De vez en cuando –o mejor dicho, con más frecuencia- es
bueno escuchar otras voces, otras letras, por eso dejo el texto que mi buen
amigo José Manuel Vidal publicara hace pocos días en su blog[1],
aún con el riesgo de alborotar un poquito al gallinero. Y digo que me parece
oportuno porque sus ideas causan la misma reacción que causara el Señor entre
quienes le oían: escándalo completo. El texto no necesita más presentaciones y
sí nos regala muchas ideas para volver sobre ellas en algún momento tranquilo
del fin de semana. Que cada palo aguante su vela.
…
El Sínodo de la familia está llamado a ser uno de los
hitos del pontificado de Francisco. Por la temática abordada, por los procesos
que puso en marcha y porque el propio papa quiso que se desarrollase con total
parresia, la capacidad de decir lo que se piensa en conciencia con claridad,
franqueza y valentía.
Aún siendo un acontecimiento mayor y pleno de
parresía, el Sínodo no está por encima del papa. Francisco no le entregó su
agenda ni dotó de poderes deliberativos a la asamblea sinodal. Y al final, él y
sólo él tendrá la última palabra sobre todos los temas que aborde el Sínodo,
incluidos los más polémicos y sensibles, como el de los divorciados vueltos a
casar civilmente.
Por eso, todas las campañas (y van ya muchas) de los
rigoristas se centran en denunciar que cualquier “alejamiento de la
disciplina”, lo haga el Papa o el Papa apoyado en el Sínodo, es una “traición a
la doctrina”.
Los rigoristas son esa especie eclesial, poco numerosa
pero muy ruidosa en ciertos círculos especialmente de Internet, que, al igual
que los fariseos imponen “cargas pesadas” sobre las espaldas de la gente. Y lo
hacen con absoluta desfachatez, siempre seguros de sí mismos, de su interpretación
de la doctrina. Una doctrina a la que dicen defender a capa y espada, porque
ellos y solo ellos lo hacen con absoluta transparencia y sin buscar para nada
el aplauso de la gente. Gente y pueblo que, lógicamente, en su interpretación
doctrinaria no sólo es pecadora y busca permanentemente pecar y no salir del
pecado en el que se refocila como puercos en lodazal, sino que, además, como
masa que es, desconoce la doctrina, se deja llevar siempre por el diablo y quiere
vivir sin valores morales.
Es ésta, la de los rigoristas y fariseos, una especie
antigua, que sacaba de sus casillas al propio Cristo, y que se ha perpetuado en
la historia de la Iglesia, que siempre los condenó taxativamente, como su
maestro. Ya en el primer Concilio de Nicea, allá por el 325, excomulgó a los
llamados “puros” y se consideraban como tales.
Hace unos días, Francisco recordó que los divorciados
vueltos a casar no están excomulgados[2].
Al recordar y explicitar, con su habitual estilo catequético, la doctrina común
de la Iglesia, el Papa marcaba el camino de la misericordia a los padres
sinodales. Pero, sobre todo, señalaba a los rigoristas de hoy. A los que le
acusan de ser un Papa débil.
Al proclamar que los divorciados no están
excomulgados, está diciendo a los rigoristas que son ellos los que a menudo los
tratan como tales y que eso no es evangélico ni doctrinal. Y, además, que con
esa actitud no están defendiendo el matrimonio ni entienden el significado
doctrinal profundo de la eucaristía.
Los rigoristas patrios y ajenos ni se han enterado ni
se enterarán. Lo que dice el Papa sólo va a su misa, si coincide con su
cristianismo doctrinario e ideologizado. Y seguirán tronando desde sus pequeños
púlpitos y disparando con tirachinas, creyendo que son misiles. No saben
conjugar el verbo misericordear. Hasta abominan de él y, por lo tanto, del
Evangelio de Cristo, que coloca en su frontispicio al Dios Padre
misericordioso.
En cualquier caso, ya es hora de que sepan estos
'cátaros' de hoy que el silencio habitual de los buenos no implica que
comulguen con sus 'chinas doctrinales'. Los buenos callan, pero siguen al Papa
y, sobre todo, al Dios de la misericordia •
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