Nada mejor que meditar en las horas difíciles acerca
de nuestra vocación "personal". En efecto, podemos cometer un gran
error cuando eludimos ese llamado "directo", el "nombre
escondido", que cada uno sabe que ha recibido de Dios. Más de una vez,
quizá por dudas injustificadas, caemos ante el espejismo de una falsa
condición, que no nos pertenece en absoluto. No dejemos que se nos "disuelva"
en institución cualquiera, ni en grupo o grupejo alguno... Tengamos el valor y
la audacia de discernir nuestra realidad y de aceptar nuestra relación
"directa" sin vueltas ni arroyuelos. Puede parecer extraña esta
insistencia, pero la verdad es que el peregrino no puede hallar su senda ni
darse en caridad si olvida que siempre es "más" de lo que sospecha,
si ignora que el "secreto", que sólo el Padre conoce, es el
fundamento de su libertad. Es necesario y urgente aprender, tal vez como un día
aprendimos a leer y a escribir, cómo la libertad es honor y decoro de la vida.
¿No nos admira la acción de Dios y su infinito respeto? Presencia y valor,
pues, en el camino único ■ Ermitaño urbano
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