¡Viva Jesús Sacramentado! ¡Viva y de todos sea amado!



Ven a mí, dulce Pan de la Vida,
Ven, consuela mi amargo dolor
Soy la oveja que andaba perdida
Lejos, lejos de ti, mi Señor

Sacramento adorable y divino,
verbo santo delicia de dios;
para hallar la salud y la vida,
levantamos a ti nuestra voz.

Ven, angélico pan de los cielos,
a las almas que van de ti en pos;
ven al hombre que gime en la vida.
la amargura de tanto dolor.

Soy el hombre que va fustigado
de la vida de tedio al rigor;
voy llorando mi cielo perdido
en el mar de una fiera pasión.

Tu que formas un cielo en la nada,
a mi nada ven luego señor;
y convierte las sombras en luces
y mi pecho en Alcazar de dios.

Ven, cordero de dulces baladas,
ven alivia mi grande aflicción:
ven herido en el mundo y mis penas
se disipan oyendo tu vos.

¡Bienvenido mana de los cielos!
blanco lirio del valle de Hebrón
aquí tienes un alma que gime
de placer al oír tu perdón.

Soy mendigo que busca en la noche
de su larga ceguera de horror,
una luz que me lleve seguro
a los altos confines de Sión.

Ven pastor adorable, ven tu;
ni un momento me dejes, no, no;
ven y manda que esta alma te adore
porque tuyo es su afecto y su amor.

Ven cordero blanquísimo luego,
porque mi alma se muere de amor;
ven, te dice, mi esposo querido;
ven, y juntos iremos los dos.

De rodillas cantemos el triunfo
y la gloria del dios del amor,
que bajo por salvar a los hombres
hasta el pecho del mas pecador 



Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (2013)


La celebración de la fiesta del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor vuelve a ofrecernos la oportunidad de reflexionar sobre la Eucaristía, la gran fiesta que nos congrega domingo a domingo y nos hace decir que vivimos en comunión y que recibimos la Comunión sin embargo, somos también un pueblo poco comunitario. Nuestra postura cristiana a veces es individualista y, vamos a ser honestos, con cierto tinte de exclusivismo y de interés privado. A pesar de todo, la Eucaristía es signo de unidad. Incluso en lo humano las comidas, los banquetes, suelen ser la expresión de la unanimidad. En torno a una mesa no es difícil superar todas las particularidades y llegar al mutuo acuerdo. Y así, en torno a la sagrada Mesa, la común participación en la Eucaristía es signo de la unanimidad del pueblo de Dios.

Pero la Eucaristía no es sólo un signo, es decir, la expresión feliz de la unidad que ya debe haber, sino que es signo eficaz, o sea, que hace nacer y acrecienta la unión de los cristianos. En torno al altar se edifica y construye la Iglesia de Dios.

¿Qué pasa, pues, que nosotros no acabamos de superar nuestro viejo individualismo? ¿Qué extraño y envejecido mal entorpece la eficacia unificante de la Eucaristía? ¿Por qué la unión simbólica en el templo no tiene realidad al otro lado de las puertas de la iglesia? ¿No es un contrasentido que los que aquí compartimos el mismo Pan, don de Dios, nos neguemos luego a repartir el otro pan, fruto de nuestro sudor, pero también don de Dios? San Pablo, en el fragmento que hemos escuchado en la segunda de las lecturas denuncia esta inexplicable actitud de los cristianos de Corinto: aquella comunidad que comenzó repartiendo el pan material con ocasión de la Eucaristía, había llegado a aprovechar esa misma celebración para hacer ostentación cada cual de sus propias riquezas. Y San Pablo denuncia que en eso no hay nada laudable. Y sí mucho que recriminar.

El punto es sencillo: no estamos comulgando bien. Si ya arqueaste la ceja y te revolviste inquieto en la silla, espera un momento. Sigue leyendo. No estoy hablando de las disposiciones exigidas por el derecho: ayuno y pureza de conciencia. Me refiero a algo más sencillo, más profundo, y más elemental también: comulgar es recibir a Cristo; pero no acaparar a Cristo, monopolizar la posesión de Cristo, retener a Cristo para nuestro uso particular. Comulgar es compartir con los hermanos, pero no anecdóticamente en la Misa, sino de verdad y siempre. ¿Por qué somos capaces de recibir a Cristo sacramentado y rehuimos aceptar a Cristo, el mismo Cristo, presente en nuestro prójimo?

