XIX Domingo del Tiempo Ordinario (C) 25.VIII.2013

El evangelio de hoy no resulta sencillo de comentar, y la pregunta de entonces sigue siendo vigente: ¿Serán pocos los que se salven?

Es importante situar bien la pregunta. Quienes preguntaban entonces, pensaban que ellos se salvarían por simple el hecho de formar parte del pueblo judío –el pueblo elegido, por cierto- mientras que los demás no podrían salvarse. La respuesta del Señor indica que no basta ser miembros de un pueblo (¡aún cuando se trate del pueblo de Dios!) sino que es preciso el esfuerzo personal por vivir de acuerdo a la ley de Dios y en comunión con Él. En otras palabras: resulta peligroso considerarse, digamos, con derecho a salvarse[1].

Aquella manera de pensar sigue presente en algunos cristianos e incluso, a veces, en el modo de hablar en la Iglesia: tenemos la tentación de seguir pensando que nosotros somos los buenos y los que nos salvaremos, y que los otros –me refiero a los no cristianos, a la gente de ideologías y creencias diversas u opuestas- son los malos, los que difícilmente se salvarán.

Hoy es un buen momento para reflexionar en el hecho de que no basta confiar en que hemos comido y bebido con Jesucristo, es decir, que hemos participado de la Eucaristía y en los sacramentos, ni que Él haya enseñado en nuestras plazas para alcanzar la salvación. Todo esto es sin duda muy importante para quienes creemos en Él, pero no basta. Mejor dicho: de nada sirve si no va unido con un vivir en sintonía de hechos con la ley de Dios. Al final, el Señor no responde si serían muchos o pocos quienes se salvarán. Y con ello quizá está señalando la raíz del problema. De hecho el Señor no responde a cuestiones como cuándo terminará el mundo ó cómo será el cielo, y no lo hace porque su interés está en hablarnos del ahora, no del después.

Si queremos participar de la plenitud de vida que Dios quiere para todos, debemos empezar a vivirla hic et nunc, aquí y ahora. Lo que no vale es pretender comulgar después con esta plenitud de vida y no intentar hacerlo ahora, a través del esfuerzo, a menudo difícil a causa de nuestros pecados y nuestras debilidades (Dios cuenta con ellos, por cierto). Este es quizá nuestro problema.

Lo que debemos hacer ahora, no lo que será después. Y ésta debe ser también nuestra oración, la de hombres y mujeres que no sienten que tienen el monopolio de la salvación, que se sientan a la mesa de Jesucristo con el anhelo y la lucha de llegar algún día a la mesa del Reino. Una oración que nos ayude a vivir ahora en comunión con Él para participar después de la eterna plenitud ■



[1] J. Gomis, Misa Dominical 1989, n. 17

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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