La fiesta universal juntos cantemos,
unidos en un coro cielo y tierra:
el triunfo de Jesús, de cuya frente
la santidad de Dios desborda y llena.

 La Iglesia peregrina mira al cielo,
y ve la inmensa gloria que le espera:
la patria jubilosa de salvados
que el Padre ha reservado como herencia.

 Cantad, hermanos míos celestiales,
la gloria de Dios trino, gracia vuestra;
volved vuestra mirada a nuestra ruta,
en tanto que miramos a la meta.

 Allí mora la Reina de los ángeles,
la Virgen preservada, la primera,
los mártires, testigos fieles en la arena,
las vírgenes y esposos sin afrenta.

 Miríadas un día conocidas
por solo Dios, que mira y nos alienta,
ahora, en comunión de amor perfecto,
sois luz de Dios y hermosa transparencia.

 La paz y el gozo inundan las mansiones
de aquel feliz convite que congrega
a hijos y a dispersos que guardaron
su santa Ley que todo lo renueva.

Ciudad de Dios, festín de eterna Pascua,
el corazón del Padre es puerta abierta,
y amores son los cantos entonados,
cantares que el Espíritu despierta.

¡Oh santa y adorable Trinidad,
mi Dios, mi Creador, mi dulce espera,
tú eres nuestro origen amoroso:
que seas hoy y siempre nuestra fiesta! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap, 
Puebla de los Ángeles, 29 octubre 2010

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (A)


Lo sé, Señor, lo sé: una cosa es predicar y otra, dar trigo. Lo sé. Aunque parezca difícil sentarse en la cátedra de Moisés[1], como hicieron los letrados, el magisterio verdaderamente difícil fue el tuyo: te rebajaste hasta someterte a la muerte y una muerte de cruz[2]. Porque hay dos clases de magisterio: el de los que pregonan y no hacen. Y el de los que hacen, aunque no pregonen. Como aquellos dos hijos de los que nos hablaste. Uno dijo: «Voy a la viña». Pero no fue. El otro dijo: «No voy». Pero fue[3]. Lo comprendo perfectamente. El verdadero maestro no es el que más ha leído, o más libros tiene, o más títulos exhibe en su currículum. El verdadero es el que posee la virtud de la coherencia. Y la coherencia consiste en llevar a la práctica las lecciones que se explican en la teoría. La coherencia consiste en predicar y dar trigo. Como Tú, Señor, que por eso un día te atreviste a decir: Me llamáis Maestro y de verdad lo soy[4].

Sin embargo, ahí nace nuestro dilema. Yo no puedo llamarme maestro. De acuerdo. Sin embargo, Tú mismo nos has llamado a tus sacerdotes a ser maestros de tu pueblo, Israel. Pienso también en las catequistas de la parroquia que tanto me ayuda y en ese mar de cristianos comprometidos. Entonces, ¿qué? ¿Nos retiramos?

Lo entiendo, Señor. Tú no me niegas la participación en el magisterio de la palabra. Al contrario, a él me has convocado. Lo único que quieres advertirme es que «esa Palabra no es mía, sino que la he recibido, para que resuene en mí a través de mí». Ahora me acuerdo de aquella la oración de Tagore que estoy seguro tanto Te gusta: «Haz, Señor, que yo sea una flauta de caña, en la que la música que suene seas Tú»[5].

Esa suele ser nuestra equivocación. Ir escondiendo la Palabra de Dios, tan diáfana, vital y penetrante, detrás de la fachada altanera, barroca y a veces ficticia, de mis pobres palabras. Eso es lo que condenaste en los fariseos: Dicen, pero no hacen. Y qué conmovedora confesión, por el contrario, la de Pablo: Cuando vine a vosotros, no lo hice con palabras de humana sabiduría...[6]

Y eso es lo que me pides. No que apantalle a la gente que viene a la parroquia, sino que dé testimonio de Tí. Que deje traslucir a los demás la experiencia que yo he tenido de Ti; que esté [yo] tan tocado por Ti  que no pueda menos que proclamar lo que he visto y oído[7]. Aquello del otro Agustín: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti»[8].

