Si estuviéramos contentos de ti, Señor,
no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que desborda el mundo
y llegaríamos a adivinar
qué danza es la que te gusta hacernos danzar,
siguiendo los pasos de tu Providencia.

Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día que deseabas otra cosa
inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.

Para ser buen bailarín contigo
no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir,
ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.
No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado,
saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos
si la música no formara una armonía.

Pero olvidamos la música de tu Espíritu
y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.

Señor, muéstranos el puesto
que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.

Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana
como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,
como un baile,
como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.
 Señor, ven a invitarnos Madeleine Delbrel

VIII Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Cuentan –no estoy seguro si es verdad; puede ser una de ésas leyendas urbanas- que un personaje inglés que se había convertido al catolicismo porque lo consideraba mucho más claro y preciso que su religión anglicana escribió una carta a su obispo diciéndole que le gustaría poder vivir sin ningún tipo de inseguridad respecto a lo que debía hacer o evitar cada día. Y le pedía, si sería posible, recibir todas las mañanas, a la hora del desayuno, un papel con las instrucciones para su comportamiento durante las veinticuatro horas siguientes puesto que si el Papa era infalible, y los obispos tenían el Espíritu Santo, podían entonces perfectamente decidir lo que cada católico debía hacer para ser fiel a los mandamientos y a la Iglesia, y de este modo se eliminaría toda incertidumbre y los católicos tendrían asegurado el camino del cielo.
Ya digo, no sé si esta historia tiene algo de verdad. Pero, sea como fue pienso que el deseo del personaje se parece al (deseo) de muchos de nosotros de detener claras las leyes, normas y comportamientos que hay que seguir, una especie de recetario que diga lo que hay que hacer, de modo que una vez realizado uno pueda quedar ya tranquilo[1].
Las palabras de Jesús no van por ahí. El que acepta seguir el camino de Jesucristo –el creyente; como tú, como yo- no funciona a base de hacer esto o aquello, para quedar así tranquilo. Eso sería conformarse con el comportamiento de los doctores de la ley y fariseos y –ya lo hemos oído- así no hay entrada en el reino de los cielos. Si llegara a hacerse realidad lo que pedía el personaje inglés, si su obispo o el mismo Papa le llegaran a decir lo que tenía que hacer desde la hora de levantarse hasta la de acostarse, y el hombre lo hiciera y así quedara satisfecho pensando que ya había cumplido, no entraría en el Reino de los cielos. Porque el programa de Jesús, el Camino, es otra cosa.
El Señor no dice: “Además de la ley de no matar, yo os doy otra ley que también tenéis que seguir”: Ni dice: “Además de la ley de no cometer adulterio, yo os doy otra ley sobre los buenos y malos pensamientos”. Jesús no da nuevas leyes, sino algo más profundo: decirnos que no basta con cumplir la ley de no matar, sino que se trata de quitar de nuestro corazón y de nuestro modo de actuar todo lo que pueda hacer daño al hermano. Y para esto no existen límites, no se puede decir “hasta aquí y basta. Listo” sino que se trata de buscar el ideal de vivir plenamente al servicio de los demás y esforzarnos siempre para resolver las tensiones y los distanciamientos, aunque pensemos que la razón está de nuestra parte. Y va aún más allá: si ante el altar recordamos que alguien tiene alguna queja contra nosotros –y no sólo si pensamos que la culpa es nuestra, sino ¡siempre!-, hay que hacer lo que sea para recomponer la unidad, hay que esforzarse para que las cosas puedan llegar a funcionar bien, hay que deshacer malentendidos. Hay que caminar, en definitiva, en la búsqueda del amor pleno, de la unidad plena. Y como sabemos que no lo conseguiremos nunca en la tierra, no podemos decir que ya hemos cumplido.
Esta enseñanza del Señor –o actitud de vida- alcanza a cada dimensión de nuestra vida. Existe un ideal que hay que luchar por alcanzar y al servicio del cual hay que ponerlo todo. Y lograr esto exige esfuerzo, esfuerzo de verdad. Y no sólo el esfuerzo de no ponerse en ocasiones demasiado fáciles con otros hombres o mujeres, sino también el esfuerzo de entender y preocuparse el uno por el otro, de ser capaces de decirse las cosas. Es un esfuerzo que nunca termina. No podemos quedar satisfechos porque cumplimos eso o aquello. Si hay algo difícil de medir es el espíritu humano; si hay algo complicado de juzgar es la propia interioridad o espiritualidad. De internis neque Ecclesiae iudicat, reza el viejo adagio[2].
Quizá sea el momento –al llegar la noche, antes de dormir- de dejar de pensar en “¿Hice todo lo que mi cuadriculada y perfecta agenda me indicaba que tenía qué hacer?” y más bien empezar a pensar “¿Me siento amado por mi Dios Creador y Providente?” ■


