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A todos los hombres nos falta, a la vez, confianza y delicadeza. No estamos nunca bastante seguros de Dios, ni bastante preocupados por ser fieles a su amor hasta en los últimos detalles. Sin embargo, es cierto que hay almas a las que les falta, sobre todo, confianza y a otras a las que les falta, sobre todo, delicadeza y generosidad. Pues bien, también por estas últimas Dios se ha encarnado bajo la forma de un niño ■ Un Cartujo, Felices los que creen, Monte Carmelo 2009, p. 60

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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