 Es lo que hicieron los Apóstoles: contar su experiencia; lo que han hecho los apóstoles de siempre. ¿Quién esperaba nada de las palabras humanas y de las dotes intelectuales de Juan María Vianney? Pero fue tal su experiencia de Dios, su dejarse inundar, su sentirse canal para hacer llegar a los demás la Palabra, y no protagonista, que personas de Francia entera terminaron arrodillándose ante aquel confesonario de Ars –un pueblecillo insignificante- en el que había una cátedra, muy distinta de la de los escribas y fariseos, cátedra en la que se sentaba al párroco de Ars, quien, por cierto, no se dejaba llamar maestro: sabía muy bien que el único Maestro es Dios ■


[1] Cfr Mt 23, 2.
[2] Cfr  Fil 2, 8.
[3] Cfr Mt 21, 28-32.
[4] Cfr Jn 13, 3.
[5] Sir Rabindranath Tagore (en idioma bengalí, রবীন্দ্রনাথ ঠাকুর), nacido en Calcuta el 7 de mayo de 1861, y muerto en Santiniketan el 7 de agosto de 1941) fue un poeta bengalí, poeta filósofo del movimiento Brahmo Samaj (posteriormente convertido al hinduismo), artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose así en el primer laureado no europeo en obtener este reconocimiento. Tagore, también conocido como Gurú del Amor, revolucionó la literatura bengalí con obras tales como El hogar y el mundo y Gitanjali. Tagore extendió el amplio arte bengalí con multitud de poemas, historias cortas, cartas, ensayos y pinturas. Tagore fue también un sabio y reformador cultural que modernizó el arte bengalí desafiando las severas críticas que hasta entonces lo vinculaban a unas formas clasicistas. Dos de sus canciones son ahora los himnos nacionales de Bangladés e India: el Amar Shonar Bangla y el Jana Gana Pete Manana.
[6] Cfr 1 Cor 2, 1-5.
[7] 1 Jn 1, 3.
[8] Confesiones, Libro 7, 10. 18, 27
Ilustración: Fra Angélico, La conversión de San Agustín

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Haz, en todo momento, la voluntad de Dios, con las fuerzas y gracias del momento presente. No se te pide más.  Acepta de corazón tus limites.  ¿A qué grado de santidad quiere llevarte Dios? No lo sabrás mas que en el cielo. No sondees sus misteriosos designios; no le rehúses nada deliberadamente. Intenta complacerle según tus fuerzas actuales y déjate conducir a donde Él quiera, por sus caminos, sin prisa febril. No te aflijas por tus impotencias, ni aun, en cierto sentido, por tus miserias morales. Te querrías bello, irreprochable. Es una quimera; orgullo, quizás. Hasta el fin, permanecemos pecadores, objeto de la infinita misericordia, a la que tanto valora Dios. No pactes jamás con el mal; permanece desligado de tu perfección moral. La santidad es ante todo algo de orden teologal, y es el Espíritu Santo quien la reparte en nuestros corazones; no somos nosotros quienes la fabricamos. Compararse a los demás en materia de virtud, es hastiarse de la propia mediocridad, o creerse situado en la escala de la perfección; todo esto, obstaculiza y hace ruido. Hay santos de todas las tallas. Tu elevación queda en el secreto de Dios; sin duda, Él no te dirá nada. Haz lo que esté en tu mano. Ama, ofrece a menudo a Dios la santidad inigualable de Jesús, de María y de los santos vivos y difuntos: todo eso te pertenece a ti, beneficiario de la Comunión de los Santos. Ofrécele la santidad global del Cuerpo Místico de Cristo: eso es lo que glorifica al Dios. Tú eres miembro de ese Cuerpo, el menos noble quizás, pero no sin utilidad. Di con convicción y serenidad: Santa María, Madre de Dios, ruega  por mí, pobre pecador.  Y vive en paz bajo las alas protectoras del Dios que te ama LAS PUERTAS DEL SILENCIO, por un monje, Cartuja de Porta Coeli, 2002. 

