La primera
lectura de éste domingo es una de ésas [grandes] escenas del Antiguo Testamento
que nos da mucho qué pensar. Elías huye de la persecución de Jezabel, que no le
perdona su defensa del Señor y de la alianza. Huye además con ganas de dejarlo todo
e incluso –dramáticamente- de morir. Pero los planes del Señor son otros: lo
quiere vivo y dispuesto a continuar, por eso le da, lleno de ternura y cuantas
veces hace falta, el pan que le dará las fuerzas para caminar cuarenta días y
cuarenta noches –como Israel atravesando el desierto en el Éxodo- para llegar a
la montaña, el lugar donde Dios le hará ver cómo atraerá al pueblo, una vez
más, hacia la alianza[1].
El relato es, ciertamente, muy sugestivo, y vale la pena detenerse en
él. Elías es uno de los hombres que marcaron al pueblo del que nació Jesús y al
que pertenecemos, por la fe, también nosotros. La historia de Elías es sin duda
un espejo de nuestra propia historia, de nuestro propio camino, el difícil
camino de la fidelidad a Dios, a nuestra vocación; camino que a veces se ve obscurecido
por las tinieblas, por las propias caídas, por la desesperanza. Sin embargo, de
la misma manera que lo hizo con Elías, Dios se acerca para darnos un pan que permita
continuar el camino con sus cuarenta días y las cuarenta noches hasta llegar al
encuentro con Él: la Eucaristía.
Esa ternura de Dios se hace realidad –se hace carne, dice san Juan
al comienzo de su evangelio[2]-
en el Señor, que es perfecto Dios pero también es perfecto hombre, y que camina
el camino de la vida con nosotros y hoy nos hace una invitación-oferta muy
concreta: El que cree en mí tiene vida
eterna. Es esta una de las grandes afirmaciones cristianas: la vida eterna
es ahora, la vida que Jesús da es la experiencia profunda de haber superado ya
la barrera de la muerte; es la experiencia profunda de sentirse lleno (y si
queremos utilizar un lenguaje moderno: la experiencia de sentirse realizado
como persona).
Se trata, pues, de encontrar la felicidad y la realización personal
en la fe en Jesús, y en el seguimiento
de su estilo de vida. Se trata de sentirse "atraído" por Él, y de tal
manera que se convierta en el único camino viable y válido. Y entonces todo eso
tiene una culminación, continúa más allá de la muerte física: el que cree en mi, tiene vida eterna[3].
¿Qué quiere decir Jesús cuando dice el que come de este pan? Quiere decir convertir a Jesús en el propio
alimento, encontrar en Él el único pan que vale la pena comer; en menos
palabras: creer en Él con una fe que es adhesión personal y seguimiento de su
mismo camino, de sus mismos criterios, de su mismo estilo de vida. De su misma actitud, en una sola palabra.
Y después de esto dar un paso más. Lo dice la última frase del
Evangelio de hoy y lo dirá ampliamente el del domingo próximo: es querer unirse
a él en el alimento físico, palpable… en el sacramento de la Eucaristía[4]
■
[1] Vienen
a la memoria las lembas, el alimento ficticio perteneciente al legendarium de J. R. R. Tolkien. Se
trata de un pan que recupera las fuerzas de aquel que lo toma. Está hecho con
cereales que la Valië Yavanna sembró en los campos de Aman, y que los Eldar
obtuvieron como regalo durante su Gran Marcha. Más tarde, éstos sembrarían por
su cuenta el cereal, que crecía rápidamente y solo necesitaba un poco de luz
solar. Sin embargo, la elaboración del pan solo era conocida por unas pocas
Elfas, las llamadas Yavannildi o Ivorwin ("Doncellas de Yavanna" en
las lenguas quenya y sindarin, respectivamente), a las que Yavanna había
enseñado el secreto de como elaborarlas. En El Señor de los Anillos, Galadriel
es la responsable de la preparación del lembas en Lórien. Según El
Silmarillion, Galadriel aprendió el secreto de la preparación de este pan de
Melian, la reina consorte de Doriath y una maia que había trabajado junto a
Yavanna en Valinor antes del despertar de los Elfos. Inicialmente, hasta antes
de la llegada de la Compañía del Anillo a Lórien, sólo los elfos podían comer
lembas ya que los Valar habían prohibido compartirlo con mortales. El motivo de
ello era que si algún mortal las tomaba, desearía la inmortalidad de los Elfos
e ir a las Tierras Imperecederas, lo cual no estaba permitido. Esta en parte
relacionado con la Eucaristía, el pan de vida. La etimoloigía es
interesantísima: Lembas es el nombre compuesto en sindarin, que significa
"Pan de Viaje": lend: viaje, ruta, camino. (m-)bass: pan. En quenya las llamaban coimas, que
significa "Pan de Vida".
[2] Cfr Jn 1. 14.
[3] Id., Jn
6, 41-51,
[4] J.
Lligadas, Misa Dominical 1991, n. 11.