[1] Cfr Josep Lligadas, Misa Dominical, 1981/04
[2] La Iglesia no juzga lo interior. 

The Voice of Peter

The Christian faith can never be separated from the soil of sacred events, from the choice made by God, who wanted to speak to us, to become man, to die and rise again, in a particular place and at a particular time. “Always” can only come from “once for all”. The Church does not pray in some kind of mythical omnitemporality. She cannot forsake her roots. She recognizes the true utterance of God precisely in the concreteness of its history, in time and place: to these God ties us, and by these we are all tied together. The diachronic aspect, praying with the Fathers and the apostles, is part of what we mean by rite, but it also in­cludes a local aspect, extending from Jerusalem to Antioch, Rome, Alexandria, and Constantinople. Rites are not, therefore, just the products of inculturation, how­ever much they may have incorporated elements from different cultures. They are forms of the apostolic Tradition and of its unfolding in the great places of the Tradition ■ Joseph Cardinal Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, (SF, CA: Ignatius, 2000), p. 164]

VISUAL THEOLOGY

Reliquary Chasse with Scenes of the Martyrdom of Thomas Becket, The British Museum, London ■ After Becket's canonization in 1173, Canterbury was transformed into a center for pilgrims, and Becket became a widely admired and venerated figure. The pilgrimage that Chaucer's characters make in his Canterbury Tales shows that some two hundred years later the cult of Thomas Becket and the draw of Canterbury were still thriving. Scenes of Becket's martyrdom were a common subject in Limoges enamelwork during the first half of the thirteenth century; some fifty chasses or chasse fragments depicting the saint have survived. With one exception (owned by the Society of Antiquaries, London), only two or three attackers are depicted in the murder scene. A very similar chasse is in the Musée du Louvre, Paris (OA 7745). The front panels of both show the scene of Becket's murder: as he stands by an altar his neck is struck by the sword of one of two knights who advance upon him. In the British Museum chasse Becket stands upright, facing the two knights, with his arms outstretched, as if trying to reason with his attackers; in the Louvre example Becket is facing the altar and he falls onto it with his head turned to the right, looking at the viewer. The front roof sections of both chasses show the saint rising to heaven as he emerges from a cloud, flanked by angels ■

Eigth Sunday in Ordinary Time (a)


It is a real joy for us all to relax in the proclamation of today's Gospel, the teaching on God's love and care for us[1].

The images are beautiful, but we do need to be careful that the message is not lost in the poetry. The underlying message of this passage is pointed to those who are weak in faith, certainly me, perhaps also you. The topic of little faith strengthens those of us whose faith in the Risen Lord is continually assaulted by the situation of our daily needs. We are called to faith not just in times of great spiritual experiences, or in times of personal crisis, we are called to faith in the face of our typical daily needs.

Last Sunday's Gospel was the passage in the Sermon on the Mount that immediately precedes today's Gospel[2]. It contains warnings about limiting the growth of holiness through a strict adherence to the law without going to the heart of the law[3]. The bottom line today is that we are to trust in God to provide, I mean, we should not base our trust on our money. Today's Gospel it is an precise demonstration of the faith we must nurture. 