Cuando comulgamos recibimos a Cristo. Pero no podemos olvidar –nos lo recordaba el concilio- que la Eucaristía no tendría sentido sacada del contexto de su institución: la noche víspera de la Pasión. Comulgar es recibir a Cristo que se sacrifica por todos los hombres para el perdón de los pecados. Por eso, comulgar es compartir con Cristo su propio sacrificio en servicio a los hombres. Justo por esto resulta incomprensible toda tentativa de pretender comulgar, conformándose sólo con recibir, sin sentirse al mismo tiempo comprometido a dar, a darse en servicio a los hermanos. En menos palabras: No podemos comulgar con Cristo sin comulgar también con los hermanos. Ni tiene sentido compartir el Cuerpo de Cristo si nos cerramos totalmente a compartir con el necesitado nuestros bienes. Si nuevamente te revolviste inquieto en la silla y pensaste “el Fader se nos vuelve comunista”, copio y pego las entrañables palabras de monseñor Cámara: «Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista»[1].

Celebramos el amor de Dios que muere y se nos da en alimento, para mantenernos unidos a Él, en una misma Iglesia. Por eso es una buena ocasión para reflexionar y examinarse cada cual, de manera que demos a la comunión su debido valor. No el valor que nosotros hayamos podido atribuirle, sino el que el Señor quiso darle: signo eficaz de nuestra unidad


[1] Hélder Pessoa Câmara (n. Fortaleza; 7 de febrero de 1909 - m. Recife; 27 de agosto de 1999) fue un sacerdote católico brasileño posteriormente obispo auxiliar de Río de Janeiro y obispo de Olinda y Recife. 

Ilustración: En la foto aparece Mons. Jorge Carlos Patrón Wong, VII Obispo de Papantla (Veracruz, México), la foto fue tomada poco antes de inciar la Eucaristía para celebrar la fiesta patronal de la comunidad parroquial en san Isidro Labrador, en Diaz Mirón (Veracruz) hace unos pocos días. Mons. Patrón tiene un ministerio apostólico y episcopal impresionante y edificante. Te invito a que te asomes a su perfil en Feisbuk, te vas a sorprender: https://www.facebook.com/obispojorgecarlos 

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Ave verum corpus, natum
De Maria Virgine, 
Vere passum, immolatum
In cruce pro homine,
Cruce pro homine
Cujus latus perforatum
Unda fluxit et sanguine
Esto nobis praegustatum
In mortis examine

Salve, Verdadero Cuerpo nacido
de la Virgen María,
verdaderamente atormentado, sacrificado
en la cruz por la humanidad,
de cuyo costado perforado
fluyó agua y sangre;
Sé para nosotros un anticipo
en el trance de la muerte.
¡Oh, Jesús dulce, oh, Jesús piadoso,
oh, Jesús, hijo de María!

VISUAL THEOLOGY



Bartolomé Esteban Murillo, El triunfo de la Eucaristía, óleo sobre tela, 165 x 251 cm, Oxfordshire, Faringdon Collection, Buscot Park El triunfo de la Eucaristía formaba pareja con la Inmaculada Concepción con seis figuras en la decoración del testero de la nave de la Epístola de la iglesia de Santa María la Blanca (Sevilla, España). La temática vendría relacionada con su ubicación sobre el Comulgatorio. El cáliz con el Santísimo ocupa la parte central del cuadro, sobrevolado por la paloma del Espíritu Santo. La figura que lo sostiene podría ser la Iglesia como suministradora de la Eucaristia, verdadera protagonista de la composición. En la zona de la derecha encontramos un grupo de figuras que adoran el sacramento, representando la fe popular. Destaca en este grupo la facilidad del artista para captar expresiones, tanto en los rostros como en los gestos de los hombres y mujeres presentes en el abigarrado grupo. Una iluminación dorada procedente de la Eucaristía domina el conjunto, organizado a través de un triángulo que tiene como vértice la hostia. Esa luz dorada resbala por los ropajes de los personajes y crea una sensación atmosférica muy similar a la que emplea Velázquez en sus últimos trabajos.  Al igual que su compañero, fue sacado de Sevilla durante la Guerra de la Independencia, siendo vendido en París en 1865 




The Solemnity of the Most Holy Body and Blood of Christ (2013)


Today’s first reading presents a meeting between Abram, later to be named Abraham, and someone called Melchizedek[1].

Let’s place all this in its biblical context. The setting is the area that we now call the Fertile Crescent[2], from the Tigris and Euphrates Rivers down through Syria, Lebanon, and Palestine and into Egypt. Back in the days of Abraham, perhaps eighteen hundred years before Christ, this was an area of small city-states, often ruled by petty kings, and migrating bands of people.  Abraham was one of the leaders of a migrating people.  Only, he was different.  He had been called by God to leave his homeland of Ur in Chaldea to a place where the Lord would establish his chosen people. As we know, he is victorious and becomes the father of the chosen people and the Father of Faith. Abraham is recognized as the Father of Faith to this day by Jews, Christians and Moslems.

