Dejo que las
palabras resuenen en mis oídos: Gustad y
ved qué bueno es el Señor. Gustad y ved. Es la invitación más seria y más
íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del
Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos,
más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y
directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice
«leed y reflexionad», o «escuchad y entended», o «meditad y contemplad», sino
«gustad y ved». Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y
agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en
reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de
«gustar» la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con
amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad
que es Dios mismo.
«Gustar» es palabra mística. Y desde ahora tengo derecho a usarla.
Estoy llamado a gustar y ver. No hay ya timidez que me detenga ni falsa
humildad que me haga dudar. Me siento agradecido y valiente, y quiero responder
a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría. Quiero abrirme al gozo
íntimo de la presencia de Dios en mi alma. Quiero atesorar las entrevistas
secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción. Quiero
disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador. El sabe
cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha
creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo
callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.
Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar
el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano
cierra el camino a la sabiduría divina. He de aprender a quedarme callado, a
ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado
en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi
ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la
nada de mi existencia con la totalidad de su ser. Para gustar la dulzura de la
divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia
pasada y todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración.
El alma ante el Señor.
El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el
cuerpo, y los del Espíritu en el alma: amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza[1].
Cosecha divina en corazones humanos. Esa es la cosecha que estamos invitados a
recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en
nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas
del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda. «Bendigo al Señor
en todo momento, su alabanza siempre está en mi boca. Proclamad conmigo la
grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre»[2]
No hay comentarios:
Publicar un comentario