Cuando se celebra una ordenación sacerdotal o
diaconal el ritual prevé que el obispo, después del interrogatorio, diga las palabras
que escuchamos en la segunda lectura de hoy: “El que ha inaugurado entre
vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús”. Este
deseo nos puede ayudar a comprender mejor el sentido de este tiempo de
Adviento.
Como en todo momento importante de la
vida cristiana, encontramos dos realidades que hacen una combinación magnífica:
en primer lugar la iniciativa y la acción eficaz de Dios que no se detiene hasta
llevar a buen término su propósito de salvación. Y también descubrimos qué
capacidad de respuesta crea en la humanidad esta actuación de Dios. Durante el
Adviento lo veremos en dos personajes: Juan Bautista y María, la Virgen Madre
de Dios. Ambos son figura de la acción de la Iglesia que en cada generación
debe preparar los caminos del Señor y debe como darlo a luz, hacerlo presente
en medio de la humanidad.
Dios actúa con su justicia y su misericordia, dice Baruc. No hay ninguna situación
por desesperada que parezca que no pueda invertirse. Las lágrimas pueden
trocarse en cánticos de júbilo y bienaventuranza. Puede parecer un sueño, pero
es una realidad muy firme y esperanzada. Lo que parece imposible para los
hombres no lo es para Dios.
El evangelio de hoy nos presenta a Juan
Bautista. Aquel que permitió que Dios llevara adelante la empresa buena en él.
Es una prueba viviente del impulso imparable del Espíritu; el evangelio nos lo
presenta bien definido históricamente. Reducido a un período corto de tiempo,
situado entre las tensiones de un grupo de pequeños personajes poderosos,
actuando en una comarca alejada y, en cambio, su misión tiene una proyección
inmensa: él es el que cumple la antigua profecía: Preparad el camino del Señor, el que da curso a la gran esperanza
de los pobres de Israel. Una esperanza que se convierte en algo universal y que
llega hasta cada uno de nosotros: todos
verán la salvación de Dios.
La figura de Juan Bautista –figura
histórica, real- puede y debe ser ¿cómo decirlo? Pues como un estímulo para
cada uno de nosotros, para toda la Iglesia. El ser humano tiende a imitar (y si
no démonos una vuelta por las revistas de sociales) ¿por qué no imitar de Juan
el Bautista la conversión, el vivir con sencillez y coherencia, a ser testigos
valientes del Evangelio? Unas pocas preguntas para la conversación con el Señor
ésta mañana ■