Lo sé, Señor, lo sé: una cosa es predicar y otra, dar trigo. Lo sé. Aunque parezca difícil sentarse en la cátedra de Moisés[1], como hicieron los letrados, el magisterio verdaderamente difícil fue el tuyo: te rebajaste hasta someterte a la muerte y una muerte de cruz[2]. Porque hay dos clases de magisterio: el de los que pregonan y no hacen. Y el de los que hacen, aunque no pregonen. Como aquellos dos hijos de los que nos hablaste. Uno dijo: «Voy a la viña». Pero no fue. El otro dijo: «No voy». Pero fue[3]. Lo comprendo perfectamente. El verdadero maestro no es el que más ha leído, o más libros tiene, o más títulos exhibe en su currículum. El verdadero es el que posee la virtud de la coherencia. Y la coherencia consiste en llevar a la práctica las lecciones que se explican en la teoría. La coherencia consiste en predicar y dar trigo. Como Tú, Señor, que por eso un día te atreviste a decir: Me llamáis Maestro y de verdad lo soy[4].
Sin embargo, ahí nace nuestro dilema. Yo no puedo llamarme maestro. De acuerdo. Sin embargo, Tú mismo nos has llamado a tus sacerdotes a ser maestros de tu pueblo, Israel. Pienso también en las catequistas de la parroquia que tanto me ayuda y en ese mar de cristianos comprometidos. Entonces, ¿qué? ¿Nos retiramos?
Lo entiendo, Señor. Tú no me niegas la participación en el magisterio de la palabra. Al contrario, a él me has convocado. Lo único que quieres advertirme es que «esa Palabra no es mía, sino que la he recibido, para que resuene en mí a través de mí». Ahora me acuerdo de aquella la oración de Tagore que estoy seguro tanto Te gusta: «Haz, Señor, que yo sea una flauta de caña, en la que la música que suene seas Tú»[5].
Esa suele ser nuestra equivocación. Ir escondiendo la Palabra de Dios, tan diáfana, vital y penetrante, detrás de la fachada altanera, barroca y a veces ficticia, de mis pobres palabras. Eso es lo que condenaste en los fariseos: Dicen, pero no hacen. Y qué conmovedora confesión, por el contrario, la de Pablo: Cuando vine a vosotros, no lo hice con palabras de humana sabiduría...[6]
Y eso es lo que me pides. No que apantalle a la gente que viene a la parroquia, sino que dé testimonio de Tí. Que deje traslucir a los demás la experiencia que yo he tenido de Ti; que esté [yo] tan tocado por Ti que no pueda menos que proclamar lo que he visto y oído[7]. Aquello del otro Agustín: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti»[8].
Es lo que hicieron los Apóstoles: contar su experiencia; lo que han hecho los apóstoles de siempre. ¿Quién esperaba nada de las palabras humanas y de las dotes intelectuales de Juan María Vianney? Pero fue tal su experiencia de Dios, su dejarse inundar, su sentirse canal para hacer llegar a los demás la Palabra, y no protagonista, que personas de Francia entera terminaron arrodillándose ante aquel confesonario de Ars –un pueblecillo insignificante- en el que había una cátedra, muy distinta de la de los escribas y fariseos, cátedra en la que se sentaba al párroco de Ars, quien, por cierto, no se dejaba llamar maestro: sabía muy bien que el único Maestro es Dios ■
[1] Cfr Mt 23, 2.
[2] Cfr Fil 2, 8.
[3] Cfr Mt 21, 28-32.
[4] Cfr Jn 13, 3.
[5] Sir Rabindranath Tagore (en idioma bengalí, রবীন্দ্রনাথ ঠাকুর), nacido en Calcuta el 7 de mayo de 1861, y muerto en Santiniketan el 7 de agosto de 1941) fue un poeta bengalí, poeta filósofo del movimiento Brahmo Samaj (posteriormente convertido al hinduismo), artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose así en el primer laureado no europeo en obtener este reconocimiento. Tagore, también conocido como Gurú del Amor, revolucionó la literatura bengalí con obras tales como El hogar y el mundo y Gitanjali. Tagore extendió el amplio arte bengalí con multitud de poemas, historias cortas, cartas, ensayos y pinturas. Tagore fue también un sabio y reformador cultural que modernizó el arte bengalí desafiando las severas críticas que hasta entonces lo vinculaban a unas formas clasicistas. Dos de sus canciones son ahora los himnos nacionales de Bangladés e India: el Amar Shonar Bangla y el Jana Gana Pete Manana.
[6] Cfr 1 Cor 2, 1-5.
[7] 1 Jn 1, 3.
[8] Confesiones, Libro 7, 10. 18, 27
Ilustración: Fra Angélico, La conversión de San Agustín.
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