Entonces nuestro buen Señor abrió mi ojo
espiritual y me mostró mi alma en el centro de mi corazón. La vi tan grande
como si fuera una ciudadela infinita, un reino bienaventurado; y tal como la
vi, comprendí que es una ciudad maravillosa. En el centro de esa ciudad se
encuentra nuestro Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, una persona
apuesta y alta, obispo supremo, rey solemne, señor honorable. Le vi
espléndidamente vestido. Se sienta erguido en el centro del alma, en paz y
reposo, y gobierna y guarda el cielo y la tierra y todo lo que es. La humanidad
y la divinidad se sientan allí en reposo; la divinidad gobierna y protege, sin
instrumento ni esfuerzo. Y el alma está enteramente habitada por la divinidad,
supremo poder, suprema sabiduría y suprema bondad. Jesús no abandonará nunca el
lugar que ocupa en nuestra alma, pues en nosotros está su hogar más íntimo y su
morada eterna y es su mayor delicia habitar allí. En esto reveló el deleite que
tiene en la creación del alma del ser humano; pues así como el Padre podía
crear a la criatura, y así como el Hijo podía crear a la criatura, igualmente
el Espíritu Santo quería que el espíritu del ser humano fuera creado, y así se
hizo. Por ello la santísima Trinidad se regocija sin fin en la creación del
alma humana, pues vio, desde antes del principio, que en ella se deleitaría
eternamente • Juliana de Norwich, Libro de Visiones y Revelaciones, cap. 68.
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