En este tercer domingo de Adviento –el
célebre Domingo Gaudete[1]-
todo nos invita a la alegría, sin embargo alegría,
gozo, felicidad son palabras maltratadas, o que usamos sin darles su
verdadero sentido. El mundo en el que vivimos está empeñado en una alocada y
vacía carrera hacia la alegría. La pregunta es ¿Puede resistir nuestra alegría
una revisión profunda? ¿Por qué nace en nosotros la alegría? ¿Tenemos motivos
para estar alegres? A veces buscamos la alegría en el placer, la pasión o los
sueños. Confundimos la alegría con la satisfacción de pequeñas necesidades, más
con la evasión y la diversión.
No es fácil llegar a la fuente de la
alegría. Quizá no hemos tenido nunca una experiencia de ella. Si alguna vez
hemos llegado a vivirla, es difícil explicarla, describirla, porque pertenece a
lo más intimo de nuestra persona, ¿Es posible la alegría? Muchos de nosotros
vivimos satisfechos, pero no vivimos alegres. El ambiente en el que vivimos
puede sentirse satisfecho en bastantes aspectos, pero aún hay tristeza. Ante
situaciones como las actuales –México, medio Oriente, etc.- no nos
comprometemos, no arriesgamos nada, estamos a la expectativa. Nos contentamos y
justificamos con una mera actitud crítica, pero permanecemos inactivos, aguardando
venir los acontecimientos. Esta falta de riesgo, la inhibición, nos crea un
complejo de culpabilidad y de frustración enormes. Por ello estamos tristes y
no encontramos la alegría, aunque aseguremos (¡ay las redes sociales!) lo
felices que vivimos.
Hermano mío, hermana mía, la alegría
surge en la silenciosa conversación con Dios y en la actividad con sentido, en
la vida, en la aceptación de los problemas, en la capacidad para correr un
riesgo, en el coraje y empuje para las decisiones comprometidas. No temerás, el Señor está junto a ti como un
guerrero que salva, nos dice el texto sagrado[2].
Sin la lucha y el riesgo que suponen todo esfuerzo de superación, de apertura
hacia lo nuevo, de conquista, no hay alegría.
La alegría, como la vida y el amor,
anidan –inexplicablemente- junto al dolor, el esfuerzo, el alumbramiento[3].
Encontramos la alegría cuando optamos por la vida por encima del provecho
personal y aun de la libertad física. Este es el significado, por ejemplo, de las
bienaventuranzas en boca del Señor[4]:
La alegría se experimenta allí donde la vida vence a la muerte, donde el gozo
supera la tristeza. Es el gozo pascual que sobreviene cuando uno se decide a
pasar por la noche oscura de la desesperanza, cuando algo se ha arriesgado de
verdad en el juego de la vida, cuando hay conversión. Y también la
alegría sólo es posible cuando la vida se comparte con otros. Cuando a Juan le
preguntan, ¿qué hay que hacer para alcanzar la alegría mesiánica? Responde que hay
que compartir aquello que se tiene como propio: el que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene, y el
que tenga comida haga lo mismo[5].
La palabra clave es compartir; la
alegría no nace del poseer, sino al dar, al entregarse. Y de un entregarse y
servir y ayudar y acompañar no una vez al año en eventos que luego aparecen en
revistas de papel couche. El
bien no hace ruido y el ruido no hace bien. La alegría surge cuando el
Reino se realiza mediante el encuentro fraternal de las personas por el amor[6].
Tal cual. La pregunta de hoy –y que podemos hacer mientras contemplamos a la
virgen María, causa de nuestra alegría-
es ¿compartimos algo con los demás? ¿Permitimos que los demás compartan con
nosotros? ¿Dónde están las razones de mi alegría y de mi esperanza?[7]
■
[1] Gaudete quiere decir regocijaos en latín, y a este día se le
define de esta manera pues es la primera palabra que se menciona en la
celebración, específicamente en el introito.
Se inicia así, pues busca animar al pueblo a continuar con las preparaciones
para la Solemnidad de la Natividad del Señor (el día de Navidad). El color
litúrgico usado en las vestiduras del sacerdote correspondiente a este domingo
es el rosado, sin embargo se puede seguir usando el color característico del
Tiempo de Adviento, el color morado.
[2]
Sof 3, 17.
[3]
Jo 16, 21
[4]
Jn 16, 20.
[5]
Lc 3, 11
[6]
Hech 10, 34
[7] J. Burgaleta, Homilías Dominicales. Ciclo B, PPC, Madrid 1972, p. 19-22; Cfr. 1Pe
3, 15.
Ilustración: J. Vermeer, La tasadora de perlas (1662-1666), National Gallery of Art (Washington)
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