El evangelio es uno de los textos quizá
más difíciles de comprender, por eso hay que escucharlo con especial atención.
Se trata del retorno de Cristo al fin del mundo para el juicio universal. Por
encima de previsiones catastrofistas o apocalípticas, la enseñanza de Jesús
está centrada en la parusía o segunda
venida del Hijo del hombre. El juicio universal, que tantas obras de arte ha
inspirado, en realidad es un acontecimiento positivo –el último de la historia
de la salvación- en el que el Hijo de Dios, con la gloria del Resucitado, hará
un juicio y reunirá a todos los elegidos.
Las imágenes cósmicas del sol, de la
luna y de las estrellas de las que nos hablan las lecturas no desean otra cosa
que subrayar la grandiosidad de la segunda venida. La historia final del mundo
no es una catástrofe sino una salvación para los elegidos. No podía ser de otra
manera, pues ya en el comienzo de la historia humana, la creación fue el gran
gesto de amor de Dios.
¿Cuándo será el retorno glorioso de
Cristo? ¿Pronto o tarde? No lo sabemos, y no solo no lo sabemos sino que no
debemos angustiarnos por saberlo, ni vivir preocupado bajo concepciones
milenaristas[1].
El futuro de cada uno está en manos de Dios.
La parábola de la higuera es una
invitación a la vigilancia y a la interpretación de los signos de los tiempos.
Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, se sabe que la primavera
está cerca pero que aún no ha comenzado. La palabra cerca es clave; los signos de los tiempos no anuncian el fin del
mundo, sino la cercanía del fin para cualquier generación de ayer, de hoy y de
mañana.
¿Qué cosas –de todo lo que vemos, de
todo lo que existe- permanecerán ese último día, y cuáles serán, por el
contrario, arrastradas por el tiempo en su caída? ¿Qué habrá sido, ese día, de
los poderosos que crucificaron a Jesús? ¿Dónde estará, esa tarde, el poder del
dinero que hoy parece llevar las riendas del mundo? ¿Dónde el ejército de los
violentos que hoy dominan, imponen, esclavizan? No quedará de ellos –dice el
Señor- ni rama, ni raíz. En cambio, aquel Hijo del hombre que no tenía dónde
reclinar la cabeza, indefenso ante quienes lo mataron, partidario a ultranza
del amor y del perdón... está sentado a la derecha de Dios.
Y esta luz nueva va dando a las cosas,
a la gente, a la vida un sentido diferente; lo va colocando todo en su sitio:
ese sitio que ocuparon un día en el proyecto limpio de Dios creador. Y es bueno
que nos dejemos bañar por esa luz. Es importante que nos paremos a pensar dónde
está nuestra esperanza, en qué punto de
apoyo estamos haciendo descansar nuestro corazón. Es importante que pesemos
en esa balanza los esfuerzos que hacemos, las preocupaciones que nos asaltan,
la amargura que, tantas veces, nos detiene. Sería triste que, el día menos
pensado –ése que conoce solamente Dios Padre-, nos encontráramos con que hemos
vivido aferrados a cosas que se van a ir también, en ese último atardecer, en
ése atardecer en el que seremos juzgados en el amor[2]
■
[1] El milenarismo
o quiliasmo es la doctrina según la
cual Cristo volverá para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del
último combate contra el mal, la condena del diablo al perder toda su
influencia para la eternidad y el Juicio Universal. Tuvo influencia en la Iglesia
del Siglo II de la era cristiana, en la Edad Media, y finalmente entre los
protestantes fundamentalistas.
[2] San Juan de la Cruz.