La criatura bautiza al Creador, la lámpara al Sol, y no por eso se
enorgulleció quien bautizaba, sino que se sometió al que iba a ser bautizado. A Cristo que se le acercaba, le dijo: Soy yo quien debo ser bautizado por
ti...¡Gran confesión! ¡Segura
profesión de la lámpara al amparo de la humildad! Si ella se hubiese
engrandecido ante el Sol, rápidamente se hubiera apagado por el viento de la
soberbia. Esto es lo que el Señor previó y nos enseñó con su bautismo. Él, tan
grande quiso ser bautizado por uno tan pequeño. Para decirlo en breves palabras:
el Salvador fue bautizado por el necesitado de salvación. En su bautismo Jesús
piensa en mí, se acuerda de todos nosotros. Se entrega a la nobilísima tarea de
purificar las almas, se entrega a Sí mismo por la salvación de todos los
hombres ■ San Agustín, Sermón 292,4, en la fiesta de San Juan
Bautista (hacia el a. 405).