Despierta, Jerusalén,
que el Señor ha despertado;
no está en el santo sepulcro
el Hijo resucitado.

De barro su carne fue,
del barro de sus hermanos,
barro que no vuelve al polvo,
¡oh Jesús glorificado!

Ya no lo tiene la piedra
que quieren besar mis labios;
no le busquéis en la tumba
al Viviente más cercano.

Vida para no morir
su cuerpo santo ha heredado;
olvidad la sepultura,
id a otro sitio a encontrarlo.

Donde los hombres se encuentran
y el amor hace el milagro,
allí le veréis, testigos,
allí corred a abrazarlo.

Honor al Hijo del hombre
que hasta la tumba ha bajado
y hoy nos levanta consigo,
amados y perdonados. Amén

R. M. GRÁNDEZ (letra) – F. AIZPURÚA (música), capuchinos.
Himnos para el Señor, Ed. Regina 1983. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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