X Domingo del Tiempo Ordinario (C)


San Lucas describe hoy magistralmente el encuentro entre la muerte y de la vida. Dos comitivas se aproximan por el mismo camino de Nain. Una de ellas está integrada por una mujer viuda que acompaña a su hijo muerto. Quizá el evangelista no pudo encontrar un cúmulo mayor de desgracias en una sola mujer, viuda y con su hijo muerto. Con ella van sus amigos que, imaginamos, no pueden hacer otra cosa que llorar e intentar consolarla. Por lo demás, deben rendirse ante la evidencia asombrosa de esa realidad a la que el hombre no se acostumbra nunca: la muerte.

La otra comitiva es Jesús y sus discípulos.

Ambos grupos se encuentran y tiene lugar el hecho sorprendente: Jesús se aproxima al muchacho y lo devuelve, lleno de vida, a su madre. Con absoluta sencillez la muerte ha sido vencida, el llanto se ha convertido en alegría y el corazón de aquella mujer -¡madre!- vuelve a la alegría. El evangelista explica la actuación de Jesús poniendo de relieve el origen de la misma: a Jesús le dio lástima aquella mujer que había perdido su mejor tesoro. El corazón de Cristo no soportó el dolor de aquella madre, comprendió aquel dolor, lo compartió y, como podía, lo remedió de la manera más total.

La escena de Lucas se repite todos los días en nuestro mundo.

Hay grandes comitivas llenas de muertos, de muertos vivientes, de muertos que andan y se mueven pero que no tienen vida:

-La gran comitiva de los desempleados, cuyos ojos reflejan la desesperanza y la angustia de no formar parte de la sociedad a la que pertenecen y de la que han sido separados "por la difícil coyuntura económica".

-Es la gran comitiva de los drogadictos, jóvenes ausentes, incapacitados, metidos de lleno en un callejón sin fondo "por la ganancia ilimitada de algunos"; o de los alcohólicos, o de quienes viven enganchados a la pornografía o el juego o el dinero.

-Es la comitiva de los enfermos a los que nadie visita, a los que se arrincona porque ya no son útiles en este mundo en el que todo se pesa y se mide.

-Es la gran comitiva de los minusválidos, y de los subnormales... ¡tan pesados!

-Es la gran comitiva de quienes viven el drama del divorcio y que aún en nuestra Iglesia católica a veces sufren el desprecio y la lejanía.

-Es la gran comitiva de la muerte. Las vemos todos los días y quizá no nos damos cuenta de cuan cierto es que muchos de los hombres que pasan a nuestro lado son auténticos cadáveres vivientes.

Caminando hacia esa comitiva puede y debe ir otra comitiva de hombres llenos de vida. Es la de los hombres que acompañamos a Cristo, los que estamos comprometidos seriamente con el gran problema de responder a la muerte con la vida. Por eso la pregunta: ¿Qué respuesta damos los cristianos a todos cuantos caminan en la comitiva de la muerte? ¿Qué respuesta damos a los desempleados, a los drogadictos, a las mujeres utilizadas y manipuladas, a los jóvenes que empiezan su camino ya cansados, al enfermo, al minusválido? ¿Qué hace la comitiva de los cristianos cuando se cruza (y se cruza constantemente) con la comitiva de la muerte?. ¿Esquivarla?, ¿ignorarla?, ¿juzgarla y condenarla?, ¿despreciarla? ¿Acercarse a ella, sentir el dolor de todos cuantos la integran, compartirlo y remediarlo?

Si hacemos lo segundo, es que hemos empezado a entender a Cristo. Hay un criterio claro para saber en qué comitiva estamos, es muy sencillo: si por encima de todo reina el Yo, repartiremos muerte, aunque comulguemos todos los domingos o ¡ay! Todos los días, porque "el otro" no nos importará o nos importará sólo en cuanto pueda servir a nuestros planes. Si por encima de todo (y con todos los fallos quizá inevitables) amamos a Dios y al "otro" por Él, repartiremos vida, porque el "otro" será, ni más ni menos, nuestro hermano, y tanto más cuanto más necesitado se nos muestre

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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