Dos amores fudaron dos ciudades.
El amor propio hasta el desprecio de Dios fundó la ciudad eterna.
Y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo fundó la ciudad celestial.
La primera se gloría en sí misma y la segunda en Dios.
Porque aquel que busca la gloria de los hombres
y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de la conciencia.
San Agustín, La ciudad de Dios.
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