Y cuando todo pase
será el octavo día;
la dicha que allí nace
será mi propia dicha.
Yo templo no lo vi
en la ciudad de arriba,
si sol que se apagara,
ni luna mortecina.
Mas vi una luz preciosa
de lámpara divina,
y vi a Jesús glorioso
brillar con lumbre viva.
Y unánimes, radiantes,
a Cristo bendecían,
y al Padre y al Espíritu
con palmas que blandían.
¡Amén por Jesucristo,
la estrella matutina!;
¡honor a quien posee
el árbol de la vida! Amén
Belén, septiembre 1984,
R. M. Grández (letra) – F.
Aizpurúa (música), capuchinos,
Himnario de las Horas, Ed. Regina,
Barcelona 1990.
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