XIV Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Venid a mí todos los que estáis cansados, acabamos de escuchar en el evangelio. Somos algo mucho más importante que nuestro trabajo, oficio, cargo o profesión. Somos seres humanos hechos para vivir, amar, reír, ser. Por eso, en contra de lo que muchos puedan pensar, descansar no es tan fácil. Porque no es divertirse dando rienda suelta al consumo, ni irse de vacaciones para alardear o alimentar la propia vanidad. Descansar es reconciliarse con la vida. Disfrutar de manera sencilla, cordial y entrañable del regalo de la existencia. Hacer la paz en nuestro corazón. Limpiar nuestra alma. Reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos. Por eso, no hay que recorrer largas distancias para encontrar descanso. Basta recorrer la que nos lleva a encontrar la paz en nuestro corazón. Si ahí no la hallamos, inútil buscarla en ninguna parte del mundo.

Necesitamos salir al aire libre y encontrarnos con la naturaleza. Pero necesitamos también salir de nuestros egoísmos y mezquindades, y abrirnos a la vida y a las personas, teniendo una profunda actitud de servicio. Descansar es descubrir que uno está vivo, que puede mirar con ojos más limpios y desinteresados a los que están alrededor, que es capaz de enamorarse de las cosas sencillas y buenas, que hasta se puede tomar uno tiempo para ser feliz.

Pero sólo descansamos cuando liberamos nuestro corazón de angustias egoístas y de las mil complicaciones que nos creamos sin necesidad alguna. No basta salvarnos de la asfixia que el nerviosismo, la ansiedad, el ruido, la agitación o el trabajo producen en nosotros. No se puede descansar cuando la insatisfacción, la tristeza, el miedo, el remordimiento o la culpabilidad nos atenazan.

¿Cómo transformar todo esto en paz? ¿Cómo dejarnos iluminar en lo más hondo de nuestro ser? ¿Cómo acoger de nuevo la energía de la vida?

Los cristianos sabemos que Dios forma parte de nuestra vida pero no como un ser impersonal y lejano, sino como amigo querido y cercano, que Él es camino de paz, de iluminación interior, de unificación de todo nuestro ser, perdón y liberación de nuestras contradicciones, errores y pecados. Abrirnos a Dios y encontrarnos con Él es encontrar descanso verdadero. Tal cual. Ojalá, al organizar nuestras vacaciones, sepamos escuchar en las palabras de Jesús la llamada de ese Dios amigo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, y pasemos tiempo con Él[1]. Jesús está en la Eucaristía y en la liturgia, en la oración y en la contemplación, pero también está en el campo, en la puesta de sol junto al mar, en la montada a caballo, en una buena novela, en los conciertos para violín de Mozart, en los enfermos y en los necesitados ¡todo nos invita y nos facilita el encuentro con Él, todo! ■



[1] J. A.  Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 89 ss.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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