Cada año por éstas fechas escuchamos algunas partes del célebre (e importante) discurso escatológico del
Señor[1], palabras
que a veces nos son difíciles de comprender por el lenguaje, las comparaciones,
el conjunto de un modo de hablar característico de entonces –y lejano al
nuestro- y porque se trata de palabras enérgicas, duras, radicales.
El Señor anuncia la victoria y su venida final, pero al
mismo tiempo anuncia un largo y difícil camino de lucha hasta llegar a la
victoria. Es decir, el anuncio no es una promesa de facilidades para quienes le
sigan. Ni tampoco un anuncio de seguridades. El ejemplo que presenta el
evangelio de hoy es muy significativo: el pueblo judío estaba seguro y
satisfecho de su Templo, centro de su vida religiosa. Para aquel pueblo pobre y
humillado, el Templo era su orgullo. Jesús es radical: todo aquello será
destruido.
Y sin embargo se trata de una palabra de esperanza: por
más que el Templo sea destruido, el camino del hombre hacia la salvación, hacia
Dios, podrá continuar y continuará hasta llegar a la vida que no termina nunca.
Este domingo podríamos resumir el anuncio del Señor
diciendo que debemos luchar siempre. Y la lucha de la que somos protagonistas será
entre el Bien y el Mal, verdad y mentira, amor y desamor, justicia e injusticia.
Ningún de nosotros estamos, nunca, por completo, en uno u otro bando. Sólo Dios
lo está totalmente: Él es el Bien, la Verdad, el Amor, la Justicia. Nosotros,
si luchamos por eso, luchamos por Dios, luchamos con Dios.
La dificultad nace que siempre hay quien pretende
colocarse en el lugar de Dios. Ideologías, o gobiernos, o incluso grupos religiosos
y espiritualidades que pretenden identificarse con el bien, asegurando la
salvación, por ejemplo, a cambio de ciertas prácticas de piedad. El Señor mismo
lo anuncia: Muchos vendrán usando mi
nombre diciendo 'Yo soy' o bien 'el momento está cerca'; no vayáis tras ellos.
Quizá en nuestro tiempo –que no es ciertamente un tiempo
de tranquilidad sino más bien de luchas y conflictos en toda la sociedad y
también en la Iglesia- estas palabras de Jesús tienen una actualidad propia. No
falta quien se alarma, quien se pregunta si no estaremos en un tiempo final de
calamidades, hay quien piensa que se ha perdido todo y que vamos de mal en peor[2].
El Señor anunció estos conflictos y estas luchas, no
anunció paz y tranquilidad. Su paz está en el corazón del hombre, pero para
esta paz es necesario luchar. Con tenacidad y esperanza, porque Dios está en
esta lucha.
¿Qué hacer, por tanto, en este tiempo difícil? Lo más
sensato será seguir el consejo de S. Pablo: Trabajar. Trabajar sin desanimarnos,
con esperanza, para construir una sociedad mejor, más justa, más fraternal. Así
el camino nos llevará a la victoria de Dios. A aquella victoria que él desea
para nosotros y que anuncia, pide y significa la eucaristía que ésta mañana
celebramos ■