V Domingo de Pascua (A)

Arnold J. Toynbee escribía «Estoy convencido de que ni la ciencia ni la técnica pueden satisfacer las necesidades espirituales a las que todas las grandes religiones quieren atender. La ciencia no ha suplido nunca a la religión, y confío que no la suplirá nunca. ¿Cómo podemos llegar a una paz duradera y verdadera? Estoy seguro de que para la paz verdadera y permanente es condición imprescindible una revolución religiosa. Tengo para mí que ésta es la única clave para la paz. Hasta que lo consigamos, la supervivencia del género humano seguirá puesta en duda»[1].

En este mundo tan tech, pro y consumista, tan racional y seguro, quedan todavía por llenar las grandes cavernas del corazón humano donde habita la necesidad de la paz, de la bondad, del amor y la justicia, de la felicidad verdadera. Asistimos a un doble movimiento. Por una parte aumenta la ciencia y la racionalidad, la técnica y los bienes, las riquezas..., pero por otra parte disminuye cada vez más el sentido y la felicidad de los hombres. La necesidad de Dios, de algo que esté más allá de los bienes y de las cosas, de los trabajos y del placer, sigue viva entre nosotros  con idéntica o mayor fuerza que en el hombre primitivo e inculto de las cavernas.

Muchos ateos convencidos y militantes, no han logrado nunca sacudirse de encima el problema de Dios. Feuerbach y Nietzsche, quienes por la proclamación pública de su ateísmo se creyeron más liberados que nadie, permanecieron hasta el final de sus días anclados en el problema de la religión. La utopía que Marx anunciara de la total "extinción" de la religión tras el proceso revolucionario ha sido desmentida por la misma evolución de los estados socialistas: sesenta años después de la revolución de octubre, y tras indescriptibles persecuciones y vejaciones de iglesias e individuos, el cristianismo en la Unión Soviética es una realidad en crecimiento más que en regresión[2].

La religión no es una ética, una moral, una teoría, una costumbre, un conjunto de ritos ¡o una hojita de normas! No. Lo religioso va más allá, es toda una dimensión del hombre. La ciencia nos dice muchas cosas, sin embargo, de lo más importante, de lo que realmente necesitamos para vivir, sabemos poco y eso poco está envuelto en el misterio; son verdades que sólo se resuelven y perciben en la fe.

Todos nos hemos preguntado por qué la vida, por qué la muerte, por qué el amor y el egoísmo, por qué la paz y el odio, la calma y la violencia, el hambre, la injusticia, la opresión, el dolor, el tiempo, la enfermedad, la vejez, la soledad, la frustración... Hace dos mil años, un hombre nació en un lugar oscuro de Palestina y murió a los 33 años clavado en una cruz. Se llamaba Jesús. Muchos han dicho que era un iluso o un impostor. Sin embargo, mil millones de hombres creemos en él. Creemos que fue un hombre nacido de mujer, pero creemos también que era Dios, el Hijo de Dios, que apareció entre nosotros suscitado por Dios para revelarnos su misterio, que es el nuestro. Murió verdaderamente, pero resucitó. Por eso afirmamos no sólo que vivió sino que sigue vivo, en un modo de existencia que nosotros también tendremos más allá de la muerte y de este cuerpo frágil.

Millones creemos en él porque en él hemos encontrado personalmente el Camino, la Verdad, la Vida. En él hallamos una respuesta a las preguntas esenciales del hombre, que nos satisface más que cualquier otra respuesta balbuciente que se haya aventurado en la historia de todos los pueblos.

Millones de hombres preguntan. Jesucristo es la respuesta. Haberla hallado personalmente eso justamente es ser cristiano. Transmitir esa noticia a todos los hombres –lejanos y cercanos- eso es la Misión, así con mayúscula. Y la Misión comienza por nosotros mismos: en la medida en que nuestra propia vida nos manifiesta que en Jesucristo hemos encontrado realmente la solución de nuestras preguntas, en esa misma medida hay un sentido nuevo y gozoso para nuestra existencia ■



[1] Toynbee, (1889- 1975) fue un historiador británico y especialista en filosofía de la historia que estableció una teoría cíclica sobre el desarrollo de las civilizaciones. Según Toynbee, las civilizaciones son el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufre, ya sean naturales o sociales.
[2] Según los datos más recientes (quizá ya superados), uno de cada tres rusos adultos (y los rusos constituyen aproximadamente la mitad de todos los habitantes de la Unión Soviética) y uno de cada cinco ciudadanos soviéticos adultos es cristiano practicante (la idea es de H. Küng, por cierto).

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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