Exploremos, pues, este magnífico
jardín de la Sagrada Escritura, un jardín que es oloroso, suave, lleno de
flores, que alegra nuestros oídos con el canto de múltiples aves espirituales,
llenas de Dios; que toca nuestro corazón y lo consuela cuando se halla triste,
lo calma cuando se irrita, lo llena de eterna alegría; que eleva nuestro
pensamiento sobre el dorso brillante y dorado de la divina paloma (cfr. Sal
67:14), que con sus alas esplendorosas nos lleva hasta el Hijo Unigénito y
heredero del dueño de la viña espiritual, y por medio de Él al Padre de las
luces (Sant 1:17). Pero no lo exploremos con desgana, sino con ardor y
constancia; no nos cansemos de explorarlo. De este modo se nos abrirá. Si
leemos una vez y otra un pasaje, y no lo comprendemos, no nos debemos
desanimar, sino que hemos de insistir, reflexionar, interrogar. Está escrito,
en efecto: interroga a tu padre y te lo anunciará, a tus ancianos y te lo dirán
(Dt 32:7). La ciencia no es cosa de todos (cfr. 1 Cor 8:7). Vayamos a la fuente
de este jardín para tomar las aguas perennes y purísimas que brotan para la
vida eterna (cfr. Jn 4:14). Gozaremos y nos saciaremos, sin saciarnos, porque
su gracia es inagotable. Si podemos tomar algo útil también de los de fuera [de
los escritores profanos], nada nos lo prohibe; pero comportémonos como expertos
cambistas, que recogen el oro genuino y puro, mientras rechazan el oro falso.
Acojamos sus buenas enseñanzas y arrojemos a los perros sus divinidades y sus
mitos absurdos, pues de todo eso sacaremos más fuerzas para combatirlos ■ S. Juan
Damasceno, El jardín de la Sagrada Escritura (Exposición de la fe ortodoxa, IV
17).
No hay comentarios:
Publicar un comentario