VISUAL THEOLOGY



The Maestà, or Maestà of Duccio is an altarpiece composed of many individual paintings commissioned by the city of Siena in 1308 from the artist Duccio di Buoninsegna. The front panels make up a large enthroned Madonna and Child  with saints and angels, and a predella of the Childhood of Christ with prophets. The reverse has the rest of a combined cycle of the Life of the Virgin and Life of Christ  in a total of forty-three small scenes; several panels are now dispersed or lost. Though it took a generation for its effect truly to be felt, Duccio's Maestàset Italian painting on a course leading away from the hieratic representations of Byzantine art towards more direct presentations of reality ■






Thirty-First Sunday in Ordinary Time (A)

Tomorrow, your doorbell will ring and little children will stand outside with their well known Trick or Treat. Children love Halloween because they like to pretend. God has given them huge imaginations and with a little cloth here and a mask there they can be anyone their mind tells them they are. The TV and the computer game screen has taken most of the chances to imagine out of a child's life, but Halloween is one of the few opportunities still there for their imaginations to soar. The only problem I have with Halloween is when it becomes a glorification of evil. For most of us, Halloween is just an opportunity for the children to dress up, make believe, and have fun[1].

Putting on a mask and pretending is perfectly acceptable for a child, particularly on Halloween. But, putting on a mask and pretending is not acceptable for a follower of Jesus Christ. God is not satisfied with people imagining that they are great followers of Christ. We are not called to appear to be a holy people. We are called to be a holy people.

In the gospel today Jesus gives the example of the Pharisees. He says they wear all the holy costumes, headbands and tassels in front of their eyes containing inscriptions from scripture. The reason why they did that is because in scripture God says, Keep my words always before your eyes[2]. So, when the Pharisees moved their heads, they would see the words of scripture. According to Jesus, these Pharisees went trick or treating to all the important banquets so that everyone else could see them. That’s all they really wanted. They were just putting on a show. They knew how to hold their arms up in prayer. They pretended to be holy, but they were not holy.

God looks at us and sees many of us trick or treating. He might see a religious leader wearing a nice pious costume and saying all the proper things, but carrying on immoral and perhaps even illegal actions that could not come from the soul of a holy person. He might look at a mother or a father, who quickly proclaim their Christianity, but in reality act as though this is just a costume covering over someone who is not open to God in his or her life…

On the weekend after the children said, "Boo", we are faced with some of the most frightening words in scripture. We are told to fight against our own hypocrisy. How can we do this? Well, for one thing, we cannot demand more from others than we demand from ourselves. As simple as that. As a priest, I cannot demand that others fulfill their worship obligations if I do not fulfill mine. I cannot demand that others fight against immorality if I partake in immorality. You cannot not demand that others be kind and caring, if you are mean to that daughter-in-law or son-in-law you've never liked. If you are young, you cannot claim to be a Christian if you are nasty to other people. If you are still in school, you cannot claim to be a Christian if you join those kids who hurt other kids in your class. We cannot demand that others be good Catholics if you destroy people's reputations on the phone.

My brother, my sister, if we, you and I, can find the courage to let Jesus be our guide, if every aspect of our lives reflects the presence of the Lord in the world, then we would not be wearing masks, but would really and truly be followers of Christ. And so we create a better country, a better society and a better parish.

Halloween is for children. Following Jesus is the serious work of people who are willing to expose their faces and their lives to the world. May the grace of Christ on the Cross, which we receive in the Eucharist, give us the ability to live our Christianity ■


[1] Sunday 30th October, 2011, 31st Sunday in Ordinary Time. Readings: Malachi 1:14 – 2:2, 8-10. In you, Lord, I have found my peace—Ps 130(131). 1 Thessalonians 2:7-9, 13. Matthew 23:1-12.
[2] Prov 4:21. 

Así: te necesito
de carne y hueso.
Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los cielos;
y, a zaga del arcano de la vida,
perfora el caos y sojuzga el tiempo,
y da contigo, Padre de las causas,
Motor primero.

