Llegará seguramente la hora en
que el hombre, en su íntimo y radical fracaso, despierte como de un sueño,
encontrándose en Dios y cayendo en la cuenta de que su ateísmo no ha hecho sino
estar en Dios. Entonces se encontrará religado a El, no precisamente para huir
del mundo, de los demás y de sí mismo, sino al revés, para poder aguantar y
sostenerse en el ser. Es que Dios no se manifiesta primariamente como negación,
sino como fundamentación, como lo que hace posible existir... El hombre no
encuentra a Dios primariamente en la dialéctica de las necesidades y de las
indigencias. El hombre encuentra a Dios en la plenitud de su ser y de su vida.
Lo demás es tener un triste concepto de Dios ■ X. Zubiri, El hombre y Dios, Madrid,
1984, p. 344.