Oíste, Virgen, que concebirás y
darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del
Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que
se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente
a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de
misericordia.
Se pone entre tus manos el precio
de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra
eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve
respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa
Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable
posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos,
que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide
el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia
tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la
redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación,
finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde
presto al Ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del Ángel; responde una
palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la
divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas?
Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia
de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí
de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción;
porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la
piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón
a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que
el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en
abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu
alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre
por el consentimiento. Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase
en mí según tu palabra ■ De
las Homilías de San Bernardo, Abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre (Homilía
4, 8-9: Opera Omnia, Edición Cisterciense, 4 [1966] 53-54)
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