Lo amable de la humanidad que Dios ha tomado consigo mismo en amor, después
de todo, ha de verse en la humanidad de nuestros amigos, nuestros hijos,
nuestros hermanos, la gente que amamos y que nos ama. Ahora que Dios se ha
encarnado, ¿por qué nos empeñamos tanto, todo el tiempo, en desencarnarle otra
vez, en destejer la vestidura de carne y reducirle de nuevo a espíritu? Como si
el Cuerpo del Señor no se hubiera hecho “Espíritu dador de Vida". Se puede ver
la belleza de Cristo en cada persona individual, en lo que es más suyo, más
humano, más personal en él, en cosas de que un asceta aconsejaría severamente
prescindir. Pero esos apegos, también son importantes para nuestra vida en
Cristo, y he observado que los novicios que tratan de desprenderse con
demasiada severidad de sus parientes y amigos, y de las demás personas en
general, a menudo carecen de una importantísima dimensión espiritual en sus
vidas, y con frecuencia fallan en absoluto como monjes. Los que son más
“humanos” son mejores monjes, precisamente porque son más humanos y porque no
creen, sencillamente, las intimaciones de los que tratan de decirles que deben ser
menos humanos ■ T. Merton,
Conjeturas de un espectador culpable, 198.
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