Abraham’s story enters into the history of the world in chapter 14 with the presentation of the great battle of Siddim, the battle of the kings, where nine kings met, five against four. The four prevailed and Abraham’s nephew, Lot, who was allied with the King of Sodom, was taken prisoner by King Chedorlaomer of Elam and his three royal allies. That’s when Abraham got involved. One of Lot’s men escaped and pleaded with Abraham to rescue his nephew.  Abraham pursued the four kings and, with God’s help, defeated them. When Abraham returned from the battle, the five other kings met him to celebrate his victory over their enemies.  At this point a new king is presented.  His name is Melchizedek. He is called the King of Salem, a name in Hebrew derived from Shalom, peace.  Melchizedek is presented not just as a King, but as a priest of God the Most High, the same One God whom Abraham served.  Melchizedek  brought out an offering of gratitude, of thanksgiving, to God for Abraham. The offering is bread and wine. Abraham recognizes Melchizedek’s holiness. He also realizes that he owed his victory over the four kings to God. He accepts Melchizedek’s blessing and gives him a tenth of all his possessions[3].

This is all that we know about this Melchizedek. It is enough.  Melchizedek is a priest and king chosen by God to offer a sacrifice of thanksgiving for his faithful ones. The sacrifice is in the form of bread and wine.

Christianity sees in Melchizedek a foreshadowing of Jesus Christ. Jesus, priest and king, is the Eternal Priest and King of Kings who offers a sacrifice of thanksgiving for his faithful ones in the form of bread and wine.  At the same time, Jesus is infinitely greater than Melchizedek in that he is both the sacrifice and the offering, the bread and wine.

Today we celebrate the Lord’s gift, the bread and wine, the Eucharist. The incident with Melchizedek can help us come to a deeper understanding of this mystery. Melchizedek offered a gift of gratitude to God. Jesus’s gift is called the Eucharist, a name that means thanksgiving. When we receive communion we join the Lord in giving thanks to God, the Most High, for his protection of his people.

Melchizedek’s gift was offered for those who were faithful to God.  The Eucharist is the food that Jesus gives to his people, his faithful ones.  It is not meant for those who do not profess and live his faith.  It is not proper for non-believers or part time believers to take this gift.  It is offered only to the faithful ones.

The gift of the Lord, the Body and Blood of Christ that we receive is the greatest gift possible. It is His sacrifice on the Cross made real in the Eucharist for us to eat and be nourished with. Somehow or other, many of us have lost the wonder and awe, the respect and reverence, that the Eucharist deserves. Just consider the number of people who cease attending Church in the summer. Six weeks ago about 70 children received their First Holy Communion. Where are their families now? Some will be in Church this weekend. Some are away on vacation, hopefully attending Mass elsewhere. But many, perhaps over half, simply do not put enough value on the Eucharist to attend Mass regularly. They will respond, “We are good people. We believe in God and that is all that matters.”  But the problem with their argument is that there is no place for God’s greatest gift, the Eucharist, in their lives. The awe, the respect, the reverence for the Eucharist is missing from their lives.

But I do not have to look to others.  There are times that the reverence for the Eucharist is not all it should be in my life, as perhaps also in yours. Too often I prepare for Mass focusing on the homily while not remembering that far more important than the homily is the reception of the Word Made Flesh in Communion.  Perhaps, too often you join the line to receive communion without taking the time to consider what you are doing or whom you are receiving. Too often people receive communion and then head for the doors to beat the parking lot traffic.

The Solemnity of the Body and Blood of the Lord was established in the thirteenth century to promote respect and reverence for the Eucharist. The celebration has retained its purpose. We need to stop today and consider our reception of communion. We need to ask God to rekindle in us and in all our people the awe, the respect, and the reverence that is fundamental to understanding the reality of the sacrament of the Body and Blood of Jesus Christ.

