No hay que detenernos mucho para entender que las cosas a
las que hoy llamamos «amor» no lo son en realidad, son más bien formas de desintegrar
el verdadero amor. Hay quienes llaman amor al contacto fugaz y trivial de dos
personas que se «disfrutan» mutuamente vacías de ternura, afecto y mutua
entrega. Para otros, amor no es sino una hábil manera de someter a otro a sus
intereses ocultos y sus satisfacciones egoístas. No pocos creen vivir el amor
cuando sólo buscan en realidad un refugio y un remedio para una sensación de
soledad que, de otro modo, les resultaría insoportable. Bastantes creen
encontrar el amor en una relación satisfactoria donde la mutua tolerancia y el
intercambio de satisfacciones los une frente a un mundo hostil y amenazador.
Vivimos en un mundo y en concreto en una sociedad donde
se corre con frecuencia tras ese (terrible) ideal descrito por A. Huxley del
hombre bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho y con posibilidad
de divertirse intensamente[1].
Hoy, los hombres compran cosas hechas a los mercaderes, pero como no existen
mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos[2]…
¿Qué hacer? Los creyentes hemos de poner atención una vez
más a las palabras del Señor: La señal
por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros[3]
porque estamos llamados a distinguirnos no por un saber particular, por una
doctrina, ni por la observancia de unos ritos o unas leyes o unas normas.
Nuestra verdadera identidad y distintivo se basa en nuestro modo de amar. Ahí
está el quid de todo. El mundo, la
sociedad, los vecinos, los compañeros de trabajo deben reconocernos por nuestro
estilo de amar, que tiene como criterio y punto de referencia el modo de amar
de Jesús, un amor que da absolutamente todo a cambio de nada. El nuestro debe
ser un amor desinteresado, que sabe acoger y ponerse al servicio del otro, sin
límites ni discriminaciones. Un amor que sabe afirmar y defender la vida, el crecimiento, la libertad y la
felicidad de los demás[4],
un amor que considera el respeto como un valor fundamental, pero no absoluto pues
llevado al absurdo implicaría respetar la vida de la bacteria del cólera, las
opiniones raciales de Hitler o el derecho del ladrón a ejercer su profesión[5].
Esta es la tarea gozosa del creyente en esta sociedad
donde se falsifica tanto el amor. Esta es la llamada de éste domingo –ya el
quinto del tiempo de Pascua-: desarrollar nuestra capacidad de amar siguiendo
el estilo de Jesús.
Adentrándonos en éste camino, bajo la guía del Señor y
del Magisterio descubriremos que sólo el amor hace que la vida merezca ser
vivida, que sólo desde el verdadero amor es posible experimentar la gran
alegría de vivir y que al atardecer de la
vida seremos juzgados en el amor[6]
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[1] Un mundo feliz (Brave New World en inglés
arcaizante, literalmente «magnífico [o maravilloso] nuevo mundo») es la novela
más famosa del escritor británico Aldous Huxley, publicada por primera vez en
1932. El título tiene origen en una obra del autor William Shakespeare, La tempestad, en el acto V, cuando
Miranda pronuncia su discurso:
¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh mundo feliz,
en el que vive gente así!
La
importancia del libro en la vida de Huxley lo llevan a escribir más adelante un
libro de ensayos y consideraciones relativas bautizado como Retorno a Un Mundo Feliz, (Return to Brave New World), donde aborda
detalladamente los diferentes problemas socio económicos que dieron impulso a
la creación de su novela futurista.
[2] A.
de St. Exupery, El Principito, Cap.
XXI.
[3] Cfr. Jn 13, 31-33a. 34-35.
[4] J. A. Pagola, Buenas
Noticias, Navarra 1985, p. 291.
[5] La
idea es de mi buen y gran amigo Wenceslao Renovales.
[6] San
Juan de la Cruz.