Una charla de sobremesa? Eso parece –aparentemente- el evangelio de éste
Domingo. El Señor aprovecha el tiempo después de la comida para dar(nos) un par
de lecciones. El pretexto es lo que está pasando y todos ven: la prisa por ocupar
los primeros puestos. Y Jesús muestra cuál debe ser nuestro comportamiento
respecto al reino de Dios. No podemos aplicar en este caso las reglas de
urbanidad, ni las tácticas sociales.
No ocupes los
primeros puestos. No es simplemente una táctica
piadosa. Hacerse el humilde no es ser humillado. Es un principio de vida y de
convivencia. Enaltecerse es, al final, pretender hacerse como dios: sentirnos autosuficientes,
mirar por encima del hombro a los demás, a aquellos que no tienen formación ¡ay
frase desdichada!... En un orden así hay naciones que se endiosan, y personas que menospreciamos a los demás, sólo porque tenemos
más dinero o más poder, llegando a creer que no necesitamos a nadie...
No invites a tus
amigos. Esa es nuestra costumbre y nuestra ética. Compartimos
nuestros éxitos y beneficios con los familiares, con los amigos, con los de la
misma clase social, y excluimos –y a veces incluso nos avergonzamos- a los
parientes y amigos pobres…Vemos y vivimos en medio de la desigualdad más
inhumana y ni siquiera nos sonrojamos. Estamos tan ufanos en el convencimiento –presunción,
arrogancia, soberbia- de que nos merecemos lo que tenemos y disfrutamos, de que
nos lo hemos ganado a pulso, de que somos más que los demás, cuando sólo
tenemos más dinero. Al final el resultado es penoso y muy claro: no tenemos
humildad para ver la verdad, para comprender que todos somos necesarios, que
todos dependemos de todos, que nadie puede ser rico ni poderoso sin la
colaboración de los demás.
Hermano mío, hermana mía, el engreimiento y la soberbia solo
endurecen el corazón. El pobre y el sencillo pueden ver la verdad de Dios. Sólo
el que baja del pedestal –el pedestal del poder y de la riqueza- y va al
encuentro del hermano, del igual que él, aunque tenga distinta función, puede
descubrir el rostro de Dios.
Que no olvidemos que Dios se hizo hombre, que tomó carne
y se hizo uno como nosotros. Y aún más: nació, vivió y creció pobre; en su
tiempo era de los últimos de la escala social, esa escala que hemos erigido
soberbiamente como una torre de Babel contra Dios, es decir, contra los
hombres, contra la humanidad. Mucho qué pensar éste fin de semana ¿no es así? ■