Hoy celebramos el triunfo de la vida sobre todas las fuerzas de la muerte que
hay en el mundo, esta fiesta es, digámoslo así, como la Pascua de María ¡Dichosa tú, que has creído!, podemos
repetir con Isabel; lo que te ha dicho el Señor se ha cumplido ¡Dichosos los
que hemos creído!
Hoy, al contemplar cómo el triunfo de Jesús rebosa y se
derrama sobre su madre –la primera de todos los cristianos- el corazón se nos
llena de gozo y de esperanza, y es así porque
tenemos fe, porque creemos. Creer es edificar nuestra existencia sobre una
esperanza que nos hace mirar hacia arriba y seguir adelante, una esperanza que está
anclada donde está Cristo con el Padre. Todos somos de Adán, de tierra; por eso
todos morimos. Pero los creyentes llevamos una semilla que ha nacido de arriba;
por eso viviremos con Cristo y con María.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a vivir nuestra
fe en la sencillez de nuestra vida cotidiana, a seguir al Señor tal como lo
vamos conociendo: a tanteos, en un caminar que a veces se hace un fácil y a
veces es todo oscuridad. Todo invita a sentirnos creyentes –¡lo somos!- y a
contemplarla a ella, que es la Madre y modelo de los creyentes.
Esta fiesta tan entrañable de la Asunción nos descubre
que todos tenemos una misión en favor de los otros y que se nos da la
oportunidad de cumplirla con la única vida que tenemos, con las únicas manos
que nos han sido dadas. Con todas las peculiaridades que cada uno de nosotros
recibimos. El misterio de la Asunción nos dice también una palabra sobre la
solidaridad de María con nosotros los hombres de hoy: nuestra humanidad eleva
sus ojos a la Madre y la sabe intercesora. Entendemos que, en el misterio de
Dios, los lazos que nos unen a la que es una como nosotros se hacen cercanía.
Madre de los que buscan la fe, Madre de los que la confiesan, Madre de los que
se consagran a los demás, Madre de los pobres, Generadora de Vida y
Esperanza...¡Cuántos títulos! Con ellos la Iglesia descubre en María un
misterioso acceso femenino y materno a Dios! La fe de la Iglesia –ese camino sencillo de la
piedad- los fue comprendiendo y manifestándolo y hasta hacerlo práctica y
patrimonio común de los creyentes. Y hoy sabemos mucho más: que no sólo es
Madre de los creyentes, sino también de todos los hombres.
¡Bendita solemnidad de la Asunción! ¡Bendito
misterio que nos hace comprender que una como nosotros vive en cuerpo y alma
para siempre con Dios y desde ahí intercede por nosotros! ■
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