La fiesta universal juntos cantemos,
unidos en un coro cielo y tierra:
el triunfo de Jesús, de cuya frente
la santidad de Dios desborda y llena.

 La Iglesia peregrina mira al cielo,
y ve la inmensa gloria que le espera:
la patria jubilosa de salvados
que el Padre ha reservado como herencia.

 Cantad, hermanos míos celestiales,
la gloria de Dios trino, gracia vuestra;
volved vuestra mirada a nuestra ruta,
en tanto que miramos a la meta.

 Allí mora la Reina de los ángeles,
la Virgen preservada, la primera,
los mártires, testigos fieles en la arena,
las vírgenes y esposos sin afrenta.

 Miríadas un día conocidas
por solo Dios, que mira y nos alienta,
ahora, en comunión de amor perfecto,
sois luz de Dios y hermosa transparencia.

 La paz y el gozo inundan las mansiones
de aquel feliz convite que congrega
a hijos y a dispersos que guardaron
su santa Ley que todo lo renueva.

Ciudad de Dios, festín de eterna Pascua,
el corazón del Padre es puerta abierta,
y amores son los cantos entonados,
cantares que el Espíritu despierta.

¡Oh santa y adorable Trinidad,
mi Dios, mi Creador, mi dulce espera,
tú eres nuestro origen amoroso:
que seas hoy y siempre nuestra fiesta! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap, 
Puebla de los Ángeles, 29 octubre 2010

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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