spoken of the need to rediscover the journey of faith. The Church must lead people towards the place of
life, towards friendship with the Son of God. It often happens that Christians
are more concerned for the social, cultural and political consequences of their
commitment (…) We cannot accept that salt should become tasteless or the light
be kept hidden[2]. The people
of today –says Benedict XVI- can still experience the need to go to the well,
like the Samaritan woman, in order to hear Jesus, who invites us to believe in
him and to draw upon the source of living water welling up within him[3].
»We must rediscover a
taste for feeding ourselves on the word of God (…) Indeed, the words of
Jesus still resounds in our day with the same power: Do not labour for the food which perishes, but for the food which
endures to eternal life[4].[5]
This is the central point of the Year of Faith: rediscover, revalue, feel again the love of
the first time[6].
Few weeks ago, in Milan, a great cardinal of the Church
passed away: Carlo Maria Martini. He was a beloved figure in Italy and in
Europe; he was a man who really loved the Church, but at the same tome He use
to made uncomfortable questions, questions that invite thinking. In the last
interview he gave to the Italian press, he said something that made me think
a lot, is the same question that I bring here today, a question for you and
your soul: «The Church is two hundred years behind. Why is it not being
stirred? Are we afraid? Afraid instead of courageous? Faith is the Church’s
foundation–faith, confidence, and courage. I’m old and ill and depend on the
help of others. The good people around me enable me to experience love. This
love is stronger than the feeling of discouragement that I sometimes feel in looking
at the Church in Europe. Only love conquers weariness. God is Love. I have a question
for you: “What can you do for the Church?»[7].
The Year of Faith is a wonderful
opportunity to revive our faith, to know more. The topic we have in our parish
is Approach,
Read and Undersand; we also have prepared a full program of lectures
and study sessions on Sunday evening because that is also the day of the Lord
and we have a little more time…just check the bulletin.
So, my brother, my sister, stop complaining about the Church;
stop complaining about the ministers, stop to criticizing bishops; it is time
to do something about our faith and about the Church; it is time to know her much
better. This Year of Faith is a great chance, a great challenge let us take
it! And let us entrust this time of grace to our Lady, saying together blessed are you, Holy Mother of God because you believed![8]■
[2]
Cf. Mt 5:13-16
[3]
Cf. Jn 4:14
[4]
Jn 6:27
[5]
Porta Fidei 2-3.
[6]
Yet I hold this against you: You have
forsaken the love you had at first (Rev 2:4).
[7]
You can read the whole interview, here: http://www.commonwealmagazine.org/blog/wp-content/uploads/2012/09/Martini-interview-rev1.pdf
[8] Lk 1:45.
Mi vida es un instante, una hora pasajera,
Mi vida es un momento que escapa fugitivo:
Tú lo sabes, Dios mío, para amarte en la tierra
No tengo más que hoy.
Oh Jesús, yo te amo, a ti mi alma aspira...
Tan sólo por un día, sé tú mi dulce apoyo:
Ven y reina en mi alma y dame tu sonrisa,
Tan sólo para hoy.
¿Qué importa, Señor, del porvenir sombrío?
¿Rogarte por mañana? Oh no, yo no lo puedo.
Conserva mi alma pura; cúbreme de tus alas,
Tan sólo para hoy.
Si pienso en el mañana, temo por mi inconstancia,
Siento que en mi alma nacen tristeza y desaliento,
Mas, si, Dios mío, quiero sufrir y ser probada
Tan sólo para hoy.
¡Pan vivo, pan del cielo, divina Eucaristía,
oh misterio sublime que el amor inventó!
Ven y mora en mi alma, Jesús, mi blanca Hostia,
tan sólo para hoy.
El racimo de amor, con las almas por granos,
Sólo formarlo puedo en este día que huye...
¡Oh! Dame, Jesús mío, de un apóstol las llamas,
tan sólo para hoy.