Más el frío conturba en los abismos,
y en los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita el alma
y un asidero!

Hombre quisiste hacerme, no desnuda
inmaterialidad de pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
la palabra es la carne de la idea:
¡Encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!
Así: tangible, humano,
fraterno.

Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y, -Judas sin traición- darte mi beso.

Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡Cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso! De la Liturgia de las Horas
Nuestra historia, aunque marcada a menudo por el dolor, las inseguridades y momentos de crisis, es una historia de salvación y de “restablecimiento de la suerte”. En Jesús termina nuestro exilio, toda lágrima se enjuga, en el misterio de su Cruz, de la muerte transformada en vida, como el grano de trigo que se destruye en la tierra y se convierte en espiga. También para nosotros este descubrimiento de que Jesús es la gran alegría del de Dios, del restablecimiento de nuestra suerte Benedicto XVI, Audiencia General, en la plaza de San Pedro, 10-13-2011.

XXX Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Dicen los que saben que los rabinos de Israel entresacaban de la Escritura 248 mandamientos y 365 prohibiciones. Uno entonces puede perfectamente imaginar al judío practicante totalmente enredado en tal laberinto de leyes y fórmulas, mareado por tener que atender tantos frentes. No sorprende que discutieran su importancia tratando de afrontar al menos las obligaciones primordiales. Ni sorprende que, a la hora de calificar, surgieran distintas escuelas con respuestas diversas; y que incluso lucharan entre ellas por imponer los propios criterios. Así es que llegamos a la pregunta de hoy en el evangelio, una pregunta con cierta trampa, es decir, vamos a ver qué ideas tiene el Rabí de Nazaret: ¿Cuál es el Mandamiento más importante de la Escritura?

Ver a los judíos con su laberinto de leyes, puede prestarse al chiste y al ridículo; pero hoy por hoy no estamos tan lejos. Quien e haya acercado a la pastoral parroquial conoce la cantidad de temas a la hora de hablar de prioridades: ¿Qué es lo más urgente en la acción de la Iglesia? Un día se habla de dar prioridad a la juventud, al siguiente sobre la niñez, o la familia, o la inmoralidad, o la opción por los pobres, la catequesis, las vocaciones, la liturgia, y la espiritualidad sacerdotal...

El católico promedio, el que asiste a misa de 12 en su parroquia ve desfilar cada día distintos predicadores: uno truena contra el libertinaje en que se convierte la libertad; otro habla obsesivamente de los pobres; aquel mantiene su personal y razonable manía de que lo más urgente es tener cristianos bien formados que puedan afrontar la vida; otro acusa reiteradamente a la juventud perdida, que por cierto está ausente; alguien tiene la obsesión, bien cimentada por cierto, de que la parroquia tiene que ser comunidad... ¿Qué es realmente lo importante, lo fundamental, lo que resume todo y da sentido a vocaciones, pobres, liturgia, catequesis, comunidad...? Amar.

¿Amar, qué? Pues amar todo lo que existe: Dios, el prójimo, el propio yo (¡tan difícil!), la naturaleza, la historia, la vida...

Si tuviéramos varios corazones, uno para amar a Dios, otro para el prójimo, otro para la naturaleza, cabría la posibilidad de trabajar con uno y dar descanso a los otros. Pero el hombre es un ser unitario: o ama o no ama. O tiene el corazón abierto, o lo tiene cerrado. Si lo tiene abierto, ama, vive, tiene paz, alegría: es la salvación. Si se repliega sobre sí mismo, no ama, ni vive, se entristece, se amarga, se agria, pierde la esperanza: es la condenación.

El gran problema del hombre es poder amar, y no ver en Dios un Dictador que te exige una hoja de papel cuadriculado donde registres tu vida espiritual; en el prójimo un rival, en la naturaleza un enemigo, en la propia historia un desastre, en la vida "un rollo". Toda competencia o discusión entre la importancia de amar a Dios y amar al prójimo, es irreal y farisaica: tras esa discusión hay siempre un corazón que se repliega sobre sí mismo. Por eso resulta triste que este evangelio, dador de vida como lo es siempre la Palabra de Dios, se convierta en nueva fuente de discusiones farisaicas o de acusaciones partidistas[1].

