Cómo podemos vivir en medio de un mundo marcado por el miedo, el odio y la
violencia, y no ser destruidos por él? Cuando Jesús ora al Padre por sus
discípulos responde a esta pregunta diciendo: No te ruego que los saques del mundo, sino que los protejas del Malo.
Vivir en el mundo sin pertenecer al
mundo resume la esencia de la vida espiritual. Esta nos hace ser
conscientes de que nuestra verdadera casa no es la casa del miedo, en la que
gobiernan los poderes de odio y la violencia, sino la casa del amor, donde Dios
reside. Apenas hay un día en nuestras vidas sin que tengamos la experiencia
interior o exterior de miedos, ansiedades, aprensiones y preocupaciones. Estos
poderes oscuros han impregnado nuestro mundo hasta tal grado que nunca podremos
escapar totalmente de ellos. A pesar de todo, es posible no pertenecer a estos
poderes, no construir nuestra morada entre ellos, y elegir la casa del amor
como nuestra morada. Esta elección no se hace de una vez por todas, sino
viviendo una vida espiritual, orando en todo momento y respirando así el mimo
respirar de Dios. A través de la vida espiritual nos trasladamos poco a poco de
la casa del miedo a la casa del amor. Nunca he visto representada la casa del
amor de una manera más bella que en el icono de la Santísima Trinidad, pintado
por Andrei Rublev en 1425 en memoria del gran santo ruso Sergio (1313-1392).
Para mí la contemplación de este icono se ha convertido poco a poco en un
camino para entrar más profundamente en el misterio de la vida divina al mismo
tiempo que permanezco totalmente comprometido en la lucha de nuestro mundo
lleno de odio y miedo ■ H. Nouwen,
La belleza del Señor. Rezar con los
iconos, Nancea, 1988
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