Celebramos con mucha
alegría el nacimiento del Hijo de Dios, y en eso podríamos centrar toda nuestra
atención durante muchos días, sin embargo hay un segundo mensaje de la Navidad
que tampoco podemos olvidar, que debemos como rumiar a lo largo de éstos días. Dios no vino sólo a nosotros –a la
humanidad- hace dos mil años en el portal de Belén. Dios viene ahora a
nosotros. A cada uno de nosotros, por lo tanto no podemos sentirnos excluidos
de esta venida de Dios. El amor de Dios –plenamente manifestado en Jesucristo-
es amor personal a cada persona: a ti que lees y a mi que escribo. Incluso, por
más que quisiéramos, ninguno de nosotros puede excluirse de este amor personal
de Dios.
Contemplar
a Dios hecho niño, asomarnos al nacimiento y al arbolito en silencio quizá nos
pueda ayudar a acoger esta venida tan personal, tan propia, tan amorosa y
entrañable de Dios a cada uno de nosotros. Y recordemos entonces que, en el
camino de Jesús, lo que fue una constante, fue su saber mirar y comprender y
amar a cada persona, a cada hombre y a cada mujer. El Señor nos quiere con
nuestros defectos y virtudes, nuestras luces y nuestras sombras. Su amor por
cada uno de nosotros es verdaderamente incondicional. El Señor se hace especialmente
cercano –es bueno que no lo olvidemos, y Papa Francisco nos lo recuerda
constantemente con su predicación y su vida- a quienes se sentían más
marginados, menos considerados, más alejados de quienes entonces eran los
representantes oficiales de la religión.
Dios
viene a nosotros –a la cueva de nuestra vida personal, a veces ordenada y a
veces sucia y obscura- y espera ser acogido. Él ya conoce nuestra pobreza
personal –conoce nuestro pecado, nuestra mediocridad, nuestros defectos-, pero
quiere venir a nosotros y nos pide que le acojamos. No respondamos –aunque sea
educadamente- que no hay sitio para El en nuestra casa.
Pidamos
hoy, en la fiesta de navidad que es fiesta de esperanza, saber acogerle, saber
hacerle sitio en nuestra vida. Y atrevámonos a preguntarnos –de verdad, pero
también con confianza- qué significa eso para cada uno de nosotros. ¿Qué
significa para mí acoger en mi vida personal la venida de Jesucristo? Quizá no
hallemos en seguida la respuesta, quizá sea algo que debe ir madurando en
nosotros. Pero atrevámonos a preguntarlo.
Que
todos nos sintamos -y seamos realmente- más hermanos unos de los otros, sin
exclusiones, de modo que crezca la calidad de nuestro amor. Porque eso es ser
cristiano. Y que todos queramos acoger en nuestra vida la venida personal de
Dios a nosotros, acoger su Palabra que es Jesús, para que cristianice nuestra
vida, para que nos sintamos realmente queridos por El. Y para que así –no sólo
hoy, sino durante todo este año que vamos a empezar- el amor de Dios dé fruto
en todos nosotros ■
No hay comentarios:
Publicar un comentario