El gran problema, el problema radical que los hombres tenemos que descubrir y afrontar, es nuestra escasa capacidad de amar. Cada día sentimos la tentación de pensar que Dios lima nuestra libertad, que el prójimo es enemigo o despreciable, que el trabajo es un asco, que la vida es inaguantable.

Lo que necesitamos descubrir es la raíz y la fuente del amor, porque si queremos vivir tendremos que amar. Y la raíz del amor no es la innegable buena voluntad humana, que tropieza siempre en la misma piedra: en lo desagradable, en lo que hiere, en el enemigo. Enemigo puede parecer Dios, como sucede desde Adán en el Paraíso; el enemigo es siempre alguien cercano a nosotros, porque nos incomoda; el enemigo es la cruz de la vida, como gritó Pedro y tentó a Jesús; el enemigo es un yo defectuoso o pecador, como lo vio Judas cuando se ahorcó...

El Amor nace de Dios: de verse cada día querido y perdonado por Él en la propia miseria, y llamado además a ser hijo. El amor no lo producimos; se nos da. Y cuando se recibe, se expande en toda dirección: Dios, hombres, naturaleza, vida...■


[1] M. Flamarique, Escrutad las Escrituras, Reflexiones sobre el ciclo A, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, p. 164

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La libertad no es otra cosa que la oportunidad de ser mejores  
Albert Camus

VISUAL THEOLOGY


Sanctuary lamp ■ Christian churches often have at least one lamp continually burning before the tabernacle, not only as an ornament of the altar, but for the purpose of worship. The General Instruction of the Roman Missal in the Catholic Church, for instance, states (in 316): "In accordance with traditional custom, near the tabernacle a special lamp, fueled by oil or wax, should be kept alight to indicate and honour the presence of Christ." The sanctuary lamp is placed before the tabernacle or aumbry in Roman Catholic, Old Catholic, and Anglican churches as a sign that the Blessed Sacrament is reserved or stored. It is also used in Lutheran churches to represent the presence of God. The sanctuary lamp may also be seen in Eastern Orthodox Churches. Other Christian denominations burn the lamp to show that the light of Christ always burns in a sin-darkened world. Such sanctuary or tabernacle lamps are often coloured red, though this is not prescribed by law. This serves to distinguish this light from other votive lights within the church. The lamp may be suspended by a rope or chain over the tabernacle or near the entry of the sanctuary, or it may be affixed to a wall; it is also sometimes placed on a ledge beside the tabernacle or on an individual stand placed on the floor ■

Thirtieth Sunday in Ordinary Time (A)

Today’s Gospel reading revolves around one question: “Which commandment of the Law is the greatest?” Another way to put this question is to ask, “What do I need to do to achieve salvation?” Sound likes a reasonable question, or at least fits in with our desire to find an instant solution to a problem. The only problem is serving God takes a lot more than a simple action. Love God with your whole mind, your whole heart, and your whole soul, and love your neighbor as yourself, is more an attitude in life than a list of things to do[1].

The poet Maya Angelou was once asked what her lifetime goals were. She answered, oh boy! that she wanted to become a Christian. Maya Angelou is Christian. Her point is that Christianity is an ongoing process of becoming. Every day we take steps to becoming a Christian. And everyday God uses people to find him[2]. You know, people use to ask the wrong question: they often ask, “Where is God?” They should ask, “When is God?” the answer is that God is present when we love him and when we love our neighbor.

I would like to remember this morning the life of a marvelous woman who became God’s vehicle of love. She certainly didn’t start that way. She lived a very lose lifestyle in the 1920's. She had a baby out of marriage, then married, and then divorced. She became a communist, the darling idealism of time. She was no Mother Theresa. In fact, she was the antithesis of Mother Theresa.

