Juventud de Jesucristo,
pureza, fuego y pasión,
con fragante corazón
ve y anuncia lo que has visto.
He visto con Pedro y Juan
a Jesús, que es el Viviente,
y lo he visto Dios presente
donde los hombres están.
Con María Magdalena
he visto al Señor amado,
lo he llorado y abrazado,
le he dicho mi gozo y pena.
Lo he visto en la Iglesia vivo,
lo he visto luz y alegría,
Pentecostés que caía
como el amor compasivo.
Y lo he visto en el dolor
con su hermosura escondida,
latiente Dios de la vida,
sufriendo cual Dios amor.
He visto a Dios encarnado
en cada humano latido,
que el que acampó no se ha ido
y todo ha santificado.
La esperanza es nuestra ruta
que Cristo nos acompaña,
y amor de Dios nunca engaña
a la confianza absoluta.
La Madre, amor silencioso,
estaba fiel junto al Hijo;
ella será mi cobijo
al sentirme temeroso.
Madre, fuerza de mi fe,
necesitada caricia,
eres mi paz y delicia,
y a Jesús en ti veré.
He visto mi vocación,
al ver en él mi verdad:
quiero irradiar su bondad,
y hacer de mi vida un don.
Y si Jesús me llamara
para ser su mensajero,
lo que tú quieras, yo quiero;
nadie de ti me separa.
Lo he visto en el Pan y el Vino,
Jesús nuestro, cotidiano,
de cualquier afán humano
más nuestro por ser divino.
Tu dulcísima mirada
la llevo dentro de mí,
y sé que, al tenerte a ti,
Jesús, no me falta nada ■
R.M. Grández, Capuchino; Puebla de los Ángeles
(México) 20 julio 2011.
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