No sólo de pan vive el hombre, palabras que
pronunció Jesús frente al diablo en el desierto. Jesús quería dar a entender
que por encima de las necesidades que nos aquejan, está la imperiosa necesidad
de libertad. No se puede vivir a cualquier precio, cuando el precio de costo es
la propia dignidad humana. Hoy Jesús se presenta como el pan vivo, el pan de
vida y para la vida. Del pan, que todos necesitamos y que es el símbolo de las
necesidades humanas, Jesús nos ofrece el pan, por el que todos suspiramos y que
es el símbolo de la libertad, del amor y de la felicidad. Y al recordar las
palabras de Jesús, precisamente en la Eucaristía, que es memoria de Jesús, debemos
tener los mismos sentimientos de Jesús y la misma coherencia de vida que el
Maestro, porque él dio su carne y su sangre por la vida del mundo. Comulgar no
es únicamente recibir a Cristo, sino entrar en comunión con él, hacer causa
común con Jesús. Y bien sabemos que la causa de Jesús es el hombre, sobre todo
el débil, el oprimido, el empobrecido, el explotado, el reducido a la miseria y
al hambre.
Es
muy fácil, muy cómodo, repetir que el hombre no vive sólo de pan, cuando se
tiene pan en abundancia. Con mucha frecuencia los cristianos malinterpretamos
la palabra de Dios y debilitamos nuestra responsabilidad cristiana y nuestro
compromiso en la comunión.
La
primera exigencia de la dignidad humana es la igualdad. Sentimos como propias
las injurias que se infieren a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra
nación, a nuestro grupo social, ¿Y
no sentimos como propias las injusticias contra los que tienen hambre y sed,
los que carecen de trabajo, los que se ven privados de casa, los marginados,
que también son hermanos nuestros? Papa Francisco viene hablando de esto desde
el primer instante de su pontificado, dándonos ejemplo, además ¿qué estamos
haciendo?
Compartir
el pan con los que lo necesitan es comulgar con Cristo: Y viceversa, comulgar
con Cristo es compartir el pan con los hermanos. Porque el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos de un mismo pan[1].
Comulgar
es reforzar el símbolo y lo simbolizado, el rito y la vida. Porque el
sacramento no sólo significa, sino que realiza; no es sólo un reclamo, sino
también una llamada para hacer de verdad lo que representamos. Hermano mío,
hermana mía: no podemos comulgar de espaldas al mundo y a los hermanos. No
podemos pertenecer a la Iglesia, como se pertenece a un club para utilidad
propia. La eucaristía funda a la iglesia como comunidad de servicio al mundo,
como prolongación del cuerpo de Cristo, que se ofrece en la cruz por la vida
del mundo. De ahí que la comunión, al tiempo que nos incorpora y mantiene en la
Iglesia, nos vuelca y compromete en el servicio a los hombres, en solidaridad
con todos y especialmente de los pobres, pobres en dinero y pobres de espíritu.
No comulgamos de verdad si reducimos nuestra solidaridad a la espiritual, si
constantemente y con cara de wedding
planner nuestra ayuda se reduce a un cursi y hueco “ay, te encomiendo”, pero
negamos esa ayuda en los demás ámbitos de la vida. En menos palabras: no
tomamos en serio la comunión, si no tomamos en serio la vida, la justicia, la
fraternidad, si olvidamos que «El
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él
mismo se hizo pobre»[2]■
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