But then this woman found God. Actually, He was always there. She just stopped shutting him out of her life. She became a fervent Catholic and a dedicated Christian. In a short period she led a reform within the establish Church of America to reach out to the poor, the needy and the desperate. She was a supporter for social justice and a pacifist.

During her life people suggested that she would be made a saint by the church. She used to say that she didn’t want to be dismissed so easily. After all people tend to view saints as doing that which is beyond normal human life. She was really quite normal, and she wanted normal people to join her in finding Christ in others. Her point was that there was nothing extraordinary in doing what she did. All she did was love God and love neighbor, the ordinary way every Christian should live. The lady I am referring to is Dorothy Day. She has often been called the saint for the third millennium. If you all want to know more about her life, just put her name on Google –Dorothy Day- there is much information, an exemplary Christian life!

…in fewer words, the law and the prophets are summed up by loving God and loving neighbor. This is not something over and above our daily lives. It is the foundation, the structure of our lives. It is that which makes us who we are. Loving God and loving neighbor are the heart of our daily lives, the springboard of our actions, the basis of our decisions, the reason for our prayer life, the motivation of our lifestyle and the very reason why we are here this morning…

Which commandment is the greatest? Well, the commandment to be so close to God that we become His presence for others.

Let us pray together today that we might love God with our whole heart, our whole mind and whole soul, then we will have no choice but to bring God’s love to those around us ■


[1] Sunday 23rd October, 2011, 30th Sunday in Ordinary Time. Readings: Exodus 22:20-26. I love you, Lord, my strength—Ps 17(18):2-4, 47, 51. 1 Thessalonians 1:5-10. Matthew 22:34-40 [St John of Capistrano].
[2] Maya Angelou born Marguerite Ann Johnson on April 4, 1928) is an American author and poet who have been called "America's most visible black female autobiographer" by scholar Joanne M. Braxton. She is best known for her series of six autobiographical volumes, which focus on her childhood and early adult experiences. The first and most highly acclaimed, I Know Why the Caged Bird Sings (1969), tells of her first seventeen years. It brought her international recognition, and was nominated for a National Book Award. She has been awarded over 30 honorary degrees and was nominated for a Pulitzer Prize for her 1971 volume of poetry, Just Give Me a Cool Drink of Water 'Fore I Diiie.

Juventud de Jesucristo,
pureza, fuego y pasión,
con fragante corazón
ve y anuncia lo que has visto.

He visto con Pedro y Juan
a Jesús, que es el Viviente,
y lo he visto Dios presente
donde los hombres están.
Con María Magdalena
he visto al Señor amado,
lo he llorado y abrazado,
le he dicho mi gozo y pena.

Lo he visto en la Iglesia vivo,
lo he visto luz y alegría,
Pentecostés que caía
como el amor compasivo.
Y lo he visto en el dolor
con su hermosura escondida,
latiente Dios de la vida,
sufriendo cual Dios amor.

He visto a Dios encarnado
en cada humano latido,
que el que acampó no se ha ido
y todo ha santificado.
La esperanza es nuestra ruta
que Cristo nos acompaña,
y amor de Dios nunca engaña
a la confianza absoluta.

La Madre, amor silencioso,
estaba fiel junto al Hijo;
ella será mi cobijo
al sentirme temeroso.
Madre, fuerza de mi fe,
necesitada caricia,
eres mi paz y delicia,
y a Jesús en ti veré.

He visto mi vocación,
al ver en él mi verdad:
quiero irradiar su bondad,
y hacer de mi vida un don.
Y si Jesús me llamara
para ser su mensajero,
lo que tú quieras, yo quiero;
nadie de ti me separa.

Lo he visto en el Pan y el Vino,
Jesús nuestro, cotidiano,
de cualquier afán humano
más nuestro por ser divino.
Tu dulcísima mirada
la llevo dentro de mí,
y sé que, al tenerte a ti,
Jesús, no me falta nada 

R.M. Grández, Capuchino; Puebla de los Ángeles
(México) 20 julio 2011.