You know, in the Lord's Prayer we are told to pray to our Father who is in heaven, now we hear that our heavenly Father knows our needs. We pray that his kingdom may come, now we are told that must seek his kingdom and his righteousness and all else will be given to us. We pray that God might take care of our daily needs, our daily bread, now we are told that we must trust in God to take care of today and not worry about tomorrow.

In the age of Google and Facebook, when nothing is attempted unless it is the result of a thorough consultation, today's gospel affects us the same way it affected the wise of Jerusalem. It seems irresponsible to put our full trust in God and not to worry about tomorrow, but this is the radical faith demanded of all Christians.

We are challenged to live as individuals of faith in a materialistically orientated society. We are challenged to live out the Lord's Prayer. We are challenged to put faith in God first, to make his kingdom our priority, to trust in him not in our stuff.

Today's Gospel is not just a poetic image of God's love; it is a challenge to trust in this love and care.

My brother, my sister, when we put God first and have faith in Him, our happiness is no longer dependent on the contents of our closets, our vacation, our cars or houses, or even the people who move in and out of our lives. When we put God first our happiness flows from the presence of God's love in our lives. When we put God first we have the ability to look at the birds of the sky and flowers of the fields and say, “God, how beautiful they are. How good You are. How caring You.”

In today's Gospel the Lord with love and tenderness calls us to enjoy life BUT by trusting in him… if we could only develop that attitude of faith…! Come to me all you who are weary and find life burdensome[4], Jesus will say later on in the Gospel of Matthew, My yoke is easy, my burden is light[5].

Let us pray that the Lord give us the faith to trust in the power of his love in our lives and that we will be people of great faith ■


[1] Cfr Matthew 6:25-34
[2] Id. 38-48.
[3] You remember the precepts: it is not enough to avoid murder, we cannot hate, and so forth. That passage was first pointed at the establishment thought of the Pharisees and Sadducees, the wise men or sages of Jerusalem. The limitations of the wisdom of these same sages is confronted with the enthusiasm a Christian must have in God
[4] Matthew 11:28.
[5] Id. 30. 

El sol radiante no sabe
quién es malo, quién es bueno:
Dios Padre desde su seno
es de todos Padre suave.

Ojo por ojo en la injuria,
quedaremos todos ciegos;
diente por diente en la ofensa,
y sin dientes quedaremos;
y pecado por pecado,
más pecadores seremos.

¡Oh Jesús, misericordia,
en este gran desconsuelo!
 Mi corazón tan herido
en su raíz muy adentro,
siente el pecado bramar,
que en mí siento el mundo enfermo.

Soy pecador en lo oscuro,
por eso soy justiciero.
 ¡Oh Jesús, mi santidad,
tú conoces mi deseo!
No odiarás al enemigo,
le darás perdón sincero,
lo amarás como en la cruz
yo amaba por ti muriendo.

El amor es el milagro,
primicia del mundo nuevo.
¡Amador a lo imposible,
abre, Jesús, tu secreto!

Oh Padre, mi perfección,
tu corazón yo lo quiero,
y todo tu corazón
como mi solo modelo.

Tu corazón, Padre mío,
fue en Jesús el Evangelio;
¡y es mi vida por tu gracia,
Padre…, Padre…, Padre bueno! ■

