Algunos, al parecer, piensan que un santo no
puede en modo alguno sentir un interés natural por ninguna de las cosas
creadas. Se imaginan que toda forma de espontaneidad o disfrute es el gozo
pecaminoso de una "naturaleza caída". Que ser
"sobrenatural" significa ahogar toda espontaneidad con tópicos y
referencias arbitrarias a Dios. El propósito de tales tópicos es, por decirlo
así, mantener todo a distancia, impedir las reacciones espontáneas, exorcizar
los sentimientos de culpa o, quizá, ¡cultivar tales sentimientos! A veces nos preguntamos si esta moralidad no
es, después de todo, amor a la culpa. Algunos suponen que la vida de un santo
solo puede ser un perpetuo duelo con la culpa y que un santo no puede ni
siquiera beber un vaso de agua fresca sin hacer un acto de contrición por
apagar su sed, como si esto fuera un pecado mortal. Como si los santos
ofendieran a Dios cada vez que estiman la belleza, la bondad, las cosas
agradables. Como si los santos no pudieran sentir más agrado que el que les
procuran sus oraciones y sus actos de piedad interiores. Un santo es capaz de
amar las cosas creadas y gozar usándolas y tratando con ellas de una manera
perfectamente sencilla y natural, sin hacer referencias formales a Dios, sin
atraer la atención sobre su piedad y actuando sin ninguna forma de rigidez
artificial. Su amabilidad y su dulzura no les son impuestas por la presión
abrumadora de una camisa de fuerza espiritual, sino que proceden de su
docilidad directa a la luz de la verdad y a la voluntad de Dios. Por eso el
santo es capaz de hablar sobre el mundo sin hacer ninguna referencia explícita
a Dios, de tal manera que lo que dice da mas gloria a Dios y despierta un amor
mayor a El que las observaciones de una persona menos santa, que tiene que
forzarse para establecer una conexión arbitraria entre las criaturas y Dios por
medio de metáforas y analogías gastadas, tan débiles que nos hacen pensar que
la religión es problemática • T. Merton, Nuevas
semillas de contemplación
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