Quien dice la gente que
es el Hijo del Hombre? La gente se hacía
preguntas sobre Jesús porque asombraba con lo que hacía y decía. La respuesta
que el Señor recibe es, digámoslo así como poco profunda, como demasiado
general: Juan Bautista que ha vuelto, Elías, o Jeremías o uno de los profetas. Nada
que comprometa. Cosas o personas del
pasado. Hoy seguimos intentando responder a esa misma pregunta. Hay quien dice
que no existió y que toda esa historia es un cuento. Otros aseguran que fue una
gran figura o incluso un genio religioso; algunos que un revolucionario o incluso
el Hijo de Dios. Pero –es la verdad- lo que se decía o lo que se dice sobre
Jesús no compromete a nadie de verdad, entre otras razones porque pocas veces
se responde en singlar, lo hacemos “en
manada”, de manera general.
Cuando los apóstoles refieren en Cesarea lo que decía la
gente, aún no responden a Jesús como creyentes. Se limitan a ser portadores de
la opinión, más o menos difundida, y cuentan lo que oían que se decía del Maestro;
no se trata de una respuesta personal.
Hoy podemos quedarnos a ese nivel –el de los cristianos convencionales- y no
dar un paso más en la auténtica fe.
Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo? El Señor dirige rápidamente su pregunta
a aquellos a quienes había llamado a su presencia y a seguirle. Pedro, Juan,
Andrés... cada uno en persona había sido puesto de pronto frente a La pregunta.
Esta es justamente la situación de la fe, una situación que pone a la persona
al descubierto ante la palabra de Jesús que interroga a sus discípulos.
Hoy escuchamos la misma pregunta, pero conscientes de que
no somos nosotros quienes la formulamos y menos aún quienes preguntemos a Jesús.
Es él quien nos interroga y nos compromete. La fe es responsabilidad, nunca
convencionalismo y rutina. La fe es encuentro con Jesús que nos llama a su
presencia y a su seguimiento, nunca un escondite
para perderse en la falsa seguridad de un grupo o de una masa.
Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios. Simón toma la palabra y asume
la responsabilidad. Aquel pescador confiesa no lo que decía la gente, sino lo
que el Padre le revelaba y lo que él sentía en su interior. Por eso recibió un
nombre nuevo: en adelante se llamaría Pedro, y será la cabeza de la Iglesia que
nace. En adelante será creyente, un testigo, y, por lo tanto, un enviado. Pedro
es ya alguien concreto en la historia de la salvación. Y sabemos que esa
historia no la hace la gente, o la naturaleza, sino las personas.
Hoy es un buen día para sentir la alegría de ser miembros
de esta Iglesia fundamentada en la fe de los apóstoles, fe que Pedro ha
confesado. Sabemos bien que la Iglesia está llena de infidelidad y de pecados.
Que a menudo ha traicionado –hemos traicionado entre todos- la fe viva que
profesa y que le une, pero tiene dentro al Espíritu, que la mantiene viva, viva
con aquella fe que los apóstoles vivieron y que han hecho llegar hasta
nosotros, miles de años después ■
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