Melchizedek, the King of Salem and priest of God the Most High offered bread and wine and blessed Abraham for his faithfulness.  And Abraham gave him a tenth of his possessions. Abraham saw in Melchizedek the presence of God who had protected him in battle and rewarded his faith. Psalm 110 promised that a time would come when the people would be given a Messiah who would be a priest in the order of Melchizedek. Jesus Christ is this priest and king. His gift to his faithful ones, his gift of thanksgiving, his Eucharist, is to be celebrated and treasured by us, the descendants of Abraham, God’s faithful people


[1] Solemnity of the Most Holy Body and Blood of Christ. Readings: Exodus 24:3-8; Psalm 116:12-13, 15-16, 17-18; Hebrews 9:11-15; Mark 14:12-16, 22-26.
[2] The Fertile Crescent is a crescent-shaped region containing the comparatively moist and fertile land of otherwise arid and semi-arid Western Asia, and the Nile Valley and Nile Delta of northeast Africa. The term was first used by University of Chicago archaeologist James Henry Breasted. Having originated in the study of ancient history, the concept soon developed and today retains meanings in international geopolitics and diplomatic relations.
[3] By the way, this is the source of the biblical concept of tithing. Seeing God as the source of all that we have, we return a tenth back to him.
Ilustration: Abraham and Melchizedek, Verdun Altar, Bergun 1181 by Nicholas of Verdun.


Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!.

I.

Aquella eterna fonte está ascondida.
¡Que bien sé yo do tiene su manida
aunque es de noche!

II.

Su origen no lo sé pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene
aunque es de noche.

III.

Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della
aunque es de noche.

IV.

Bien sé que suelo en ella no se halla
y que ninguno puede vadealla
aunque es de noche.

V.

Su claridad nunca es escurecida
y sé que toda luz de ella es venida
aunque es de noche.

VI.

Sée ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos cielos riegan y a las gentes
aunque es de noche.

VII.

El corriente que nace desta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente
aunque es de noche.

VIII.

El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede
aunque es de noche.

IX.

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida
aunque es de noche.

X.

Aquí se está llamando a las criaturas
y de esta agua se hartan, aunque a escuras
porque es de noche.

XI

Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo
aunque es de noche
San Juan de la Cruz
Cantar de la alma que se huelga de
conoscer (sic) a Dios por fe



Solemnidad de la Santísima Trinidad (2013)


El fin de semana pasado se celebró en Roma un encuentro del Papa Francisco con los nuevos movimientos laicales surgidos en la Iglesia Católica a lo largo del siglo XX. Es habitual que ese tipo de encuentros con el Papa, bajo el nombre de Jornada de los Movimientos Eclesiales, tengan lugar desde 1998 en la fiesta de Pentecostés, porque es el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, es decir, el día que la Iglesia dedica a reflexionar sobre la misión de los laicos o seglares en el mundo. Las palabras del Papa en ésta ocasión –pensamos- son especialmente importantes, por eso las copiamos tal cual las reproduce el Servicio informativo del Vaticano[1]:

Queridos hermanos y hermanas:

En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.

Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios». A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.

1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.

2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura - y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?

3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión. La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.

La pregunta para la conversación con el Señor en éste domingo en el que la liturgia celebra de manera especial el misterio de la Santísima Trinidad es la misma (pregunta) que ya apuntaba el Papa: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia? Que cada palo aguante su vela


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Llegará seguramente la hora en que el hombre, en su íntimo y radical fracaso, despierte como de un sueño, encontrándose en Dios y cayendo en la cuenta de que su ateísmo no ha hecho sino estar en Dios. Entonces se encontrará religado a El, no precisamente para huir del mundo, de los demás y de sí mismo, sino al revés, para poder aguantar y sostenerse en el ser. Es que Dios no se manifiesta primariamente como negación, sino como fundamentación, como lo que hace posible existir... El hombre no encuentra a Dios primariamente en la dialéctica de las necesidades y de las indigencias. El hombre encuentra a Dios en la plenitud de su ser y de su vida. Lo demás es tener un triste concepto de Dios  X. Zubiri, El hombre y Dios, Madrid, 1984, p. 344. 

VISUAL THEOLOGY


Peter de Grebber (alrededor de 1600), Dios Padre invitando a su Hijo a sentarse a su derecha, óleo sobre tela, Museo Catharijneconvent (Uthech, Alemania) 

The Solemnity of the Most Holy Trinity (2013)

This Sunday we celebrate the Solemnity of the Trinity, and rather than give a theological explanation of the dogma, I would like to focus in on what the Trinity means to us as Church and as individuals[1].

The easiest place to begin is with love. The First Person of the Trinity is the Father.  Jesus taught us to call His Father, Our Father.  Actually, more than the formal “father” we are to call Him Abba or Daddy. This is not the view that many of us have of the First Person. We tend to see the Father only as the all powerful Creator with a view similar to the way Michelangelo presented Him on the ceiling of the Sistine Chapel. But the Father is Love. He created us out of love. He sent His Son to deliver us from the death that selfishness and hatred brought upon the world, to restore us to His Love.  The Abba loves us.