VII Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Alguien escribió que nuestra vida de sociedad funciona al estilo del eco, y es verdad. Correspondemos a los otros en el mismo modo y cantidad que ellos nos tratan. Con frecuencia devolvemos atenciones y favores según la medida del “tanto, cuanto”. Lo mismo sucede con lo negativo: cuando nos ofenden, la ofensa queda registrada en nuestra computadora interior y tarde o temprano devolvemos la moneda. Todo el Antiguo Testamento transcurre en un contexto en el que la venganza era algo normal, sin embargo con Jesús las cosas cambian: Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Efectivamente, Dios no envió a su Hijo a la tierra para que nos enseñara una doctrina basada en el “ojo por ojo” o “invitación por invitación” o “tú me diste tanto, yo te devuelvo cuanto”. No. Dios es un río que se desborda, una gratuidad que nos inunda. Los que saben de teología, cuando hablan de la gracia que Dios nos da, dicen que no sólo es suficiente, sino, incluso, sobreabundante. Y todo lo hace Dios así. En la creación, por ejemplo, no puso límite al número de las estrellas: cuenta, Abrahán, si puedes, el número de las estrellas[1]. En la Redención hubiera bastado un pensamiento de su mente divina. Pero Dios no entiende nuestras ecuaciones, justo por eso se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz[2]. No escatimó nada. San Juan, testigo de la Pasión, nos escribe un detalle fascinante: De su costado salió sangre con un poco de agua[3]. Era todo lo que le quedaba.
Si así actúa Dios en la economía de su reino, sus enseñanzas no podían ser distintas. En el Evangelio de hoy escuchamos aquello de amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen… y entonces quedan rotas nuestras matemáticas y proporciones al tiempo que queda patente que las relaciones entre seres humanos deben estar regidas por el amor, incluido el de los enemigos. El listón es alto y el modelo muy claro: el Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos[4].
Esto exige muchas cosas. Primero, renunciar a la venganza. Incluso a esa venganza disimulada que consiste en despreciar al enemigo. Después, excusar al adversario, tratando de buscar las causas atenuantes de su actuación. “Quien comprende, perdona”, decía Mme. de Stael. Mucho más elocuentes y decisivas son las palabras del Señor en la cruz: Perdónales, porque no saben lo que hacen[5].
Hace falta también, el olvido de la ofensa. Es decir, adoptar la actitud de quien quiere olvidar. Para ello, tratar al adversario sin ningún aire de superioridad que le recuerde a cada paso: “Te perdoné”.
Para reflexionar un poco más el día de hoy –día del Señor- Quedémonos con la pequeña historia que tanto le gusta citar a Cabodevilla.
El rey de un gran y poderoso imperio decidió entregar un brillante de gran valor a aquel de sus hijos que hiciera la hazaña más heroica. El mayor mató a un dragón que asolaba toda la región. El segundo, con una pequeña daga, redujo a diez hombres fuertemente armados. El rey entregó el brillante al más pequeño, que se encontró con su mayor enemigo dormido en el campo; y le dejó seguir durmiendo ¡Gran hombre este hijo pequeño! ■


[1] Cfr Gen 15, 5.
[2] Cfr Fil 1, 7.
[3] Cfr Jn 19. 34-35.
[4] Cfr Mt 5, 45.
[5] Lc 23, 34. 
Ilustración: L'Écho, study for Une Baignade, Asnières (Bathing Place, Asnières). Conté crayon on Michallet paper. 31.2 × 24 cm. Yale University, Art Gallery (Inventory number 1966.80.11).

VISUAL THEOLOGY


Coptic Manuscript, 700–900, Coptic; Possibly from the Kasr Deir es Surian (Castle of the Monastery of the Syrians), Wadi an-Natrun, Egypt; Written and illustrated in Egypt. Inscribed in abbreviated Coptic: Jesus Christ Victorious, Ink and colored inks on parchment, The Metropolitan Museum of Art ■ Crosses worked in interlaced geometric patterns often appear in Coptic manuscripts. Wealthier monasteries would have had manuscripts even after the Arab conquest of the region in the mid-600s. Coptic, the latest stage of the Egyptian language, is written using the Greek alphabet with seven additional signs. The Arabic text to the right side of each page was for those who could no longer read Coptic ■

Seven Sunday in Ordinary Time (a)

Perhaps the most difficult of all of Christ's commands are those which are expounded in today's gospel: If anyone strikes you on the right cheek, turn the other also… and Love your enemies and pray for those who persecute you[1].

All of us, beginning with myself, are inclined to think that certainly when the Lord says "Forgive them" or "Love them" he cannot be referring to the terrible people who commit horrible crimes. There is something within us that believes that real justice is in the law of talons: an eye for an eye. In reality, we would rather live in an Old Testament world, a world without Christ, than live in a world where we are expected to sacrifice our desire for vengeance to the Lord's command to love our enemies. Christianity has not been tried and found wanting. It has been tried and found difficult.

