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Nada más inmediato y posible que la adhesión profunda del corazón. En un solo instante puedes salir de los estrechos límites que te ahogan para hallarte bajo el cielo abierto y azul, más arriba y en el destino más insospechado. Quiérelo con toda el alma, acepta la invitación y la vocación de Dios, acogiendo su gracia y, ante todo, disponiéndote para recibirlo a Él mismo... Es un instante, es el instante, ese presente único, que se te brinda y que acogerás con entera confianza. Quien confía es, al mismo tiempo, generoso. No hay generosidad sin confianza. Y quien se arroja de esta manera cae siempre en el Corazón de Dios. Muchos se detienen y por eso no llegan jamás. Se detienen en esas "burocracias" que multiplica la "inseguridad" humana, del brazo de escrúpulos que el enemigo favorece para cortar y romper. Es ese que siempre dice que "no". Dios, en cambio, te invita y Él mismo te levanta y te lleva. No temas el desierto. Deja consideraciones y dependencias sin sentido. Tu corazón ha de latir en libertad para Dios. Aquí y ahora un ermitaño urbano

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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