Pronto quiero volar para contar sus glorias
Cuando el sol sin poniente me dará su fulgor:
Entonces cantaré con la lira del ángel
un sempiterno hoy ■
texto citado por H. U. von Balthasar,
Teresa de Lisieux.
Historia de una misión,
Barcelona 1964, 66-67.
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (B)
En El príncipe
destronado, la estupenda novela de Miguel Delibes se cuenta la reacción
del niño pequeño de una familia burguesa que, ante el nacimiento de un nuevo
hermanito, se rebela porque que se siente desplazado, es un príncipe destronado.
Intuye que, en adelante, los mimos han cambiado de heredero[1].
En el evangelio de hoy vemos que Juan tiene una reacción muy
parecida: Maestro, hemos visto a uno que
echaba demonios en tu nombre (…) y no es uno de los nuestros. Se sentía,
por lo visto «príncipe destronado». Sorprende esta actitud de Juan, cuando con
toda seguridad había oído al Maestro decir que su padre dejaba caer el sol y la lluvia sobre los buenos y sobre los
malos[2]
¿Qué le sucedía a Juan aquel día? ¿Qué nos pasa a nosotros? Porque resulta que
no se trata de un caso aislado. Es una constante en el hombre y aún más en el
cristiano. Por una parte, soñamos con un mundo en el que instauremos todas las
cosas en Cristo, pero luego, intoxicados por un virus –mezcla de celos y
envidia- ponemos peros y dificultades a quienes se disponen a trabajar en la
viña del Señor.
La primera lectura trata de lo mismo: Josué, quiere prohibir
a Eldad y Medad que profeticen, aun cuando el
Espíritu había bajado sobre ellos. A lo largo de todo el Nuevo Testamento encontraremos
más de lo mismo: el hermano del hijo pródigo que se molesta cuando el otro regresa
a la casa del padre[3]. Los
que están en casa de Simón el fariseo y critican a aquella pecadora que lloraba
sus pecados a los pies del Señor[4].
Los jornaleros de la primera hora, otro tanto de lo mismo: se quejaban al dueño
de la viña porque les había dado un denario como a los últimos[5].
Hoy, veinte siglos después, los cristianos continuamos viviendo
una tristeza mala, motivada por algún éxito de los demás, por sus aciertos
pastorales. ¿De dónde nos vienen estas actitudes? ¿Es un individualismo
absorbente? ¿Afán de mando? ¿Envidia, quizá? Es preciso desarraigar de nosotros
esa cizaña y esforzarnos por trabajar en la tarea común del Reino que proclama
la Iglesia.
En épocas pasadas se cultivó una teología estrecha que
proclamaba duramente que «fuera de la Iglesia no hay salvación»[6].
Hoy sabemos muy bien que, además del bautismo de agua, hay en el hombre tantos
anhelos de verdad, de inmortalidad» y de Absoluto, que pueden ser, sin duda,
verdaderos bautismos de deseo.
El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, lo afirma infinitamente
mejor: «La Iglesia Católica ve con sincero respeto los modos de obrar y de
vivir, los preceptos y doctrinas (de otras religiones). Reflejan un destello de
la Verdad que ilumina a todos los hombres».
Conviene, con frecuencia, hacernos un chequeo del corazón,
con el médico ordinario y con el Médico divino. Hoy podemos examinar el nuestro
y ponerlo en sintonía con el de Jesús. La comparación con la actitud de Cristo
nos puede decir si tenemos un corazón mezquino o abierto. Si tendemos a pensar
que tenemos el monopolio de la salvación o a ver a los demás por encima del
hombro “porque no tienen medios de formación como los tengo yo” -¡ay frase
desafortunada!- ahí hay algo importante qué corregir. Deberíamos ser más
tolerantes, más abiertos, y alegrarnos de que se haga el bien y de que
prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros,
aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no siempre tenemos nosotros
toda la razón.
