El sol radiante no sabe
quién es malo, quién es bueno:
Dios Padre desde su seno
es de todos Padre suave.

Ojo por ojo en la injuria,
quedaremos todos ciegos;
diente por diente en la ofensa,
y sin dientes quedaremos;
y pecado por pecado,
más pecadores seremos.

¡Oh Jesús, misericordia,
en este gran desconsuelo!
 Mi corazón tan herido
en su raíz muy adentro,
siente el pecado bramar,
que en mí siento el mundo enfermo.

Soy pecador en lo oscuro,
por eso soy justiciero.
 ¡Oh Jesús, mi santidad,
tú conoces mi deseo!
No odiarás al enemigo,
le darás perdón sincero,
lo amarás como en la cruz
yo amaba por ti muriendo.

El amor es el milagro,
primicia del mundo nuevo.
¡Amador a lo imposible,
abre, Jesús, tu secreto!

Oh Padre, mi perfección,
tu corazón yo lo quiero,
y todo tu corazón
como mi solo modelo.

Tu corazón, Padre mío,
fue en Jesús el Evangelio;
¡y es mi vida por tu gracia,
Padre…, Padre…, Padre bueno! ■

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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