Perhaps it is for these reasons that some Catholics have quite a bit of difficulty with the Church's position opposing capital punishment. The popes have spoken out numerous times against capital punishment, and the Bishops of the United States voiced their opposition to Capital punishment as a unified body over thirty years ago[2].

It is right here that today's gospel hits home. People tend to confuse retribution with vengeance. Most people, Catholic and non Catholic, support the death penalty not to protect society, but to inflict vengeance upon the criminal.

Time and again we hear the arguments: this person has caused so much pain to the victim and to his or her families that he does not deserve to live. Or "I know my slain son or daughter will rest easier once the criminal is killed." Or, "As long as the criminal is alive, I will never feel that this matter is put to rest."

My brother, my sister, we have to stand strongly behind the principle that all life is sacred, even that of a terrible criminal. The Church cannot at one moment mount a campaign to respect life in the fight against abortion and at the same time ignore the fact that here in the twenty-first century we are still eliminating life in the name of justice[3].

Perhaps the most difficult words we pray today and every day are those words found in the Lord's Prayer: Forgive us our trespasses as we forgive those who trespass against us. That word, trespass, means to cross the line. When we say the Our Father we are saying that we will forgive those who cross the line of common decency so that we also might be forgiven for any ways that we have crossed the line. If we refuse to forgive, if we demand the law of talons, an eye for an eye, if we desire vengeance more than Christ's presence, then we are refusing to accept Jesus Christ himself. In fewer words: if we demand an eye for an eye the whole mankind will be blind

Christianity is continually reforming itself, and Christian society must continually scrutinize its actions to see if it is living up to the standards set by the Lord. Consider slavery. It took almost nineteen hundred years for Christians to recognize that slavery was incompatible with Christianity. It will take many more years for Christians to eliminate the various ways the law of talons has been embedded into our culture. But the standard is there. The standard for what is Christian and what is not Christian is the Law of the New Kingdom, the Sermon on the Mount, and the Word of God.

G. K. Chesterton certainly had it right: Christianity has not been tried and found wanting. It has been found difficult and not tried. But Christ never said that following him would be easy. Nor did he say that his followers would ever enjoy the majority position. Our Lord just said that he would be with us always. That is worth every sacrifice, even the sacrifice of our deepest, darkest desires. Amen ■


[1] Sunday 20th February, 2011, 7th Sunday in Ordinary Time. Readings: Leviticus 19:1-2, 17-18. The Lord is kind and merciful. Ps 102(103):1-4, 8, 10, 12-13. 1 Corinthians 3:16-23. Matthew 5:38-48.
[2] It would be helpful for us to recall this statement and the justifications for their arguments. Back in November of 1980 the Bishops noted that Catholic teaching historically has accepted the principle that the state has the right to take the life of a person guilty of an extremely serious crime and that the state has the right to protect itself and its citizens from grave harm. However, they wrote, in the contemporary American society, the legitimate purposes of punishment no longer justifies the imposition of the death penalty.  The legitimate purposes of punishment are deterrence, reform and retribution. The death penalty was reinstated in 1967. The soaring number of murders in our country since then shows that the death penalty does not work as a deterrent. The criminal who is put to death, obviously, cannot reform even if this reform were to be limited to whatever contributions that criminal could make from a prison cell. Finally, retribution refers to the repayment of stolen property. No amount of retribution can replace the life of the victim.
[3] One of the great gifts of Cardinal Joseph Bernardin, Archbishop of Chicago, is the doctrine of the seamless garment. Basically, this doctrine states that we have to be consistent and support all human life. There is no seam in the garment, no line where the justification for eliminating human life changes. I know that there are some who read this who are thinking that I am taking a liberal position regarding capital punishment. No, I am taking the position of the Catholic Church. The Church does not choose liberal or conservative positions. The Church proclaims the truth and liberals or conservatives decide if this fits into their own agendas.