Cuenta la historia que las batallas de la segunda guerra
civil romana entre César y Pompeyo, éste, desconfiado y astuto, consideraba y trataba
como enemigos a todos los que no se manifestaban abiertamente como aliados
suyos, en cambio César, más generoso e inteligente, consideraba aliados suyos a
todos cuantos no luchaban contra él. Esta diferencia de talante y la historia
dieron la victoria a César sobre Pompeyo y desde luego trae a la memoria las
palabras del Señor en el evangelio de hoy: El que no está contra nosotros está
a favor nuestro.
La Iglesia, hermano mío, hermana mía, no puede pretender
el monopolio de Cristo. Sí. Leíste bien. Si te revolviste inquieto en tu
asiento regresa un momento, y lee la frase de nuevo. Cristo es más que la
Iglesia, y desborda las fronteras de ésta. Por eso, sin renunciar a la Iglesia,
debemos evitar servir de tropiezo a la buena gente que a su manera se inspira
en Cristo. Muchos hombres, justos según su conciencia, están con Cristo sin saberlo
porque no están contra Él.
En menos palabras: El
Espíritu de Dios sopla donde quiere[7] ■
[1] Miguel Delibes Setién (1920–2010) fue un novelista español y miembro de
la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte, ocupando el sillón
"e". Licenciado en Comercio, comenzó su carrera como columnista y
posterior periodista de El Norte de Castilla, periódico que llegó a dirigir,
para pasar de forma gradual a dedicarse enteramente a la novela. Gran conocedor
de la fauna y flora de su entorno geográfico, apasionado de la caza y del mundo
rural, supo plasmar en sus obras todo lo relativo a Castilla y a la caza. Se
trata por tanto de una de las grandísimas figuras de la literatura española
posterior a la Guerra Civil,
[2] Cfr. Mt 5, 44-45.
[3] Cfr. Lc 15, 11-32.
[4] Cfr. Idem 42:7-36.
[5] Cfr. Mt 20, 1-16.
[6] Esta afirmación, dice el
Catecismo de la Iglesia Católica (847) no se refiere a los que, sin culpa suya,
no conocen a Cristo y a su Iglesia: los que sin culpa suya no conocen el
Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e
intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios,
conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la
salvación eterna (Lumen Gentium n.16;
cf DS 3866-3872).
[7] Cfr. Jn 3, 8.
New-old-ideas
Cristo es un misterio imposible de intuir sin su Espíritu Santo,
que nos da "los ojos de la fe", para que realmente veamos en el amor
lo que es, no ya en nosotros mismos, sino en la Iglesia, por la que nosotros
debemos superar mediante la renuncia a nuestro punto de vista particular. Así,
el salto a las alturas que posibilita la visión es también siempre un salto en
lo invisible y así, y sólo así, la osadía siempre nueva del corazón es a al
final el encuentro con el Amor absoluto ■ Hans Urs von Balthasar, Gloria.
Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 3. Estilos
laicales, Madrid 1986, 236).
VISUAL THEOLOGY
Ilustración del Concilio de Nicea, El emperador Constatino (centro), y los
obispos sosteniendo el credo niceno-constantinopolitano, que se escribió
formalmente durante el Primer Concilio Ecuménico (en el año 325) y durante el
Segundo Concilio Ecuménico en la Ciudad de Constantinopla (año 381). Es más
explícito y más detallado que el apostólico. Es el empleado en la celebración
eucarística ■
Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time (B)
Most of you have been
faithful Catholics throughout your lives. You have attended Mass weekly from looong time ago. You have lived moral
lives and searched for ways to serve our Lord, particularly in your families. Most
of you do not just come to St. Vincent on Sundays, you pray everyday! As human
beings you fall, but you also rise up again through the sacraments. Most of you
are very happy to be members of the Catholic Church. You see how the Holy
Spirit continually works in our Mother the Catholic Church. Of course you have been
disappointed by those priests and religious who have not been faithful to their
vocations, but for every one who has caused scandal you know of hundreds of
others who have been good servants of the Lord. In short: you know that the
Catholic Church is the Church founded by the Lord and has been faithful to Him for
two thousand years[1].
