En el evangelio de hoy, vemos cómo Juan el Bautista presenta a Jesús al pueblo de Israel señalándolo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aquel hombre –perfecto Dios también y al mismo tiempo aunque los espectadores no lo sepan- sobre quien se ha posado el Espíritu, es el Hijo de Dios. Sin duda es una buena presentación para aquel tiempo y para los judíos. Pero, hoy la era del facebook y los ipod ¿es buena para presentar a Jesús? ¿Le dice algo al hombre y a la mujer de hoy? Reconozco que es bastante osadía, pero voy a intentar una presentación de Jesús para el hombre de hoy. Apoyado, desde luego, en lo que dice el Bautista y en el evangelio y en cristianos de hoy.
Jesús es hombre, verdadero hombre de carne y hueso, varón. Nace y vive en un concreto momento histórico que en algún modo lo marca y configura desde el rostro hasta el modo de vestir. De él tenemos más datos históricos ciertos que de los otros fundadores de las grandes religiones asiáticas. Sus palabras, sus hechos, la comunidad que de él nace llevan la marca de lo histórico.
Y es un hombre libre. Que predica un mensaje –el que conoce del Padre- sin dinero, sin poder, sin cultura oficial y sin amigos influyentes. Totalmente independiente, al margen (que no en contra), de la religión oficial, del poder político y del económico. Con la fuerza sola de Dios, con su palabra y su vida.
Libre de prejuicios, de familia y de tradiciones, libre hasta de la ley que ya era muy significativa para un judío. Detrás de Jesús no hay intereses ni fuerzas ocultas, ni partido, ni sindicato, por no haber no hay ni siquiera iglesia, ésta vendría con su muerte y la venida del Espíritu Santo. Un hombre del pueblo, salido del pueblo y que convive con el pueblo. Se dirige a todos, no únicamente a los más listos, ni a los más ricos, ni siquiera a los más religiosos, por dirigirse a todos se dirige incluso a quienes no forman parte del pueblo de Israel. No es elitista tampoco es autoritario. Si tiene alguna debilidad son los pobres y los pequeños, los enfermos y los pecadores. Caso nunca visto. Por eso se preguntaban si estaba loco.
Trabajaba –la predicación es un trabajo- sin descanso; tenía la honradez de quien se gana el pan que se come y sabe lo que cuesta. Nunca vivió de rentas ni de privilegios, aunque tenía humildad de aceptar lo que le daban con cariño. Era pobre. Pudo decir aquello de que los pájaros tienen nido y las zorras madrigueras, pero que él no tenía donde reclinar la cabeza.
Jesús era un hombre acogedor. Sobre todo esto. Que lo digan los primeros discípulos y la samaritana y la adúltera y Nicodemo y Zaqueo y la Magdalena y los niños. Encontrarse con Jesús fue para muchos una experiencia definitiva. El cristianismo nace no tanto de los milagros y la doctrina como del encuentro con Jesús. La salvación que él ofrece empieza al nivel del amigo que acoge, comprende y perdona. Jesús no nunca instrumentaliza la amistad. Para él los amigos no son escalones para subir y mucho menos ve a las personas como ganchos para atraer a otros. No es ése el sentido de sus palabras cuando habla de hacer a Santiago y Juan pescadores de hombres.
Jesús predica, pero antes hace. Vive lo que dice. Es hombre claro, de una pieza. Y cuando hay algo que está mal no calla, continúa, hasta morir por lo que predica. Sin duda esto fue doloroso para él, pero supo asumir dignamente, humanamente –más que humanamente- el dolor y la muerte. Era sencillo, humilde, parecía poca cosa, pero era recio y paciente.
No se predicaba a sí mismo, sino el reino de Dios que es paz, fraternidad, libertad, justicia, perdón y, sobre todo, amor. Y explicándolo todo desde arriba. Era exigente, pero frente a la violencia prefirió morir a matar.
Era –es- el Mesías, el Esperado, el Salvador, el Liberador. Así lo entendieron los primeros cristianos y nos lo han transmitido a través de los siglos quienes han creído antes que nosotros.
Así, la salvación de Jesús es una experiencia de vida, y como toda experiencia no es fácil de expresar, se vive. Uno siente que lo que dice Jesús y lo que hizo Jesús es el camino para ayudar al hermano y para encontrarnos a nosotros mismos. Uno siente y trata de vivir, que «imitando a Jesús y lo que hizo Jesús, el hombre puede en el mundo actual vivir, actuar, sufrir y morir realmente como hombre: sostenido por Dios y ayudando a los demás en la dicha y en la desdicha, en la vida y en la muerte».
La voz de Jesús, grabada para siempre en la historia, será la voz de la Buena Noticia, la voz del Buen Pastor, la de la esperanza más allá del dolor y de la muerte.
Llama mucho la atención –al menos a mí siempre me ha tocado mucho- el que Jesús perdonaba con mucha facilidad las debilidades. No iba condenando a la gente que pecaba por exceso. Tampoco las bendecía, pero no las trataba con la dureza que sí tenía con fariseos, y sacerdotes de la Ley. Era como si los así llamados pecados de la carne y cosas así fueran como un río que se desborda, pero tarde o temprano vuelve a su cauce.
El fariseo –y eso es lo que realmente sacaba de quicio a Jesús- era como un río tranquilo, en su cauce, sereno, limpín, pero... ¡ay!, estaba envenenado.
Veinte siglos después, el segundo domingo del tiempo ordinario en el ciclo A el evangelio nos presenta al Cordero de Dios, y comprendemos que el Espíritu de Dios estaba en él. Era Dios, Dios hecho rostro humano. Dios con nosotros y entre nosotros, como uno de nosotros ¿nos atrevemos a acercarnos a Él y a dejarnos amar por Él? ■