Es la tarde de Jueves
Santo y la liturgia nos presenta, digamos, dos entregas. Una es la entrega de
Judas, donde la traición y el beso hipócrita son el resultado; lo que hay
detrás es dinero, interés, unas ganancias. Era más provechoso tener
"liquidez" en el bolsillo, que una vida humana. Los resultados son
conocidos: la prisión, el juicio, la condena... la muerte de Jesús. Desde
siempre –desde que entró el pecado en el mundo- se vende a personas por unas
monedas como consecuencia del egoísmo, la falta de solidaridad, el recelo, la
envidia.
La
otra entrega es la entrega de Jesús: él no vende a nadie sino se da él mismo;
él no busca el interés, ni el dinero, ni la ganancia, sino la vida para sus
amigos, el testimonio que les dará fuerza y ánimo para seguir sus pasos, la
ratificación, con su carne y su sangre de que sus palabras no son sólo palabras,
ni ilusiones, sino realidades tan auténticas y tan serias que, por ellas, se
puede pagar un precio tan caro como el dar la propia vida.
Y
así, en ese gesto de amor, el Señor se deja a sí mismo para permanecer siempre
con los suyos, con nosotros, para que nunca nos sintamos solos ni desamparados
en medio del combate de la vida. Frente a Judas, que lo vende a él por unas
pocas monedas, Jesús se da, se ofrece gratuitamente; se quiere quedar para
siempre con los suyos y se queda. Y entró
para quedarse con ellos, nos contará san Lucas al narrar el encuentro con
los caminantes a Emaús[1].
Vender
o darse; el interés o el ofrecimiento: esa es la disyuntiva con la que nos
encontramos todos los días. Al repetirse día a día en nuestro mundo el drama de
la última cena, necesitamos saber cuál de los dos papeles queremos representar.
¿En lugar de quién nos ponemos? Es fácil responder que nunca nos pondríamos en
lugar de Judas, pero si realmente queremos responder con autenticidad tendremos
que proceder de otra forma: ver en lugar de quién nos solemos poner en la vida
diaria: ¿En lugar de los que no tienen empleo y andan entre la desesperación y
el abatimiento, con pocas o ninguna- perspectiva de solución? ¿En el del
inmigrante? ¿En lugar del anciano enviado al asilo para que no moleste en casa,
del que vive debajo de un puente y que no tiene dónde comer ni dormir? ¿En
lugar del que ha sido metido entre rejas, del drogadicto, de la madre soltera,
del homosexual, de la prostituta? Esa es la única manera válida para saber en
lugar de quién nos ponemos: porque tuve
hambre y me diste de comer... cada vez que lo hacías a uno de los más pequeños,
me lo hacías a mí[2].
Si
ante la imagen de Jesús dándose a los hombres que vemos en el evangelio de hoy no
nos tomamos en serio nuestra conversión, si ante este Jesús que se entrega,
nosotros somos incapaces de ponernos en su lugar, habrá que pensar que nuestro
corazón se ha vuelto duro y frío; quizá hemos perdido la caridad del primer
amor[3].
Porque el evangelio de hoy no es una parábola más o un milagro más, o una
reflexión más, es Jesucristo mismo dándose a los hombres, e inaugurando una
nueva era: la de Dios sirviendo al hombre para que el hombre aprenda a servir a
los demás, en quienes está Dios[4]
■
No hay comentarios:
Publicar un comentario