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (A)

La vida está llena de problemas y dificultades, y en el saber superarlos está la medida de la madurez del ser humano. El niño desconoce los problemas o sabe que son otros –normalmente los padres- quienes se preocupan de resolverlos; el adolescente descubre –dolorosamente- que ya no puede eludir los problemas y sueña con que desaparezcan; el adulto ha descubierto que son precisamente los problemas –el saber hacerles frente- lo que le ayuda en la vida a crecer y a madurar. Nos cuesta entender esto y por eso luchamos sin la ilusión, la esperanza y aún la alegría de quien sabe que su lucha vale para algo más que el simple quitarse de encima un problema. Superar un problema sólo para encararse con el siguiente es algo sin sentido, agotador, que lleva muchas veces al abandono.

Al creyente le puede pasar -y de hecho nos pasa- algo parecido. Y así, cuando nos encontramos con dificultades, los problemas y, en definitiva, el mal en cualquiera de sus formas pronto sentimos la tentación de lanzar la acusación: ¿dónde está Dios?, ¿es que acaso no me escucha Dios? Para muchos creyentes su fe en Dios es una póliza que les da derecho a no tener problemas; pero, claro, como la realidad no es así, vienen los problemas. La realidad es que para el creyente, más que para nadie, debe estar claro que los problemas son el camino que nos posibilita la cercanía a Dios.

El padre de Chardin supo describirlo con su finura y hondura características: «Dios, con tal que nos entreguemos a Él amorosamente, sin alejar de nosotros las muertes parciales (los problemas), ni la muerte final, que esencialmente forman parte de nuestra vida, las transfigura al integrarlas en un plano mejor. Y a esta transformación están no sólo admitidos nuestros males inevitables sino también nuestras faltas, incluso las más voluntarias, con tal de que las lloremos. Para quienes buscan a Dios, no todo es inmediatamente bueno, pero sí es susceptible todo de llegar a serlo»[1].[2].

Quizás uno de los motivos más importantes que explican por qué a veces al creyente le cuesta encontrarse con Dios es porque está demasiado acostumbrado a buscarlo allá arriba, donde brillan las estrellas, cuando en realidad debe buscarlo en la tierra, en la historia, entre los hombres, en los acontecimientos de cada día.

Y esta doble lección (que Dios está con el hombre en la historia, y que el mal es aquello que, por nuestra lucha contra él, nos ayuda a crecer y a madurar) es la que nos presenta la primera lectura de hoy.

Ver así la vida no es sólo cuestión de voluntad. Los que ayudamos a la gente en su camino espiritual con demasiada frecuencia les exigimos que se esfuercen, como si ser cristiano fuese sólo cuestión de fuerza de voluntad. Por supuesto que el esfuerzo y la voluntad son imprescindibles, pero como respuesta al don de Dios que es la fe, como respuesta a la acción de Dios en nosotros, que es el primero que actúa, el primero en amarnos. Quizás si los sacerdotes pusiésemos un poco más de empeño en que los creyentes nos abramos a la acción de Dios, las cosas serían de otra manera. Dios os ha elegido, parece gritar San Pablo en la lectura de hoy. Y esa elección es una verdad que olvidamos con demasiada frecuencia. Por supuesto que no se trata de alardear de esa elección, pero sí de estar agradecidos. Cuando uno se sabe y se siente amado hace todo lo posible por corresponder, con amor –gratitud y gestos- a la persona amada.

Nosotros, la mayoría de las veces, respondemos con obediencia por miedo. Entonces es que no nos sentimos amados por Dios. Y si esa es nuestra situación, tenemos que volver a empezar por el ABC de nuestra fe.

Quizás esta manera de vivir la fe es la que, a la hora de la verdad, nos crea tantos problemas y entonces terminamos por no saber qué es lo de Dios ni qué es lo del César, ni nada de nada. No sabemos poner las cosas en su sitio, no sabemos dar a las cosas su verdadero y justo valor.

