Cuando Dios te pide cerrar la puerta antes de orar, quiere recordarte la
necesidad de separar la actividad externa a tu habitación de la actividad
interna. Y esto es dicho con respecto al corazón, a los sentidos y a las
personas. Respecto al corazón, es
necesario que tú eches fuera absolutamente todas las preocupaciones, los pesos,
las ansiedades y los temores en el momento en el cual te pones frente a Dios,
de modo que te sea posible entrar en la paz verdadera que sobrepasa toda
comprensión. En este sentido cerrar la puerta significa consolidar al propio
corazón a salvo detrás de la separación que se interpone entre el mundo carnal
y el mundo espiritual, separación que equivale a una muerte. En otros términos,
cuando cierras la puerta detrás de ti, debes considerarte como muerto al mundo
carnal y puesto frente a Dios, para beneficiarte de su providencia y para
invocar su misericordia. Respecto a los sentidos, generalmente estás asediado por pensamientos que
se han fijado en tu mente, por imágenes que han golpeado tu fantasía, por
palabras que has memorizado y también por otras experiencias que se han impreso
en ti a través de los sentidos. Además, todo esto comporta modelos
despreciables hacia los cuales tu conciencia puede haberse sentido atraída:
luego los sentidos les han retenido y la mente les ha aferrado. Estos modelos
de comportamiento a veces reviven deliberadamente, otras veces llaman
furtivamente y contra tu misma voluntad, otras veces también te ves obligado a
invocarlos sin ningún motivo particular e independientemente de la voluntad y
de la conciencia: vienen así a crearte un amargo conflicto interior. Es por
esto extremadamente oportuno, cada vez que entras en tu habitación, que tú
actúes anticipadamente y expulses de la conciencia estos pensamientos, pidiendo
perdón a Dios con contrición y arrepentimiento, firmemente decidido a
transformar esos recuerdos en una ocasión de horror y de rechazo ■ Matta
El Meskin, Consigli per la preghiera. Ed. Qiqajon. Comunità di Bose.