We can certainly understand the Love of God in the Second Person, the Son. Jesus Christ is Love Incarnate, Divine Love taken on human flesh. There are many ways that He pours His Love on us, certainly the central way was through the sacrificial love of the Cross. The manifestation of His Love that is so real to each of us is His Compassion. He looks at us and sees out struggles, whether we suffer from that imposed upon us by others, we suffer from the frailness of our bodies, or we suffer from that which we do to ourselves, our sins. The Son understands our weakness and calls us to Himself, calls us to Love.  He is the Compassionate One.

Our ability to respond to the Creative Love of the Father and the Compassionate Love of the Son is infinitely more powerful than any love the human soul can produce. We have been given the Spirit of Love, the Power of Love, the Holy Spirit. The central truth of the Trinity is that we are immersed in Divine Love.  

Back in 1970 there was a Broadway Musical named Godspell, it combined the folk music of the day and traditional Church hymns with a meditation on the Life of Jesus. One of the most famous songs repeated several times throughout the musical was called Day by Day. The lyrics were not the creation of a Broadway songwriter. They came from a prayer written by St. Richard Chichester, a thirteenth century English saint. The Love of God, Father, Son and Spirit is reflected in these petitions.

To see thee more clearly. God created us in His image and likeness. This was the work of the Father, the Creator. To see thee more clearly is to see the image and likeness of God in each other.  We are his people. We live in the Love of the Divine Lover, the Father.

To love thee more dearly. This petition is about God’s gift of his Son, Jesus Christ. Again, a story can be helpful here. On October 12, 2009, Pope Benedict canonized Fr. Damien de Veuster. St. Damien is often referred to as Damien the Leper. He was the courageous priest who ministered to the poor people of the dreadful leper colony of Hawaii at Kaluapappa on Molokai Island. He was not supposed to be there. He was sent because he had been a carpenter and could assemble a small pre-built church for the poor people. Actually, he was the second person sent. A Hawaiin carpenter, a religious brother, had been told to re-assemble the chapel, but after the chapel was unloaded from the ship, just as the carpenter was beginning to work, many of the lepers gathered to see what was happening. The brother was so frightened by their presence that he swam back to the ship and demanded that he be taken back to Oahu. Fr. Damien, a Belgian, was then sent to assemble the chapel and then get out, hopefully within a day. He stayed. At first he was not very successful in convincing the people to come to Church. During the week he would go around the island encouraging people to come the next Sunday, but he was largely ignored. The few who did come heard him begin his homilies with, “You lepers.”  One day, after returning from an long trek around the island, Fr. Damien put his aching feet into a tub of hot water.  One foot didn’t feel the heat. Damien knew what that meant. He had contracted leprosy. The next Sunday he began his sermon with the words: “We lepers.” Like electricity the news spread around the island that Fr. Damien had leprosy. The next Sunday the church was filled to overflowing, and the Sunday after that and thereafter. Fr. Damien had taken on their flesh, their leprous flesh, and become one of them. They loved him more dearly because they experienced how much he loved them[2].

To love more dearly is to love the Second Person of the Trinity, the Incarnate God, the One who has compassion for us, the One who takes on our flesh, even our leprous flesh. To follow thee more nearly is to allow the Spirit of God to work through our lives. The Spirit is the one who draws us into the Mystery of God. The Spirit also works through us to draw others to God. It may be difficult for many of us to understand the Holy Spirit. We want to concretize everything. The Spirit is just that, spiritual. He is God as action, God as verb, God as the very action of loving. We are quite correct when we say that we were inspired to say or do something that led ourselves or others to God.  To follow thee more nearly is to allow this inspiration to take place.

The Mystery of the Holy Trinity is the Mystery of God’s Love.  We live in this Love, the Love of the Father who creates and sustains us, the Love of the Son, the Merciful One, who became one of us and who overflows with compassion for each of us, and the love the Spirit, the One whose presence within us gives us the ability to love as God loves


[1] Sunday 26th May, 2013, the Solemnity of the Most Holy Trinity. Readings: Proverbs 8:22‑31. O Lord, our God, how wonderful your name in all the earth! Ps 8:4-9. Romans 5:1-5. John 16:12-15. [St Philip Neri].
[2] Father Damien or Saint Damien of Molokai, SS.CC. (Dutch: Pater Damiaan or Heilige Damiaan van Molokai; January 3, 1840 – April 15, 1889, born Jozef De Veuster, was a Roman Catholic priest from Belgium and member of the Congregation of the Sacred Hearts of Jesus and Mary, a missionary religious institute.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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