En el monte Sinaí
la luz anunciaba amor,
y en la vida del Señor
Dios ternura se hizo sí.

Yo no he venido a anular
lo que del cielo venía,
que cuando la zarza ardía,
ardía desde mi hogar.
Dios es uno, Dios es fiel,
Dios amor es santidad
y su infinita bondad
santifica el alma y piel.

En el monte Sinaí
la luz anunciaba amor,
y en la vida del Señor
Dios ternura se hizo sí.

No matarás; mas yo digo
que hasta el leve pensamiento
si lleva resentimiento
será reo de castigo.
Del amor Dios es medida,
y amor no tiene rebaja,
porque el amor es la alhaja
de la esposa embellecida.

En el monte Sinaí
la luz anunciaba amor,
y en la vida del Señor
Dios ternura se hizo sí.

No habrá en tu cuerpo adulterio,
que es el pecado carnal,
mas la raíz de este mal
toca el profundo misterio.
Y tus ojos adulteran
si peca tu corazón,
si los celos, la pasión
la paz del amor alteran.

En el monte Sinaí
la luz anunciaba amor,
y en la vida del Señor
Dios ternura se hizo sí.

Mi Jesús, mi perfección,
que otra mayor no deseo;
a tu dulce pastoreo
consagro mi comunión.
Mi Jesús, mi santo monte:
tú entiendes más que entender,
mi gozo y mi padecer,
porque tú eres mi horizonte. Amén ■ 

