Hagamos ahora un paso adelante en nuestra pregunta sobre la voluntad de
Dios respecto a la Iglesia. No hay duda que la unidad de su cuerpo es el summum
desideratum de Cristo, como demuestra su oración sacerdotal en la última cena.
Lamentablemente, el cristianismo está todavía dividido, tanto en la fe como en
el amor. Los primeros intentos de ecumenismo inmediatamente después de la
segunda guerra mundial (recuerdo haber estado presente en algunos encuentros
con Romano Guardini en Burg Rothenfels), como también el compromiso suscitado
por la Unitatis redintegratio, están dando fruto, aún quedando un larguísimo camino
por delante. Los prejuicios mueren muy lentamente y alcanzar un acuerdo
teológico no es, de hecho, fácil. Estamos tentados de cansarnos en este camino
que, a menudo, parece darse en una sola dirección. Pero desistir del diálogo
sería ir explícitamente contra la voluntad de Dios. Más que las discusiones o
los encuentros ecuménicos, sin embargo, se necesita una oración confiada y
conjunta de todas las partes y un camino convergente hacia la santidad y el
espíritu de Jesús.
No menos fácil para el futuro Pontífice será la tarea de mantener la unidad
en la Iglesia Católica misma. Entre extremistas ultratradicionalistas y
extremistas ultraprogresistas, entre sacerdotes rebeldes a la obediencia y
aquellos que no reconocen los signos de los tiempos, estará siempre el peligro
de cismas menores que no sólo dañan a la Iglesia sino que van en contra de la
voluntad de Dios: la unidad a toda costa. Unidad, sin embargo, no significa
uniformidad. Es evidente que esto no cierra las puertas a la discusión
intra-eclesial, presente en toda la historia de la Iglesia. Todos son libres de
expresar sus pensamientos sobre la tarea de la Iglesia, pero que sean
propuestas en la línea de aquel depositum fidei que el Pontífice, junto con
todos los obispos, tiene el deber de custodiar. Pedro hará su tarea tanto más
fácil cuanto la comparta con los otros Apóstoles.
Por desgracia hoy la teología sufre del pensamiento débil que reina en el
ambiente filosófico y necesitamos de un buen fundamento filosófico para poder
desarrollar el dogma con una hermenéutica válida que hable un lenguaje
inteligible al mundo contemporáneo. Ocurre a menudo, sin embargo, que las
propuestas de muchos fieles para el progreso de la Iglesia se basan sobre el
grado de libertad que se concede en ámbito sexual. Ciertamente leyes y
tradiciones que son puramente eclesiásticas pueden ser cambiadas, pero no todo
cambio significa progreso; es necesario discernir si tales cambios se realizan
para aumentar la santidad de la Iglesia o para oscurecerla ■ Cardenal Prosper Grech,
discurso a los cardenales electores antes del Cónclave, Marzo del 2013.