But then you also
see how the Lord is working in other faiths. Just right here, very close to our
community there are Christians,
Methodists, Baptists, Pentecostals, and any other church, people who are
living for God, serving Him in the poor… We have to be very conscious to the fact
that the Spirit of God is alive and working through those within the Catholic
Church, and those who themselves do
not share in the seven sacraments or might not even believe in Jesus Christ.
We just heard something
similar in the first reading: Eldad and Medad were not in the tent. They
weren’t present with the 70 who received the Spirit back in the days of Moses. Yet,
Eldad and Medad still received the Spirit and he Spirit still empowered them.
My brother, my sister,
the Spirit is present in the Church. Jesus is present in the Blessed Sacrament.
But the Spirit is also present where we, foolish human beings with our feeble
attempts to limit God’s power, least expect to find Him.
Eldad and Medad,
the man baptizing in Jesus’ name: no one can control the Spirit. He is God, the
action of Love that has been unleashed upon the world through the Gift of the
Father and the Sacrifice of the Son is so huge!
The salvation
brought in Christ through the Spirit works beyond the Church's frontiers.
So, Father, what
then, is the Catholic attitude towards the followers of other religions? Well, we
accept them as fellow human beings and we respect their religious faith and we
seek to understand and appreciate all that is beautiful, good and true in their
religion. We also wish to share the fullness of the Christian faith with
them–not obliterating their culture and religion, but allowing it to be
fulfilled and completed in the belief and practice of Christianity. In this process we do not wish to impose
anything on anyone. We propose we do not impose. Neither do we condemn
anyone to hell. No Catholic–not even the pope–can pronounce judgment on
anyone’s eternal soul. That is God’s job. This allows us, therefore, to be
perfectly tolerant and accepting of all.
The invitation
for this Sunday is to be simple of heart, and not think that we own the
monopoly of salvation. It's great to think that God's Spirit blows where it
wants and gives salvation to whom He wants.
This evening [morning]
we thank God today for the wonders of the Holy Spirit, in our lives, in our
parish and in the world. We thank God for being born in the Catholic Church or
received into it there; we also thank God that He continues to pour out His
spirit around the earth and calling everyone, absolutely everyone, to Him ■
[1] Sunday 30th September, 2012,
26th Sunday in Ordinary Time. Readings: Numbers 11:25-29. The precepts of the
Lord give joy to the heart. Ps 18(19):8, 10, 12-14. James 5:1-6. Mark 9:38-43,
45, 47-48 [St Jerome].
Si he sentir en mi ser
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.
Yo quiero ser el primero,
lo pide mi corazón;
mas tú me das la lección,
alzado sobre el madero.
Yo quiero ser importante
y ser voz y ser bandera,
mas no fue tal tu manera,
ni tu porte ni talante.
Si he sentir en mi ser
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.
Quiero infinito querer,
que nada me satisface,
quiero que solo me abrace
el triunfo sin padecer.
Más tú quieres mucho más,
cuando a seguirte me invitas
y en tu corazón me citas:
Solo aquí descansarás.
Si he sentir en mi ser
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.
El monte de mi deseo
es el monte de mis sueños:
mas qué ruines y pequeños
cuando me acerco y te veo.
Mi corona y mi grandeza
supera a todo reinado,
y es Jesús crucificado,
inclinando la cabeza.
Si he sentir en mi ser
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.
Jesús, secreto escondido
en la santa comunión,
si yo gusto de este don,
lo demás es desabrido.
Jesús, dulce sacramento,
Evangelio de mi paz,
dame tu divina faz,
y de tu boca el aliento ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap,
Septiembre 2009.
XXV Domingo del Tiempo Ordinario (B)
El evangelio que acabamos de escuchar se desdobla como en dos partes: una primera
en la que los apóstoles no entienden bien lo que sucede, y otra en la que el
Señor afirma que quien quiera ser el primero debe que hacerse el último.
