Es el Dios cristiano el
mismo que el de las demás religiones monoteístas, es decir, las que afirman que
existe un solo Dios? Si cuando decimos Dios nos referimos sólo a un concepto,
a una idea filosófica... pues sí: se trata del mismo Dios. Pero si pasamos de lo
abstracto al día a día, entonces hay que pensar más la respuesta, porque no
todos los que creen en un solo Dios entienden o conocen a Dios de la misma
manera.
Los
cristianos conocemos a Dios porque él ha querido hablarnos. Si algo hay
propiamente cristiano es que nuestra fe no nace del deseo del hombre de llegar
hasta Dios, sino de la decisión de Dios de ponerse en contacto con los hombres;
su Hijo, la Palabra hecha carne[1],
es la prueba más clara, más tangible. Literalmente.
Dios
había querido comunicarse con la humanidad durante mucho tiempo, desde Egipto,
cuando intervino por primera vez en la historia mostrándose como un Dios amante
de la libertad de los hombres y de los pueblos, pero su intento se vio una y
otra vez frustrado, su mensaje fue unas veces desoído y otras voluntaria o
involuntariamente manipulado. Así, durante mucho tiempo se ha presentado a Dios
sobre todo como juez. Y es cierto que en la Sagrada Escritura hay pasajes en
los que se llama o se presenta a Dios como juez[2],
sin embargo hemos aplicado a Dios el modelo de juez que tenemos los hombres o,
con más frecuencia, el tipo de juez que interesaba justificar a las clases
dominantes. Por eso con frecuencia pasamos por alto frases como la de la
primera lectura de hoy: Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad[3],
El
Dios cristiano, el Padre que se ha manifestado en Jesús, es un Dios que no
quiere juzgar, que no amenaza, que no condena ni castiga arbitrariamente. Se
trata de un Dios que es Padre, que engendra y mantiene en el ser, que es amor,
que salva. Nos cuesta comprenderlo por muchas cosas, una de ellas porque el
Padre no impone la salvación que nos envía por medio de Jesús, sino que la
ofrece. La salvación es efecto de su amor. Y el amor respeta siempre la
libertad de la persona humana; no sólo la respeta: la busca, la potencia. Y en
el uso soberano de esa libertad, el hombre podrá aceptar o rechazar la
salvación que el Padre le ofrece.
Esta
es la primera cualidad de Dios que los cristianos debemos tener en cuenta
cuando hablamos del Padre, poniendo atención en no hacer a Dios a nuestra
medida: su amor no es como el nuestro, casi siempre mezclado con egoísmo, casi
siempre más preocupado por ser correspondido que por alcanzar la felicidad de
la persona amada. Su amor es infinito, sin medida y no espera ser
correspondido... al modo humano. La calidad del amor que Dios ofrece la
entendemos si miramos despacio la entrega de su Hijo: es un amor que tiene un
objetivo, una finalidad clara: la salvación del mundo de los hombres. Y una
salvación que no es sólo una promesa para la vida futura, sino una posibilidad
para ésta: es la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios, la posibilidad de
convertir este mundo en un mundo de hermanos. Es el amor del Padre, que por
amor da la vida, y que quiere que sus hijos sean muchos y se le parezcan
practicando el amor fraterno.
Así
es como Dios quiere que le correspondamos, tan sencillo y a la vez tan
complicado. Este es el Dios de los cristianos. El que demostró su amor al mundo
entregando a su Hijo único para que todo el que crea en él tenga vida eterna[4]
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