Noviembre es un mes en el que la liturgia constantemente habla de la eternidad.
No sólo porque el otoño, con la caída de las hojas, nos hace pensar en la finitud
de nuestra vida, sino porque la liturgia misma nos regala una serie de fiestas
que tienen un hondo sentido escatológico. Primero es la solemnidad de Todos los
Santos, la narración del inmenso cortejo de los señalados que con palmas y blancas vestiduras aclaman al que se
sienta sobre el trono y al Cordero[1].
Luego viene la Conmemoración de los Fieles Difuntos, que nos recuerda el
sentido pascual de la muerte, y finalmente las dedicaciones de las basílicas del
Salvador y las de San Pedro y San Pablo, que nos llevan a pensar, a través de
la iglesia material, en el tabernáculo de Dios entre los hombres, en la Iglesia
del cielo, adornada como una novia que
sale a recibir al esposo[2].
Este domingo nuevamente se vuelve a interrumpir el ciclo
del Tiempo Ordinario para la dedicación la basílica de San Juan de Letrán que,
asentada en el monte Celio[3], es
"madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe". Es la catedral
del Papa, su toma de posesión significa la suprema investidura del poder en el
gobierno eclesiástico de Roma y del mundo[4].
Esta fiesta nos invita a detenernos un momento y a reflexionar
en el misterio de la alianza entre Dios y los hombres. Dios, por la encarnación
del Verbo, erigió su tabernáculo entre los hombres, y así somos su pueblo y él es
nuestro Dios[5].
La iglesia es el lugar de su morada, donde los hombres nos reunimos con Él. Más
aún: la iglesia no es solamente el lugar, es también el signo de la alianza. La
Iglesia, esposa del Cordero, celebra cada día sus místicas nupcias en el
edificio material que ha consagrado. En él y en la misa se hace presente el
sacrificio de la cruz, en el cual Cristo se ha entregado para santificarla, a
fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga, sino santa e
intachable para unírsela en calidad de esposa. Es ahí donde sin cesar da a luz
nuevos hijos a Dios, como lo dice la antigua inscripción del baptisterio de
Letrán:
Virgíneo fetu genitrix Ecclesia natos
quos spirante Deo concepit amne parit...
Fons hic es vitae qui totum diluit orbem
Sumens de Christi vulnere principium[6].
Es ahí donde, por los sacramentos, prepara las piedras
vivas escogidas que construyen poco a poco el templo de Dios, porque la alianza
no está solamente sellada con la Iglesia en su totalidad, sino que cada alma
está invitada a unirse a Dios en Cristo y a predicar el evangelio,
preocupándonos de los demás, especialmente los más débiles o desprotegidos.
Celebramos pues el aniversario de la catedral del obispo del Roma –del
Papa- y tenemos delante un buen momento para hacernos preguntas y para tomar
conciencia de que en esta época, en que la humanidad abarrota otros templos –cines,
estadios, discotecas- es bueno recordar las palabras del salmo: Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la
golondrina un nido: tus altares, Señor de los ejércitos[7]
■
[1]
Cfr. Apoc 7, 14.
[2] Ídem 2,9.
[3] La
Colina de Celio o Monte Celio (en latín: Collis Caelius, en italiano Celio) es
una de las siete colinas de Roma. Su extensión oriental tenía el nombre de
Celiolo (Caeliolus). Bajo el reinado de Tulio Hostilio, la población del Lacio
de Alba Longa fue forzada a establecerse en el monte Celio. La tradición que
narra Tito Livio cuenta que la colina recibió el nombre de Celio Vibenna, bien
por establecer un campamento allí o bien porque su amigo Servio Tulio se lo
dedicó en su honor a su muerte. Durante la República de Roma fue una zona
residencial de los más ricos de entre los romanos. Los trabajos arqueológicos
en las Termas de Caracalla han descubierto restos de magníficas villas romanas
en un muy buen estado de conservación, con espléndidos murales y mosaicos. En
ella se encuentra en la actualidad la Basílica de San Juan y San Pablo y la
antigua Basílica de San Stefano Rotondo.
[4] Del
palacio que los "Laterani" poseían desde el siglo I en el Celio,
viene el nombre de Letrán. Más tarde, bajo Constantino y aconsejados por Osio
de Córdoba, Fausta, su esposa, hizo donación de su palacio a los Papas para su
residencia habitual, y el emperador-según cuenta una legendaria tradición-, en
agradecimiento a San Silvestre por el hecho de haberle curado milagrosamente de
la lepra, le hizo entrega de los territorios donde el Pontífice, apoyado por el
favor imperial, hizo construir la basílica de San Juan de Letrán, denominada
también "Constantiniana". ¿Hubo donación jurídica? Nada se sabe. Sin
embargo, Melciano, valiéndose del derecho que le daba el edicto de Milán,
celebró en 313 un sínodo romano en la domus Faustae in Laterano; el papa Dámaso
fue ordenado en la basílica, y de la fecundidad de su baptisterio, Prudencio
canta sus glorias.
[5] Cfr. Ex 6, 7-9.
[6] La
Madre Iglesia da a luz con virginal parto a los que concibieron bajo la
inspiración de Dios en las aguas. Esta es la fuente de la vida, que riega a
todo el orbe y de las heridas de Cristo tomó su origen.
[7] Sal 84, 3.
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