Conténtate de no ser todavía santo, aunque te percates de que la única cosa
por la cual vale la pena vivir es la santidad. Así estarás satisfecho dejando
que Dios te guíe hacia la santidad por caminos que no puedes comprender.
Pasarás por una oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo ni te
compararás con los demás. Los que han seguido este camino hallaron finalmente
que la santidad está en todo y que Dios los rodea por todas partes. Después de
abandonar todo deseo de competir con los demás, se despiertan de pronto y
descubren que el gozo de Dios está en todas partes y pueden regocijarse por las
virtudes y bondad de su prójimo más que no habrían podido hacerlo por las suyas
propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres
con quienes viven, que ya son incapaces
de condenar lo que ven en el otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver
bondad y virtudes que nadie más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se
consideran, ya no se atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya
impensable. Pero ya no es fuente de gran sufrimiento y lamentación: han
alcanzado finalmente un punto en que dan su propia insignificancia por supuesta
y ya no se interesan en sí mismos ■ T. Merton,
Semillas de Contemplación.
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