Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María (2014)

Hoy celebramos el triunfo de la vida sobre todas las fuerzas de la muerte que hay en el mundo, esta fiesta es, digámoslo así, como la Pascua de María ¡Dichosa tú, que has creído!, podemos repetir con Isabel; lo que te ha dicho el Señor se ha cumplido ¡Dichosos los que hemos creído!

Hoy, al contemplar cómo el triunfo de Jesús rebosa y se derrama sobre su madre –la primera de todos los cristianos- el corazón se nos llena de gozo y de esperanza, y es así porque tenemos fe, porque creemos. Creer es edificar nuestra existencia sobre una esperanza que nos hace mirar hacia arriba y seguir adelante, una esperanza que está anclada donde está Cristo con el Padre. Todos somos de Adán, de tierra; por eso todos morimos. Pero los creyentes llevamos una semilla que ha nacido de arriba; por eso viviremos con Cristo y con María.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a vivir nuestra fe en la sencillez de nuestra vida cotidiana, a seguir al Señor tal como lo vamos conociendo: a tanteos, en un caminar que a veces se hace un fácil y a veces es todo oscuridad. Todo invita a sentirnos creyentes –¡lo somos!- y a contemplarla a ella, que es la Madre y modelo de los creyentes.


Esta fiesta tan entrañable de la Asunción nos descubre que todos tenemos una misión en favor de los otros y que se nos da la oportunidad de cumplirla con la única vida que tenemos, con las únicas manos que nos han sido dadas. Con todas las peculiaridades que cada uno de nosotros recibimos. El misterio de la Asunción nos dice también una palabra sobre la solidaridad de María con nosotros los hombres de hoy: nuestra humanidad eleva sus ojos a la Madre y la sabe intercesora. Entendemos que, en el misterio de Dios, los lazos que nos unen a la que es una como nosotros se hacen cercanía. Madre de los que buscan la fe, Madre de los que la confiesan, Madre de los que se consagran a los demás, Madre de los pobres, Generadora de Vida y Esperanza...¡Cuántos títulos! Con ellos la Iglesia descubre en María un misterioso acceso femenino y materno a Dios!  La fe de la Iglesia –ese camino sencillo de la piedad- los fue comprendiendo y manifestándolo y hasta hacerlo práctica y patrimonio común de los creyentes. Y hoy sabemos mucho más: que no sólo es Madre de los creyentes, sino también de todos los hombres.

¡Bendita solemnidad de la Asunción! ¡Bendito misterio que nos hace comprender que una como nosotros vive en cuerpo y alma para siempre con Dios y desde ahí intercede por nosotros! ■

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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