P. Rufino Grández, ofmcap.
Puebla, Santo Tomás de Aquino 2011

VI Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Escribir sobre los fariseos puede sonar divertido la realidad es que resulta difícil ser objetivo: solamente el Señor tenía conocimiento, santidad y autoridad para pronunciarse negativamente sobre ellos. ¿Quién de nosotros –igual que los acusadores de la mujer adúltera- podría sentirse tan libre de pecado como para levantar el dedo acusador y tachar a nadie de fariseo? El mismo Jesús no los acusaba por ser fariseos, sino por su soberbia y arrogancia[1].
Para dejar las cosas en su sitio y captar como es debido las palabras del Señor, es bueno recordar que los fariseos eran un grupo religioso judío, anterior y posterior a los años mesiánicos, cuyo nombre derivaba del hebrero perusin (separados) porque se consideraban a sí mismos, digamos, observantes estrictos de la Ley mosáica y, por ende distinto –y superiores desde luego- del resto de la comunidad. Se trataba, diríamos hoy, de grupo importante de personas más bien honorables, con tintes fundamentalistas, aunque sin llegar al rigor de los esenios[2]. Llama la atención que Jesús no les negó ni el trato ni la amistad a algunos de ellos[3]; San Pablo confiesa con cierto orgullo su condición de hebreo y según la Ley, fariseo[4].
Algo parecido habría que decir de los escribas, especie de intérpretes de la Escritura para asuntos concretos. Profesionales a su modo de la teología y del derecho y enseñantes en la sinagoga, estaban alineados ideológicamente, en tiempos de Cristo a los fariseos. El porqué de su hostilidad hacia el Señor lo podemos entender por su oposición a toda novedad y su apego a la letra más que al espíritu, pero sobre todo a su alergia a la salvación universal que irradiaba la predicación del Reino en labios de Jesús mismo.
Con la lectura del evangelio puede venir la siguiente pregunta:¿Contra quienes se indigna el Señor? Sin duda todo parece condensado en esta expresión: Escribas y fariseos hipócritas. Son los intelectuales de salón y a un tiempo los oficialmente buenos, que miran a los demás por encima del hombro criticando la paja en el ojo ajeno desde la viga del propio y están, para colmo, podridos por dentro los que ponen, digamos, nervioso, al Señor y es que la actitud del fariseo falsifica y corrompe las expresiones más puras de la fe y de la religiosidad.
En el Sermón de la Montaña los hipócritas –esta vez no nombra a los fariseos- Jesús desenmascara el ayuno de los de cara triste; la oración de los que rezan para ser vistos y aplaudidos; y la limosna al son de trompeta, por las calles y las plazas. Lo (propio) del cristiano es más bien orar a solas, ayunar bien peinados y con porte impecable, y dar con la mano derecha sin que se entere la izquierda. El fariseísmo falsifica el bien y luego reclama cínicamente para sí los honores debidos al otro.
Fariseísmo –es útil que lo entendamos bien- es la autosuficiencia ante sí mismo, ante Dios y ante los hermanos. El típico fariseo peca por partida triple y miente, porque él no es nadie, ya que todo lo que tiene es de Dios, y porque el pecador de al lado es más grande que él ante los ojos divinos. Uno entiende la cólera del Señor ante el imperio de la mentira, ante la dureza de corazón, ante la vuelta del revés de la jerarquía de valores, y ante la pretensión de unos ciegos que guían a otros ciegos, erigiéndose en maestros de los demás, imponiendo cargas terribles sobre los hombros de los débiles, escandalizando a los pequeños y pervirtiendo a los que los siguen. Terrible éste capítulo de san Mateo, una de las páginas más duras –si no es que la más- de los cuatro evangelios.
Y atención, porque puede darse entre nosotros un fariseísmo parcial, light, pero que se cuela hasta los lugares más sagrados, las conductas más correctas, los empeños nobles, y las instituciones venerables. El fariseísmo es una enfermedad de la religiosidad, y busca su caldo de cultivo en aquellos escenarios y ambientes donde se cultiva la virtud: conventos, parroquias, obispados, asociaciones cristianas, familias creyentes y practicantes.
Vamos a ser honestos: ¿A quién no le roza el interés por quedar bien, quizá con mayor fuerza que el de hacer las cosas bien? ¿Quién está exento del gusto por los primeros puestos o del malestar porque otros los ocupen? Todo eso es muy humano, y Dios lo comprende y perdona, pero hemos de reconocer que es fariseísmo y que nos hace daño.
Con la Eucaristía de éste domingo pidamos todo lo que queramos, pero especialmente que nos libre de la burda mentira de hacer el bien para que nos vean los hombres. Qué difícil –son palabras del Padre Rahner- sacar de nuestras pobres vidas algo sin la menor escoria de egoísmo, sin la búsqueda de autosatisfacción o de imagen, que suba, limpio y directo hasta el trono de Dios[5].
Que el Señor con sus palabras cribe nuestro trigo de nuestra paja, funda nuestra escoria con su oro y nos ayude a ver el límite de la verdad y  de la trampa. El fariseísmo no es la tentación de los ateos recalcitrantes ni de los pecadores empedernidos. Aunque sea en sus versiones más benignas, pero siempre dañinas, nos acecha a cada uno cada mañana desde que suena el despertador ■



[1] Cfr Antonio Montero, Arzobispo de Mérida-Badajoz. 
[2] Los esenios (del griego «Εσσηνοι», «Εσσαιοι» o «Οσσαιοι»; Essinoi, Esenios, Ossa) eran una secta judía del siglo I, cuyo origen se remonta, probablemente al siglo II a.C., tras la revuelta macabea. Fundamentalmente Eran un grupo de ascetas que vivían aislados en comunidades separadas. Según The Interpreter’s Dictionary of the Bible, los esenios eran aún más exclusivos que los fariseos y “a veces podían ser más farisaicos que estos mismos”.
[3] ¿Nicodemo? ¿José de Arimatea?
[4] Cfr Fil 3,5.
[5] Karl Rahner S.J. (1904–1984) fue uno de los teólogos católicos más importantes del siglo XX. Su teología influyó al Segundo Concilio Vaticano. Su obra Fundamentos de la fe cristiana (Grundkurs des Glaubens), escrita hacia el final de su vida, es su trabajo más desarrollado y sistemático, la mayor parte del cual fue publicado en forma de ensayos teológicos. Rahner había trabajado junto a Yves Congar, Henri de Lubac y Marie-Dominique Chenu, teólogos asociados a una escuela de pensamiento emergente denominada Nouvelle Théologie.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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