San Lucas describe hoy magistralmente el
encuentro entre la muerte y de la vida. Dos comitivas se aproximan por el mismo
camino de Nain. Una de ellas está integrada por una mujer viuda que acompaña a
su hijo muerto. Quizá el evangelista no pudo encontrar un cúmulo mayor de
desgracias en una sola mujer, viuda y con su hijo muerto. Con ella van sus
amigos que, imaginamos, no pueden hacer otra cosa que llorar e intentar
consolarla. Por lo demás, deben rendirse ante la evidencia asombrosa de esa
realidad a la que el hombre no se acostumbra nunca: la muerte.
La
otra comitiva es Jesús y sus discípulos.
Ambos
grupos se encuentran y tiene lugar el hecho sorprendente: Jesús se aproxima al
muchacho y lo devuelve, lleno de vida, a su madre. Con absoluta sencillez la
muerte ha sido vencida, el llanto se ha convertido en alegría y el corazón de aquella
mujer -¡madre!- vuelve a la alegría. El evangelista explica la actuación de
Jesús poniendo de relieve el origen de la misma: a Jesús le dio lástima aquella
mujer que había perdido su mejor tesoro. El corazón de Cristo no soportó el
dolor de aquella madre, comprendió aquel dolor, lo compartió y, como podía, lo
remedió de la manera más total.
La
escena de Lucas se repite todos los días en nuestro mundo.
Hay
grandes comitivas llenas de muertos, de muertos vivientes, de muertos que andan
y se mueven pero que no tienen vida:
-La
gran comitiva de los desempleados, cuyos ojos reflejan la desesperanza y la
angustia de no formar parte de la sociedad a la que pertenecen y de la que han
sido separados "por la difícil coyuntura económica".
-Es
la gran comitiva de los drogadictos, jóvenes ausentes, incapacitados, metidos
de lleno en un callejón sin fondo "por la ganancia ilimitada de
algunos"; o de los alcohólicos, o de quienes viven enganchados a la pornografía o el juego o el dinero.
-Es
la comitiva de los enfermos a los que nadie visita, a los que se arrincona
porque ya no son útiles en este mundo en el que todo se pesa y se mide.
-Es
la gran comitiva de los minusválidos, y de los subnormales... ¡tan pesados!
-Es
la gran comitiva de quienes viven el drama del divorcio y que aún en nuestra
Iglesia católica a veces sufren el desprecio y la lejanía.
-Es
la gran comitiva de la muerte. Las vemos todos los días y quizá no nos damos
cuenta de cuan cierto es que muchos de los hombres que pasan a nuestro lado son
auténticos cadáveres vivientes.
Caminando
hacia esa comitiva puede y debe ir otra comitiva de hombres llenos de vida. Es
la de los hombres que acompañamos a Cristo, los que estamos comprometidos
seriamente con el gran problema de responder a la muerte con la vida. Por eso
la pregunta: ¿Qué respuesta damos los cristianos a todos cuantos caminan en la
comitiva de la muerte? ¿Qué respuesta damos a los desempleados, a los
drogadictos, a las mujeres utilizadas y manipuladas, a los jóvenes que empiezan
su camino ya cansados, al enfermo, al minusválido? ¿Qué hace la comitiva de los
cristianos cuando se cruza (y se cruza constantemente) con la comitiva de la
muerte?. ¿Esquivarla?, ¿ignorarla?, ¿juzgarla y condenarla?, ¿despreciarla? ¿Acercarse
a ella, sentir el dolor de todos cuantos la integran, compartirlo y remediarlo?
Si
hacemos lo segundo, es que hemos empezado a entender a Cristo. Hay un criterio claro
para saber en qué comitiva estamos, es muy sencillo: si por encima de todo
reina el Yo, repartiremos muerte,
aunque comulguemos todos los domingos o ¡ay! Todos los días, porque "el
otro" no nos importará o nos importará sólo en cuanto pueda servir a
nuestros planes. Si por encima de todo (y con todos los fallos quizá
inevitables) amamos a Dios y al "otro" por Él, repartiremos vida,
porque el "otro" será, ni más ni menos, nuestro hermano, y tanto más
cuanto más necesitado se nos muestre ■