Nuevamente nos encontramos la cuestión de la fe; o, mejor dicho, lo difícil que
resulta ser un creyente en el
estricto sentido de la palabra.
Mucho se ha escrito sobre si la fe se
puede o no razonar; sobre si, aunque no sea demostrable, al menos puede ser
lógica, comprensible y acorde a la estructura psicológica del hombre. Todo esto
aunque importante puede quedarse en un discurso académico y servir para poco –o
nada- en el día a día. Lo esencial no
es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo puede ser esto de la fe, sino
que la viva, como sucede con la alegría, la amistad, la felicidad o el amor,
donde lo importante no es soñar con esas realidades, sino vivirlas de manera
concreta.
La fe es una amistad, una relación
personal, una confianza; es una vivencia, una experiencia, y no una
costumbre social, una rutina y mucho menos la suma de ritos, de prácticas
superficiales o incluso de actos semi-mágicos, etc. Y es que la suma de actos
perfectos no hacen un hombre prefecto; no lo olvidemos. Se puede ofrecer el día
rezando miles de jaculatorias, hacer medias horas de oración y ser un perfecto
gruñón, un cascarrabias, alguien absolutamente insoportable, histérico, lejano
a los intereses de los demás, encasillado en su mal carácter, engreído, agrio,
avinagrado y, con frecuencia, solitario, incapaz de dar cariño y, lo que es
peor, de recibirlo.
Lo más importante es la relación con una
persona, un Alguien con quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos
nuestra vida, un Alguien con quien contamos, a quien consultamos a la hora de
tomar decisiones en nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas influyen e
informan nuestras ideas y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es
un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo
meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo, más
serio y más vital. La fe vivida y entendida como un confiar plenamente en
Jesús.
Los discípulos no entienden las
palabras de Jesús porque están en franca contradicción con lo que ellos
imaginaban, en contradicción con la imagen que ellos se habían formado de lo
que tenía que ser el Mesías: un ser fuerte y potente que con brazo enérgico dominaría
todo; y Jesús, les habla de morir nada menos que a manos de los hombres.
Aquello no tenía sentido. Era ilógico e incomprensible.
Pero, por encima de todo eso, estaba la
fe. Los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de las dudas y recelos, siguen
con Él; discutiendo y hablando en unos términos muy humanos (¿quién es el más
importante?), pero junto a Él.
Todavía tendrán que pasar por muchas
dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras. San Lucas dirá que
se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección[1];
Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros; Juan entró en el sepulcro
vacío y entonces creyó, porque aún no
habían entendido lo que dice la Escritura[2].
Pero siguieron adelante, confiando en el Señor. Sólo porque habían puesto por
encima de todo la confianza en Alguien pudieron seguir adelante y atravesar las
noches oscuras, las situaciones incomprensibles, las palabras aparentemente
ilógicas y sin sentido del Maestro. Supieron ir más allá de las simples
apariencias[3].
Sólo la fe podía hacer comprensible
para los apóstoles aquello de El que
quiera ser el primero, que se haga el último. Nosotros no lo entendemos porque
nos falta fe, porque no confiamos de verdad. Le llamamos Señor, pero just in case preferimos tener nuestros
propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reserva, nuestras
seguridades. Y sobre todo nuestras opiniones.
No lo vamos a negar: ser el último, en
nuestra sociedad, es una tragedia: el último del salón de clase es humillante;
el último en el trabajo hace la risa de todos; el último en dinero es casi un
ejemplar de museo; el último –o la última- en belleza nos es repugnante; el
último en fama es un pobre desgraciado; el último en amor es idiota o tonto.
Y el Señor insiste: el último será el primero. ¿Quién puede
entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena
y total en Él y, como consecuencia, en lo que Él dice, en lo que Él enseña, en
lo que Él nos indica. Señor ¡auméntamos la fe! ■
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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.
laus deo virginique matris