De la mesa Eucaristía
a la mesa celestial
me vi cruzar el umbral…
y era Jesús quien me abría.

 ¿Qué había en tu corazón,
Jesús, divino Maestro,
para decir lo que está
escrito en el Evangelio?
Dolores de Dios que sufre
sufrimientos por su pueblo,
lágrimas de Dios que llora
por ojos del Nazareno.

No os conozco, ni sois
los ciudadanos del Reino,
obradores de maldad
gentes que oír no quisieron.
No sois mi raza y familia,
de profetas herederos,
ni de Abraham y Jacob
descendientes verdaderos.

No sois míos, no lo sois,
los que mi voz no acogieron,
los que no abrieron la puerta
cuando yo pasé y me vieron…
No tienen puesto en la mesa,
los que no quieren tenerlo;
yo no rechazo a ninguno
y menos a los primeros.

Yo te pido por tu amor
lo que es tu ardiente deseo:
que nunca jamás se cumpla
lo que advertías gimiendo.
Jesús misericordioso,
triunfador en cruz muriendo,
triunfa tú de tu amenaza
porque el triunfo sea pleno.

Vendrán de Oriente y Poniente
- yo vine de esos senderos –
con cantares bien danzados,
cantando el amor eterno.
Mas todos juntos mi Dios,
nosotros juntos con ellos,
y un solo coro de amor
al final entonaremos 

P. Rufino Mª Grández, ofmcap

Puebla, 21 agosto 2010.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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