La reserva del Santísimo
Sacramento, práctica antiquísima atestiguada por el arte paleocristiano (la
columba eucarística colgada sobre el altar y los primitivos tabernáculos), se
hacía pensando en los enfermos, y sobre todo en los moribundos. En los siglos
IX-XI, con las primeras controversias teológicas acerca de la Eucaristía,
empezó a cobrar auge el culto al Santísimo, como reacción a las tesis que
reducían la Eucaristía a un mero simbolismo. En los monasterios benedictinos
unidos a Cluny se comenzó entonces a tomar en las manos la Sagrada Forma y a
mostrársela a los fieles. El gesto tuvo una gran aceptación; un siglo más tarde
se había extendido a todas partes. En una época en que la comunión sacramental era
poco frecuente, la contemplación de la Sagrada Forma se consideraba un modo de
comunión espiritual y de unión mística con el Señor. Esta devoción fue en
aumento, hasta el punto de que los fieles iban de iglesia en iglesia para
contemplar el Sacramento y alimentar su fe y su devoción. El momento de la
elevación era anunciado con un toque especial de la campana, costumbre que en
algunos pueblos se observa todavía. De la ostensión de la Sagrada Forma en la
Misa se pasó fácilmente a la exposición prolongada del Sacramento, a las
procesiones eucarísticas y a la gran fiesta del Corpus ■
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