Si nos sentimos amados por Dios, sentiremos también todo lo que eso significa. Que Dios nos ama significa que nos ama quien nos ha dado la vida, que nos ama quien todo lo puede, que nos ama el que nos va a rescatar de la muerte. No es un amor cualquiera. Quien se siente amado por Dios sabe que es un amor de otra clase, de otra categoría, de otra dimensión. Alguien dijo, y es verdad, que allí donde terminan los grandes amores humanos, empieza el amor de Dios; allí donde los hombres ya no somos capaces de amar más, allí está el mínimo (es una manera de hablar) del amor de Dios; allí donde los hombres llegamos exhaustos al límite de nuestras posibilidades de amar, allí empieza fresco, lozano y recién estrenado el amor de Dios. El «mínimo» del amor de Dios al hombre está muy por encima del «máximo» posible en nosotros.

Pero esto no hay que saberlo: hay que experimentarlo. Y, experimentándolo, es cuando empezamos a ver las cosas, la vida y los hombres de otra forma. Y entonces empezamos a entender quién es Dios y qué son los césares.

La frase tan aparentemente enigmática de Jesús, en el evangelio de hoy, no es sino una llamada a dar a Dios en nuestra vida el lugar que se merece, y a poner todo lo demás por debajo de él.

El emperador de la dinastía Qin, Quin Shi Huang, estaba más que convencido que no iba a morir nunca, y así lo creían sus súbditos… Hoy sabemos que murió.

En la edad Media estaban más que convencidos que la Tierra era plana, y sólo por afirmar lo contrario la Inquisición se ponía nerviosa y te quemaban. Los inquisidores también estaban más que convencidos de que Dios quería que hicieran esa labor, y de ese modo.

Muchos reyes y linajes escogidos, estaban más que convencidos de su origen sobrenatural, y eso les permitía actuar, sin crearse ningún problema, sin escrúpulos.

Los traficantes de esclavos estaban más que convencidos de la decencia y necesidad social de su comercio, y sus familiares y amigos también.

Los nazis estaban más que convencidos de la superioridad de la raza aria, y eso les daba derecho a eliminar otras razas inferiores, judíos, gitanos, homosexuales, para mejorar el mundo.

Mao estaba más que convencido que un intelectual era una mancha que había que purificar de la atmósfera moral, por esa razón los despreciaba, los humillaba, los condenaba. Mao, y los maoístas estaban más que convencidos de sus ideas.

Los talibanes están más que convencidos de que están cumpliendo los designios de Alá, el más grande. Hacen lo que hacen, actúan así, porque Él lo quiere así.

¿De qué estás tú más que convencido hoy y ahora?. Respecto a ti, ¿en qué estás más que convencido? En tus verdades, tus creencias, ¿en qué estás más que convencido? Después de miles de años aquí abajo, ¿de qué estás más que convencido?

No creas en quien te diga que va a liderar el cambio. No te creas al que te promete que él sí, que él nos salvará. Miente. El que afirme que está libre de contradicciones, te está engañando. No llames rey a nadie, no eres súbdito de nadie[3].

Ningún césar, ningún ídolo, ningún diosecillo puede ponerse a la altura del Dios Padre de Jesús; aunque nosotros, a veces, seamos lo suficientemente brutos como para cometer semejante disparate. Terminemos volviendo por un momento a la primera lectura: Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios... Yo soy el Señor y no hay otro. No lo olvidemos[4].[5]


[1] El medio divino, p. 82
[2] Pierre Teilhard de Chardin S.J. (1881-1955) fue un religioso, paleontólogo y filósofo francés que aportó una muy personal y original visión de la evolución. Miembro de la orden jesuita, su concepción de la evolución, considerada ortogenista y finalista, equidistante en la pugna entre la ortodoxia religiosa y científica, propició que fuese atacado por la una e ignorado por la otra. Suyos son los conceptos Noosfera (que toma prestado de Vernadsky) y Punto Omega.
[3] ¡Gracias, amigo Suso, por prestarme tu texto, gracias con todo mi corazón! Fader
[4] L. Gracieta, Dabar 1993, n. 51
[5] Cfr Is 45, 1.4-6
Ilustración, J. Bosco, El Jardín de las delicias (1485?), detalle del panel central, Museo Nacional del Prado (Madrid). 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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